Sepelio

915 Words
Emma Han sido horas devastadoras.Cuando encontramos a mi padre, lo llevamos a emergencias… y nos confirmaron lo que yo ya sabía cuando escuché el silencio en su pecho: mi padre estaba muerto. No lo mataron nuestros enemigos.No lo alcanzó ninguna bala.Su corazón simplemente se detuvo en medio de la batalla.Él, que siempre fue el más fuerte, estaba enfermo… y jamás nos lo dijo. Ahora estoy aquí, en un cementerio ruso, donde él pidió ser enterrado, en la misma tierra que un día conquistó con sangre y honor. No deja de llover.El cielo parece llorar con nosotros.Las gotas golpean el suelo como si fueran miles de despedidas murmullando su nombre: Takumi… Takumi… El barro se mezcla con mis botas, la humedad cala en mi ropa, pero nada me mueve de aquí. Mi familia está conmigo.Los Santoro, con la mirada oscura y los paraguas temblando entre sus manos.Mis primas —Alessia, Luna y Lucia— no han dejado de abrazarme, intentando sostenerme cuando yo solo quiero mantenerme entera. A unos metros están los Yakuras, los hombres más fieles de mi padre.Todos de n***o, de pie bajo la lluvia sin moverse un centímetro, como estatuas sin paraguas, sin temblar.Recibiendo el agua helada como un castigo o un honor, rindiéndole homenaje al Shogun que los lideró durante casi treinta años. Nadie habla, solo se escucha la lluvia, la lluvia… y el peso de su ausencia. Observo a mis hermanos menores, los gemelos, sostenidos por mi tía Amina, que intenta mantenerlos firmes mientras sus ojos que brillan con una tristeza feroz.A unos metros, Riku permanece abrazado a mi tío Stravos, como si todo su cuerpo se sostuviera apenas por el hombro del griego.También están aquí Alekdrad, el hermano de mi madre, junto a su esposa Jazmín, ambos con el rostro endurecido por el dolor y la indignación. Mis abuelos se quedaron en casa con mi madre, intentando consolarla.Ella no está lista para ver tierra caer sobre el hombre que fue su vida durante más de veinte años. Fue entonces cuando lo vi.Una figura caminando desde las sombras.Con ese paso controlado, seguro, casi arrogante.Reconocería ese maldito andar incluso dormida. Cedrik Keizen. Su cabello oscuro pegado por la lluvia, su mandíbula firme, y esos ojos…Esa mezcla venenosa de n***o y gris que heredó de su miserable linaje. ¿Cómo se atreve a venir aquí? ¿Cómo tiene el descaro de presentarse frente a la tumba de mi padre, sabiendo que todos lo consideramos un traidor? Mis primas —Alessia, Luna y Lucia— caminaron detrás mío cuando avancé hacia él. Los Yakuras me miraban con atención, tensos, listos para intervenir, pero no me importó. Cedrik se detuvo a unos pasos.Su voz salió calmada, casi solemne. —He venido a dejarle mis respetos al Shogun. No pensé, no calculé, mi cuerpo se movió solo. Mi puño impactó directamente contra su labio, abriéndolo de inmediato.Un hilo de sangre le corrió por la comisura mientras él me miraba sin retroceder. —Sé que tienes que ver con esto —lo encaré, mi voz temblando de rabia contenida—. Sé que eres un perro traidor, igual que tu padre. La lluvia caía entre nosotros, fría, implacable. —Y te juro —dije acercándome aún más, casi rozando su rostro— ante la tumba de mi padre… que te mataré. Mis dedos se cerraron alrededor de mi arma y mis ojos no parpadearon. —Te mataré, Cedrik.Te juro que te mataré. Cedrik no dijo nada, no se defendió, no se limpió la sangre y solo me miró con esos ojos que siempre ocultaban más de lo que mostraban. Y por primera vez no pude leer lo que estaba pensando. Cedrik Keizen avanza entre las tumbas como si caminara en su propio territorio. La sangre de su labio —provocada por mi puño— resbala por su mentón, pero él la lame, lento, disfrutando el sabor. Los Yakuras, tensos, esperan órdenes para matarlo, pero él… él solo sonríe. —Lárgate de este lugar, mocoso —gruñe mi tío Stravos, amenazante. Cedrik gira el rostro con esa calma perturbadora que solo los verdaderos psicópatas poseen. El cabello oscuro pegado a la frente, los ojos de tormenta —n***o y gris mezclado como veneno— brillando con pura diversión. —Oh, el Zar griego… —musita—. Siempre tan desesperado por ocultar lo que no puede controlar. Da un paso más, los Yakura levantan sus armas y él no se inmuta. Se dirige a mí. Solo a mí. —¿Vas a pegarme otra vez, Emma? —pregunta con voz suave, como un amante que espera otro beso—. Si quieres, puedo inclinarme. No me molesta sangrar por ti Mi respiración se corta. Mis primas se tensan detrás.Lo odio. Lo odio con todo lo que soy. —Te juro que te mataré —le escupo—. Perro traidor. Él ríe, ríe como si mi amenaza fuera un halago. —Mi sangre… sí, es traidora —dice mientras se toca el labio herido—. Lo admito con orgullo, pero yo… yo no fui quien le ocultó un secreto al Shogun. Un murmullo cruza entre los Yakura.Stravos da un paso al frente, furioso. Cedrik levanta la mano como si pudiera mandarlo a callar a su antojo. —No fui yo… —susurra, con una sonrisa que hiela la sangre—. Fueron los griegos. Ese miserable se marchó y mi tío Stravos me contiene abrazandome fuerte.Cedrik no vino a dar respeto.Vino a sembrar guerra y lo logró.
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