02 | En los días lluviosos, también se cumplen promesas.

2562 Words
Alexander Gil. 10:00 AM. 10:05 AM. 10: 15 AM. 10:30 AM. Y Sofía aun no llegaba, me empezaba a desesperar. Llevaba más de media hora esperándola y nada. No la veía por ningún lado, los Sanz eran tan impuntuales.  Su casa no esta tan alejada de la mía, unas dos o tres cuadras, por lo tanto, había decidido a buscarla. Mierda. ¿Por qué tenía que hacer todo esto? ¿Qué había hecho mal? Yo nunca había ido a visitar a Alicia a su casa, solo la dejaba cuando salíamos. Su mamá y su papá nunca me habían dirigido la palabra, lo nuestro no había sido nada formal, lo nuestro solo había sido algo pasajero. Algo efímero. —   ¿Seguro que es aquí? — pregunta Izan mientras estaciona la camioneta delante de la casa de los Sanz. —   Sí, es aquí, gracias— bajo del coche, mientras Izan abre el maletero para sacar la dichosa bicicleta. —   ¿Sabes a qué hora llegaras? Mamá quiere hacer una cena en familia. —   Izan, no sé a dónde mierda voy con Sofía Sanz, mucho menos sé a qué hora llegue a la casa. —   Bien, bien, toma — me da la bicicleta y dos bolsas con desayuno — procura no llegar tarde. Asiento y dejo que se vaya. Camino hacia la entrada de la casa de los Sanz y toco el timbre, no tardan en abrir, recibiéndome la señora Carmen con una gran sonrisa. —   ¡Alexander! Que alegría verte — me da dos besos en la mejilla derecha. Repugnante — Alicia no está… —   No vine por Alicia — la interrumpo — vine por Sofía. —   Oh, por Sofía, está en su alcoba — señala las escaleras que tiene atrás — pero le hablare, pasa. Se hace a un lado y me deja pasar. Algo que siempre caracterizaba a los Sanz era: el cabello lacio y rubio, los ojos color verde y rasgados. Y Sofía, Sofía era muy distinta a ellos.  Ella tenía el cabello rizado y castaño, sus ojos verdes y grandes. Era distinta a ellos, muy distinta. Alguien baja de las escaleras, con su pijama de girasoles puesta y bostezando, yo no me había cambiado de lugar, aún seguía parado en la puerta esperándola. —   Carmen — aún no se daba cuenta de mi presencia — alguien toco la puerta, ¿Quién e…? —   Buenos días, Sofía — la saludo. —   Alexander, que alegría verte. —   Vístete y vámonos— ordeno. —   Pero no he desayunado — protesta. —   Solo vístete, traigo el desayuno para los dos. —   Pero… —   Pero nada, ya es tarde— ella se queja y sube las escaleras. —   ¿A dónde van? —   Sinceramente no sé — me encojo de hombros. —   Con cuidado. Asiento con la cabeza. Media hora después, Sofía baja arreglada y otra media hora conducimos nuestras bicicletas a quien sabe dónde. Durante el recorrido no habla ni dice nada, se mantiene callada, con la mirada perdida en algún lugar, sin su sonrisa y sin aquel brillo que tanto caracterizaban sus ojos, al contrario, estaban cristalizados, como si en cualquier momento pudiera romperse.  O tal vez ya estaba rota y nadie se daba cuenta. Mamá y papá nunca se dieron cuenta o no se han dado cuenta de mi ruptura con Alicia, tampoco es que les hable bastante de mis cosas personales. Ese era mi problema, jamás hablaría del como es que me sentía. Porque eran, son y serán mis problemas y los tenía que arreglar de una manera u otra, pero yo siempre tenía que resolverlos. No ellos. Mi auto dependencia empezó desde los diez años, creo, fue cuando mamá empezó a trabajar para poder tener un poco de dinero extra. La vida era tan mierda, a veces. Bueno, siempre será una mierda. Sofía frena en seco y yo hago lo mismo, deteniéndonos delante de un campo de girasoles. Girasoles. ¿Eso era lo que tanto la atormentaba en el camino? Y yo tenía curiosidad de saber el por qué. —   Me imagino que te estas preguntando el por qué no me parezco a Carmen o a Emilio, por qué soy tan diferentes a ellos — le extiendo la bolsa de papel y nos sentamos debajo de un árbol para desayunar —, Carmen es mi madrastra— susurra. Escupo la comida. —   ¿Carmen es tu madrastra? Asiente. —   Mi madre era la empleada de la casa, papá se enamoró de mi madre, pero Emilio tenía a Carmen, en pocas palabras mi madre era la amante y la empleada, tres meses después mamá se enteró de que estaba embarazada de mí, papá estaba demasiado feliz, pero Carmen también estaba embarazada de Alicia. Exhala. —   Mi madre decidió irse a Estados Unidos, papá nunca se deslindó de nada, al contrario, siempre estaba al pendiente de todo. Sus ojos se cristalizan y deja a un lado la comida, sorbe su nariz y le ofrezco un pedazo de papel, el cual acepta. —   Mamá enfermó del corazón, no había escapatoria, apenas tenía diez meses cuando me dejó, empecé a vivir con un amigo de ella, Jack, ese era su nombre, porque también me dejó después de diez años estando a mi lado. Emilio se enteró de todo, y como un buen padre me trajo a un país que es desconocido para mí. —   ¿Y qué haces aquí? — no la entendía, de verdad que no lo hacía, ¿Qué carajos hacia aquí? —   Mamá siempre quiso hacer varias cosas en este país, pero nunca se le dio la oportunidad, quiero cumplirlas por ella. —   ¿Y cuál es la primera? —   Venir a un campo de girasoles. —   ¿Crees que el amor apesta, Sofía? — no sabía a qué venia mi pregunta, pero tenía que hacerla, para no sentirme tan estúpido al ser el único en pensar en esto. —   Claro que el amor apesta, no conocí a mi madre y aun así la amo con todo mí ser, me han roto el corazón, me han hecho trizas y no solo un noviazgo, sino también; amigas, familia y hasta mi propio padre. El amor o te hace trizas o te hace fuerte, así de simple. —   Siempre creí que el amor apestaba, porque a mí me rompieron el corazón millones de veces, me ilusionaron y dejé de amarme. —   Y yo quiero que te ames a ti primero, porque si no te amas primero a ti, no puedes amar a alguien más. —   ¿Tú te amas? —   Como no tienes una idea, Alexander. Esto era raro. Ninguno de los dos se conocía lo suficiente para abrirse de esta manera al otro. Después nadie dijo nada, Sofía se limpia las pocas lágrimas que le quedan en los ojos con la manga de su sudadera. Se pone de pie y me ofrece su mano, la acepto, hace bolita la bolsa y la tira en la canasta de su bicicleta. —   Alicia siempre habló de ti — susurra mientras nos adentramos entre los girasoles. —   ¿Enserio? ¿Cómo el infiel o como el amor de su vida? Suelta una risa. —   Como ambos— se encoje de hombros. —   No me lo creo. —   Pues debes de creerlo. ¿Realmente, qué pasó para que terminaran? —   Me estaba siendo infiel con Oliver — le quito importancia. —   ¿El ese chico con cabello rizado y de ojos cafés? — se gira hacia mí para encararme, iba delante de mí. Asiento, me observa de pies a cabeza y se detiene en mis ojos, ladea su cabeza y entrecierra los ojos— estás mejor tú. Se gira para seguir caminando. —   Me gustan tus ojos azules, Alex. —   Vaya gracias, ¿tengo que guardar el momento? —   Si quieres — se encoje de hombros. Se detiene en seco y yo frunzo mi ceño. ¿Qué carajos hace? Saca unas tijeras de la parte trasera de su pantalón y corta un girasol seco, un c*****o de un girasol y un girasol normal. —   ¿Qué ves aquí? — me enseña los tres girasoles. —   Tres girasoles — me encojo de hombros. —   Si son tres girasoles, pero observa, analiza. —   Sigo viendo tres tipos de girasoles. —   Son corazones — frunzo mi ceño, definitivamente está loca — así es como empieza el amor — alza el c*****o —, así se desarrolla — señala el girasol normal —. Y así termina — señala el girasol seco. —   Eres rara. —   El chiste es que al final terminamos con un corazón roto. Mamá terminó con su corazón roto y yo creo que también terminaré con uno igual o peor que el suyo. —   Tu madre está muy orgullosa de ti, Sofía. Sonríe. —   Gracias, Alex. —   De nada. —   ¿Me ayudaras a cumplir los sueños de mi madre? —   Solo no hablemos del amor— le ruego. Izan había llamado para decir que regresara de inmediato para cenar en familia, se había ofrecido para irnos a buscar al campo de girasoles, pero me negué, podíamos llegar solos. P O D I A M O S. No, no podíamos. El atardecer había llegado, las nubes grises empezaron a ocultar el sol poco a poco y con ello la lluvia cayó, después una tormenta cayó sobre nosotros. —   ¡Mierda! La lluvia empezaba a empapar toda mi ropa y los truenos empezaron a retumbar el cielo. —   ¡Esto es genial, Alexander! Sofía iba con los brazos extendidos mientras manejaba la bicicleta, se estaba divirtiendo, mientras yo maldecía por lo bajo. Un rayo cae. Y Sofía cae de la bicicleta. Manejo hacia ella rápido, pero ella se está riendo. —   ¿Viste eso? — sigue riendo. —   Vamos a morir por un maldito rayo, Sofía — la regaño — tenemos que ponernos a salvo. Asiente, mientras se pone de pie y recoge su bicicleta. Observo para todos lados y veo una techumbre a los lejos. —   Vamos para allá.    Los relámpagos y los rayos siguen cayendo, unos más cerca y otros más alejados, Sofía tiene la cabeza entre las rodillas y tararea una canción en inglés, yo trataba de contactar a Izan. Pero nada daba resultados, el teléfono se quedó sin batería. Mierda. Solo teníamos que esperar a que la lluvia dejara de hacer de las suyas. Me siento a lado de Sofía. Teníamos frio, la ropa empapada no ayudaba mucho. Estamos en el mes de mayo y la lluvia no tardaría en hacer de las suyas. Maldita mierda. —   ¿Qué cantas? — Sofía alza la cara, tenía sus ojos rojos e hinchados, la barbilla le estaba temblando. —   La canción que mamá me dedicó. Me quedo callado, ¿Qué podía decirle yo? Yo que siempre tuve todo y que nada me faltó, yo que era una persona demasiado arrogante, yo que siempre trataba de mostrar mi verdadero yo, yo que maldecía a la vida, yo que siempre he tenido a mis padres a mi lado. Preferí que siguiera tarareando aquella letra de canción, no me enfadé y tampoco la mande a callar como normalmente lo hubiera hecho, solo dejé que siguiera cantado, mientras la abrazaba por los hombros y la atraía a mí y ella recargaba su cabeza en mi hombro derecho. Me sorprendía Sofía, porque a pesar de estar tan rota por dentro, ella, ella seguía sonriendo como si no pasara nada, cuando en realidad pasaba de todo. Siempre he maldecido y mandado a la mierda a todos y a todo y mamá siempre me había reprochado eso, sus palabras siempre había sido: “no estas valorando nada” y tal vez sí, no estaba valorando nada, por qué yo siempre había tenido. Niño consentido por todos. La lluvia había calmado y pudimos seguir con el regreso, en silencio. Sofía se mantenía en silencio, traté muchas veces de hablar, pero nada, nada salía de mi garganta para tratar de consolarla al menos, para darle unas palabras de aliento y decirle que todo estaría bien y que dejara que las cosas siguieran su curso. Llegamos a mi casa, las luces encendidas y mamá afuera de la casa, con un abrigo y con los brazos cruzados en el pecho. Mierda. Sofía baja rápidamente de la bicicleta al darse cuenta de que la camioneta de su padre estaba estacionada en la acera de mi casa. Palidece. Doble mierda. Parecíamos críos. Carmen aparece con una taza entra sus manos y se coloca a lado de mi madre, su cara de preocupación pasa a una más tranquila. Millones de mierdas si Alicia estaba adentro de mi casa.  —   Bendito sea el señor, Alexander — habla mi madre mientras me acerco a ella —, nos tenían preocupados, tu padre, Izan y el señor Sanz lo fueron a buscar. —   Fuimos a un campo de girasoles, la lluvia nos alcanzó y nos quedamos debajo de techumbre — explico. —   Sofía, entra a bañarte, te enfermaras si sigues con la ropa mojada, Alexander te llevará al baño de arriba y te dará ropa. Mierda, no quería entrar al cuarto de Noa, bueno, al final no tenía todo. Sofía camina detrás de mí, le ofrezco una toalla cuando llegamos al baño de arriba y le explico que shampoo y jabón puede agarrar. Suspiro. Tengo que hacerlo, llevo seis meses sin abrir aquella habitación, tenía que hacerlo. Tomo el pomo de la puerta y la abro de golpe, el perfume de Noa inunda mis fosas nasales, observo aquella habitación con detalle, las paredes de color azul, sus muñecas, sus collares y sus pantuflas debajo de la cama. Todo tal cual lo había dejado. Abro su armario y busco algo que le pueda caber a Sofía. Encuentro lo que busco y salgo rápidamente de la habitación. Toco la puerta del baño y Sofía abre poco la puerta, algo tímida y le doy la ropa. —   Ten, espero y te quede. —   Gracias. Mientras me baño, mamá termina de calentar la cena, Izan junto con papá y Emilio llegan a la casa. Y lo que se supone que era una cena familiar se convierte en una cena con la familia Sanz, Alicia no llega — bendito sea el señor— y entre risas y platicas se pasa la cena. Observo a cada minuto a Sofía, solo observa su comida y no habla, se queda callada. La cena concluye, los Sanz se despiden y me acerco a Sofía para pedirle su número de teléfono. —   ¿Puedes pasarme tu número de teléfono? Digo, para estar en contacto. —   Claro. Intercambiamos y ella se despide. —   Terminaran juntos — canturrea Izan. —   Vete a la mierda. —   ¡Alexander, más respeto! — grita mamá. Le enseño el dedo de en medio y él suelta una carcajada. Me encierro en mi habitación e Izan no tarda en venir a molestar, se acuesta en mi cama con los brazos cruzados bajo su cabeza mirando el techo en donde está repleto de imagines de mis bandas favoritas. —   ¿La extrañas? — susurra —, vi la puerta entreabierta y llevabas meses sin entrar a su habitación. —   Como no tienes una puta idea. Dudo que vuelva. —   Pero prometió volver. —   No todas las promesas se cumplen, Izan, tú estás estudiando la universidad y ella también, hay que superarla. Noa, Noa, aun te espero. 
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