El sigilo era una virtud que pocos lugares podían tener, en una casa con perros está era una gran virtud. Mantenerlos en perfecto orden para que las personas y vecinos no se quejaran por la presencia de estos animales no era una tarea sencilla. Alimentarlos, hacer que no pelearán, acostumbrarlos a un lugar donde hacer del baño. Todo esto lo había logrado un tipo que se esforzaba por ellos.
Dentro del pueblo "Santiago" en una casa bastante descuidada pero con un ambiente de paz y tranquilidad habitaba el señor Abram Méndez un señor de 65 años que vivía con sus perros, hijos queridos para el y a quienes dedicaba su vida entera. Era una de esas personas que sin buscarlos se fue adueñando de ellos, algunos regalados otros adoptados pero todos recibidos con el mismo amor y cariño que un caritativo hombre podría ofrecer.
-Este programa está muy aburrido, nunca debieron suspender el programa regalando una casa, era más entretenido que esto que pasan hoy en día -comentaba el señor mientras veía la televisión sentando en su sofá color café acompañado de su perro -No lo crees así Melquiades?
El buen perro quien estaba acostado intentando perderse en su sueño y reposaba su cabeza en la rodilla de su dueño, solo suspiró en señal de respuesta a la reciente pregunta.
-No hay nada que ver, Cómo se puede pasar el tiempo así? -Apesar de la hora Abram estaba acostumbrado a ver la televisión hasta tarde. Era una persona pensionada que solo salía para comprar su despensa de la semana o para hacer algunos pagos y claro está para pasear de vez en cuando con sus fieles amigos.
Tenía 7 perros en total contando al buen Melquiades, un perro color café de tamaño mediano y con un sentido de lealtad con su dueño muy notable. No le gustaba dormir sólo, siempre lo quería pegado a el.
-Oh recuerdas ese otro programa, el domador de perros creo que se llamaba -volvia a preguntar intentado quitar su aburrimiento -si no fuera por sus consejos y todo lo que ahí pasaban te hubieras ahogado con ese hueso cuando asaltaste la basura -Ponía su mano en la barbilla como recordando -Ahí aprendí con un caso que pasaron, recuerdo que metí toda mi mano a tu hocico para girarlo y que lo pudieras expulsar. Cuando la saqué creo que aún tenía de ti sangre en mis dedos, pero lograste salvarte mi buen amigo -le daba unas palmadas en su espalda -Que hubiera hecho sin ti.
Melquiades se tallaba en su pierna como si le pidiera dormir ya o tal vez de agradecimiento por cuidarlo tanto. Pero nuevamente se quedaba quieto para disfrutar su posición cómoda.
La casa era muy pequeña o al menos la gran cantidad de muebles que había y muy desacomodados así lo dejaban ver. Había desde mesas, camas de perro por todos lados, cajas de cartón, 3 sofás en donde los perros pasaban el mayor tiempo del día, una gran alacena con trastes y vasos viejos. Las paredes decoradas con fotos antiguas de la familia y solo en algunos espacios algunas pinturas. Arriba del comedor la última cena y aún lado cuadros religiosos de algunos santos. La Mesa era de madera con un cristal en la parte de arriba que cubría el desgaste. Contaba con 4 sillas de las cuales solo 2 estaban en circunstancias aceptables mientras que las otras 2 con las patas y el asiento roto. Cerca de la cocina estaban los platos de agua y croquetas que alimentaban a sus perros todos los días. El hogar tenía un olor característico que reafirmaba la presencia de estos animales. Unas enormes ventanas que daban a la calle, se pasaban abiertas casi todo el día lo que permitía una buena ventilación a la casa, solo las cerraba en la noche antes de ir a dormir. El pueblo era muy cálido lo que obligaba a tener un aire acondicionado o ventiladores que en el caso de está casa habían 3 tan solo en la parte baja. No solo el señor Abram disfrutaba de esto, también sus queridos perros sentían la necesidad de estar hidratados y sentir el aire refrescante.
Cuando la madrugada entraba en regencia, sus perros se levantaron alterados para ladrar constantemente en dirección a la calle lo que provocó incomodidad y un poco de preocupación a su dueño.
-Qué pasa? Por qué se alteran así? -Abram se levantó para seguir a sus perros a la ventana pues los 7 corrieron al mismo tiempo y parecían ladrar a la misma dirección. Se hizo espacio entre ellos para asomarse y ver cómo un pequeño gato corría desesperado tratándose de alejar de algo pero no lo logró. En unos segundos cayó muerto sin ofrecer mucha resistencia quedando en la calle tirado ya sin respirar. Abram se sorprendió al ver tal acción y más cuando algunos otros animales corrían también asustados. Perros, ratas, gatos fueron algunos de los que alcazaba a ver correr.
Cuando pudo observar mejor se dio cuenta que el aire estaba cambiando de color, una neblina color amarilla se apoderaba de la calle y analizando un poco era el motivo por el cual los animales corrían desesperados. Decidió subir a su cuarto para ayudarse con la altura y ver un poco mejor lo que ocurría. Se desplazó rápidamente en lo que su edad le permitió y lo siguieron casi todos sus perros para seguir ladrando desde arriba.
Llegó a su habitación pero casi era imposible ver a distancia, la neblina era ya muy espesa y le impedía ver bien. Pero su atención fue atrapada por unos gritos que provenían de las calles e incluso de otras viviendas -Ahggg!, Auuu! -Terror había en esos gritos -Qué es esto? -Que alguien me ayude! -se escuchaba a los lejos.
Abram sintió la desesperación que los vecinos empezaban a impregnar con sus gritos. Bajó nuevamente ahora paga ver a dos perros que se habían quedado en la ventana llorando como si alguien les hubiera hecho daño. Intentó mantener la calma y no abrir la puerta pues sabía que esa neblina era la causante de tal alboroto. Se mantuvo firme intentado saber que pasaba a través de la ventana pero no pudo ver mucho. Indeciso optó por tomar el teléfono y comunicarse con su vecina para saber si ella sabía algo.
-Buenas noches vecina perdón por la hora -hablaba nervioso -escuché algunos gritos, Sabe que sucede afuera?
-No vecino -respondía la mujer seria -yo también escuché los gritos y al asomarme me di cuenta de la neblina -intentaba calmarlo al recordar su estado -no se asusté seguro se aclarara pronto, no salga para nada y estaremos comunicados.
-Si, claro gracias.
Colgó el teléfono solo para sentirse más angustiado que antes y nuevamente subió a su habitación para ver si podía descubrir algo nuevo.
Los gritos seguían en las calles los perros de afuera empezaban a ahullar con sentimiento y desesperación que era inevitable sentir una sensación escofriante.
-Rin, Rin Rin -sonaba el teléfono de Abram y rápidamente bajó paga responder.
-Si, diga -era notable el nervio en su voz.
-Vecino soy yo otra vez -le hablaba si vecina ahora con un tono de llanto y tristeza -Yo salí a la calle porque escuché que alguien pedía ayuda y cuando abrí la puerta ese humo amarillo entró a mi casa no me di cuenta hasta que regresé que mi gatita estaba muerta, los vecinos me dijeron que lo mismo les pasó a ellos, ese humo está matando animales hay demasiados muertos ya en las calles, es un horror -Decía tan preocupa y suplicaba-Sus perros están bien?
-Si ellos dejaron de ladrar y ahora están llorando pero están bien, tienen miedo.
-Por ningún motivo abra la puerta hasta que el humo se disperse por favor señor Abram, en cuanto pueda le avisaré si algo más pasa.
-Si, si gracias.
El se sintió tan asustado que ya no podía seguir la conversación. Colgó y llamó a todos sus perros para ponerlos lejos de la entrada y las ventanas. Intentó poner unas jergas en la puerta y cerrar bien las cortinas para evitar se filtrara ese humo con la toxina que mataba animales.
Los perros estaban nerviosos también y empezaba a ser difícil controlarlos a todos y resistir los jalones que hacían para correr a la ventana.
-No!, Quédense aquí conmigo, no vayan para allá.
El más pequeño que se llamaba Sansón de r**a cocker se le escapó y corrió a la ventana para ladrar. Abram le gritaba desesperado que se alejara de ahí pero el animal insistía en quedarse cerca. De pronto empezó a quedarse quiero y lentamente dejó de ladrar para quedarse acostado en el suelo. Abram dejó de agarra a los demás perros paga correr por el pequeño Sansón y vio en su rostro residuos amarillos cerca de su nariz. Volteó rápidamente para corroborar que se estaba filtrando por un punto de la ventana ese vapor. Desesperado jalo al perrito y corrió por unos trapos para tapar el espacio del vidrio que no estaba bien sellado y poder impedir más el paso de tal letal elemento.
Cuando colocó los trapos y verificó que no entraba el aire, Retrocedió para arrodillarse ante el cuerpo de Sansón. Lo abrazó con mucho sentimiento entendiendo que había muerto y no se podía hacer nada más. -Ten buen camino y perdón por no haberte cuidado mejor -se disculpaba mientras sus lágrimas caían invadido por el sentimiento.
Recapacitó un poco al saber que el peligro no había pasado y que debía proteger a los demás. Puso un sillón para que no se acercarán a la ventana y empezó a buscar posibles lugares donde se pudiera meter el viento maldito.
La paz duró muy poco, sus mascotas no pudieron mantener la calma y antes los gritos en la calle algunos se acercaron a la puerta y otros más subieron a la habitación para ladrar por la ventana.
-Melquiades diles que se queden aquí! Ayúdame! -suplicaba que el perro líder pudiera hacerlos obedecer. Su avanzada edad no le permitía correr traes ellos y su cuerpo ya mostraba signos de cansancio. Se sentó en las escaleras mientras observaba como dos perros más que estaban ladrando en la puerta dejaban de hacerlo para quedarse quietos y dormidos en el piso -No por favor no! -gritaba desgarradamente mientras se arrastraba por el piso para llegar a sus perros, los arrastró al centro mientras Melquiades intentaba lamerlos para provocar una reacción pero ambos esfuerzos fueron en vano, los dos ya estaban muertos. Desconsolado tomo una correa para amarrar a Melquiades al castillo de la casa para evitar que se acercara y subió en un último intento por sus perros que estaban arriba aún ladrando. Subió las escaleras lentamente para llegar y ver a sus 3 perros pegados en la ventana ladrando. Se acercó para empujarlos y ordenarles que se quitarán de ahí. Al principio le hicieron caso pero seguían inquietos, cada vez había más gritos en la calle así como más espesor por la neblina que intentaba colarse en todas las casas sin excepción. Pudo ver muy poco realmente el escenario se lo imaginaba por los gritos y por lo que el mismo estaba viendo. No se quiso acercar demasiado para no quedar cerca ni expuesto a aire, aunque no estuviera pasando que los humanos murieran al contacto de este quería evitar de todas formas el averiguarlo con su vida. Al observar la ventana vio en el marco un color amarillo que no estaba antes, el humo se estaba filtrando y era necesario tapar con algo para evitar que sus perros tuvieran contacto. Al voltear para buscar trapos o ropa se topo con la sorpresa que sus perros ya estaban acostados muriendo rápidamente. En su nariz estaba los residuos que tan desesperadamente intentaba evitar. Se arrodilló para gritar y llorar desconsoladamente mientras los acariciaba y hablaba pidiéndoles perdón también a ellos.
Entre los c*******s había un pastor alemán y dos cruzas de perros callejeros. Los tres de tamaño grande que al extenderse en el suelo unos sobre otros se contemplaba más grandes que de costumbre.
La desesperación y frustración era. demasiadas para el, su corazón latía rápidamente mientras lágrimas cubrían sus ojos totalmente. Era un dolor indescriptible que abrazarlos era lo único que podía hacer.
Se quedó un rato ahí con ellos hasta que pudo descansar un poco y levantarse para ir con su más fiel amigo Melquiades y asegurarse de ponerlo a salvo. Su corazón se aceleraba al percatarse que hacía un momento que Melquiades no hacía ruido alguno. Pero la esperanza de haberlo colocado en un lugar seguro le deba el consuelo necesario para resistir.
Bajó las escaleras lentamente y aferrándose al barandal para no caerse pues ya estaba muy débil y destrozado. Al llegar contempló con horror que todo el piso ya estaba cubierto con el humo amarillo. Un agujero en la pared había sido la entrada para este y estaba muy cercano a la posición en que había dejado a Melquiades. Lo encontró ya sin vida y con el cuello torcido pues no pudo caer bien debido a la cadena que lo ataba al castillo.
Abram no podía creerlo, había tenido una enorme perdida en ese día. Desató a su fiel amigo para recostarlo en sus piernas y darle la comodidad que le gustaba. Al final no pudo salvar a ninguno de sus perros y entre su silencio interior y el ruido de afuera sabía que tenía que enfrentar un verdadero infierno ahora vacío por la perdida de sus compañeros de vida.