Sylvie jamás perdonó a su madre por ello en realidad, por haberle dicho la verdad de que era adoptada cuando era solo una niña, ya que en los registros figuraba como hija real del matrimonio, ella, legalmente, era una hija más. Podían haberle mentido para que dejara de llorar o para que aquella horrorosa manera de enterarse no fuera un trauma, entonces sus ilusiones no se habrían roto, pero sin embargo, nada de eso sucedió.
Cuando comenzó a crecer quiso buscar a su madre real, su madre adoptiva comenzó a llorar y a acusarla de que la quería reemplazar, lo que hizo que Sylvie finalmente desistiera, y aunque nadie lo supo tampoco, ella lloró aquella vez también. Quería saber de donde venía, porque la había dejado y otras preguntas que al final dejaron de tener sentido con el tiempo.
Su madre tampoco hacía demasiado para no hacerla sentir ajena a la familia. Le advertía que se vistiera con recato porque ya que sabía la verdad, sabía que sus hermanos y su padre no eran finalmente su familia real. Aunque Sylvie jamás sintió que ellos no la trataran como de la familia.
Sylvie encontró un lugar de paz en la religión. Su padre era muy religioso y la llevaba a encuentros con niños adventistas de su edad. Y ella era feliz, porque no la juzgaban, tenían estilos de vida similares y valores parecidos. Pero todo aquello terminó entrando en secundaria.
Por suerte, Sylvie era buena alumna y había ingresado a un internado adventista y pensó que extrañaría a sus padres pero extrañamente no lo hizo. Estaba cerca de sus creencias, tenía amigas, un poco rebeldes pero que no influían en ella y de alguna manera sintió que el tiempo que había vivido con su familia no se había sentido real, descubrió que no sentía su familia como lo era y que aquel lugar ni siquiera era donde perteneciera.
Sentirse sin identidad, sin raíces, al principio le costaba entenderlo, buscó culpar a su madre real de lo que le había hecho, pero luego abandonó esa idea al crecer, porque entendió que eran otros tiempos en los que nació, no se podía abortar simplemente, entonces eligió pensar que la abandonaron porque fue fruto de algo que no se esperaba y no tanto un fruto de amor, porque si hubiera sido fruto de amor, no sería adoptada. En ocasiones, ese era su punto débil. Ivynna lo usó contra ella cuando pelearon y aunque luego se arrepentía, generaba otra vez una cicatriz en ese cuerpo, lleno de éstas, teñido con el manto de la incertidumbre. Y luego, dejó de preguntarse todo, dejó de buscarla, dejó de intentarlo y se enfocó en lo suyo. Sylvia dentro de que cabe no era infeliz, tenía un buen matrimonio y hijos que dependían de ella y la amaban aunque en ocasiones fueran duros. No podía ni imaginarse siquiera que alguien se apareciera en su vida llamándola hija, porque para ser honestos, se casó a los dieciocho. Había pasado más tiempo con su propio marido que con su familia adoptiva.
Ya era una adulta, sabía que no podía pensar que todo acto era personal o desdichado, quizás su historia no fue así, quizás su historia fue dejarla en un lugar donde sabían que la adoptarían y conseguiría un lugar mejor, así que trató de no guardar rencores ni frustraciones. Entendía que los tiempos habían cambiado pero que algunas mentes no, también entendía que muchas cosas las mujeres callaban en esos tiempos, quizás pudo haber sido fruto de lo indeseado. Como sea, ella ya no volvería a tomar ninguno de esos pensamientos que solo la llevaban a lo negativo.
Cuando dejó de preguntarse cosas que no tenían respuestas comenzó a avanzar. acompañó a su marido en cada sueño, como la academia, y luego comenzó a trabajar, no quedaban dudas, no le importaba quien era su madre. Lo único que sabía a ciencia cierta es que la había abandonado. Ivynna le sugirió que la buscara, pero ésta desistió, había enterrado esa mochila que cargó durante toda su adolescencia y le pesaba. Le pesaba porque cuando vivía con sus padres, ella notaba las diferencias, ella notaba que ellos no la tomaban como hija suya, como si hubieran adoptado a un perro. Sobretodo su madre, quien le metía cosas en la cabeza para que se vistiera recatada porque los hombres de la familia no eran su familia realmente. Sylvie jamás olvidaría eso.
Su hermano, luego, el favorito, murió de COVID. Y su madre, se rompió la cadera, allí los llamados a Sylvie comenzaron a destilar, pero Sylvie ya era otra, eso es lo que jamás habían entendido, Sylvie ya no era una torpe niña que se tragaba los cuentos de una anciana, era suspicaz, ávida, inteligente y sagaz, sabía que su madre solo la utilizaba para chismes, lo cual Sylvie odiaba compartir. Su madre se había jubilado hace varios años, pero aún quería saber como todas las ancianas, la vida y las miserias ajenas. Sylvie le seguía el juego hasta un momento, hasta que su madre se metía con alguien de su familia, entonces Sylvie sacaba las garras y respondía a secas la realidad, sin pintarla ni dibujarla, la pura realidad. Ivynna y Giuliano sabían de antemano que su abuela no los quería, también dejaron de frecuentarla, y Sylvie, con el paso del tiempo también dejó de frecuentarla.
Y un día, la mujer falleció, muerte súbita o insuficiencia cardíaca, no recordaba de que había sido, pero el velorio no estaba lleno, solo estaban sus hermanas y sus hijos que pensaban en el siguiente paso de la muerte; ¿cómo se repartirían los bienes? Y esa fue la pregunta, o más bien, es la pregunta que desune a las familias y a los hermanos, todo es perfecto, todos se aman hasta que alguien muere y todos quieren los bienes, aparecen abogados aquí y por allá para reclamar las cosas del muerto. Allí estaba la hipocresía de rodearse con personas y no tratarlas como debería, uno cosecha lo que siembra, y Elba no había cosechado buenas cosas.