La historia que les he de contar no es de las típicas románticas que podrían leer en una novela de Nicholas Sparks, en ocasiones la vida y las historias no siguen solamente con el encuentro de dos personas que se aman y cuando se dicen por primera vez que se aman, en ocasiones también existe el amor que entrelazan las familias que éstos forman, aunque éstos sean en tiempos de boxeo.
Me parece interesante contarles sobre esta historia porque se trata de una familia, una familia que me consta que amó con cada parte de su cuerpo a todos los integrantes de ésta, que no se rindió ante las adversidades que existieron y que van más allá de un amor idílico, de película, un amor romántico. El amor concibe adaptar distintas formas y cuando dos personas se unen, en ocasiones, el amor las separada, y otras veces las une, con una familia, pero las familias no son cuentos de hadas. No existe familia perfecta, solo existe el amor, el perseverante amor, que siempre permanece, aquel que adoptó tantas formas desde la unión de una simple pareja hasta el amor de una familia, el amor de un padre a un hijo, el amor entre hermanos.
Todas estas cosas nos significan, un pasado, un después, no somos productos aislados del amor, no nacemos sin impronta y luego encontramos nuestras almas gemelas, nacemos y vivimos por amor, porque la única fuerza más poderosa que la esperanza es el amor, y es lo único que puede unir, y cuando falta, es como si le faltara el corazón, las venas, el estómago, las familias y las casas tienen todo esto, un corazón, un estómago, venas y preferencias. Pero antes que explicarles la parte de la casa, y de porque una familia es tan importante para sostener un hogar, tengo que explicarles de dónde viene todo. Porque somos aquello que hizo el mundo con nosotros y no lo podemos negar, y eso construye nuestras formas de amar, de amar de maneras distintas, de amar a nuestros seres queridos o a un gran amor, todo lo que hemos vivido, repercute finalmente en cómo amamos el mundo.
En la historia de Sylvie y Walter no se encontraban las mismas enseñanzas que en otras familias, Ivynna lo había notado por ser mujer, y en esos tiempos ser mujer y libre era un tabú, sin embargo Ivynna jamás sintió vergüenza o que estuviera mal en algo, no le prestaba mucha atención a los demás y se vestía de forma llamativa. Su hermano Giuliano no se quedaba atrás, también era un chico que no pasaba desapercibido, de no ser por su timidez, podría haber estado con cualquier chica.
Iba más allá de lo que nos dicen a todos porque son padres, eran consejos reales, Ivynna y Giuliano eran normales, no eran raros, no había que mofarse de ellos porque quien lo hacía, quizás lo hacía para llamar la atención.
De todos modos, hay gente que nace alumbrada, ¿lo entiendes, no? Como si desde que nacieron hubieran tenido un reflector, eso es lo que sentía a menudo Ivynna. Sin embargo, Giuliano, el primogénito era mucho más introvertido, no le gustaba ventilar como los demás lo que los chicos a menudo le hacían a las chicas, detestaba hacerlo y por eso siempre se encontraba en un aura de misterio, pero no había nada de misterio allí, solo era un chico que no se sentía a gusto con sus pares, como Ivynna tampoco se sentía a gusto con las mujeres, pero siempre se sintieron a gusto con sus padres y quizás eso fue lo que generó que ambos al crecer no quisieran abandonar la familia. La familia era pequeña, diminuta, la casa también, pero estaba consolidada sobre un cimiento de valores distinto al de las demás familias o los demás niños de la edad de los chicos, Sylvie y Walter habían dejado entonces de tener visitas y sobretodo, de tener amigos. Antes Giuliano e Ivynna solía pensar que era porque ellos tenían mal carácter, pero no era así, ambos tenían buen carácter, Walter era sencillo, hospitalario, honesto y leal a sus convicciones, Sylvie era una persona leal, confiable y a la que le podías contar cualquier cosa. Quizás eso fue lo que sucedió desde antes, fue haberse dado cuenta que no había nada fuera en el mundo que pudiera igualar al amor y a la enseñanza que existía en la casa.
Existía complicidad incluso para las mentiras, aunque no voy a escribir cuales, pero lo habían, y entonces te dabas cuenta que los hijos eran hijos y los padres un manto que los protegía de todo tipo de maleza que se encontrara en la vida real. Pero era divertido, porque nadie tenía esa confianza con sus padres, nadie podía contarle nada a sus padres.
La mayoría de los chicos no confiaban en sus padres, la rebeldía solía sentar sus cimientos en sus estructuras mentales, pero eso no sucedía con Giuliano e Ivynna, porque ellos confiaban en sus padres mucho más que en el mundo, sabían que el mundo era una bestia cruel y despiadada, que se los tragaría y los escupiría en una rutina y un salario que odiasen, ellos no querían esas vidas, querían la aventura, querían amor, querían sentir a borbotones. Pero no se puede sentir aquello si estás atado a algo, y siempre había algo que los ataba a la realidad, un extraño, un trabajo, una opinión, o un estúpido comentario. O el amor no correspondido, que más que ganas de volar ahuecaba más el fondo, y no se podía rellenar esos huecos ni curar esas heridas, aunque sus padres fueran lo mejor del mundo no podían ayudarles en ello, cuando se enamorasen y creyeran que todo en el mundo podía derrumbarse, porque eso es lo que sucede cuando estás feliz, tienes miedo de que todo en un momento deje de estar bien. Son los gajes del oficio, o de amar en este caso.
Pero eso no impediría que esta familia saliera adelante.