Moví la cabeza, tratando de coordinar mis pensamientos, y mi mano se deslizó nuevamente sobre mi vientre. Lo sentía demasiado plano. Miré al doctor que estaba sobre mí, revisándome, y traté de modular palabra.
—Mi bebé... ¿Dónde está? —alcancé a decir antes de sentir que la garganta se me quemaba.
El hombre me miró como si estuviera perturbado y negó con la cabeza.
—Cálmate, por favor. Ha pasado un largo tiempo, es normal que te sientas confundida —me sonrió y aplicó algo en mi suero.
¿Confundida? ¿Largo tiempo? ¿Cuánto tiempo había pasado? Quise moverme de nuevo, pero mi cuerpo parecía entumecido, como si me faltara la fuerza o hubiera olvidado, de repente, cómo caminar o siquiera moverme.
—Doctor... ¿Qué pasa? —y ni hablar de lo que me costaba modular palabra.
El hombre, con una expresión compasiva, me miró y suspiró.
—Llegaste aquí hace más de cinco meses con una fuerte infección que hizo sepsis en tu cuerpo. No sabemos quién eres, no sabemos nada sobre tu familia, y estabas en coma. Has regresado. Todo este tiempo he estado cuidando de ti y me alegra mucho que estés despierta.
Mi cerebro colapsó en ese momento, como si me hubieran dado un duro golpe. ¿Cinco meses? ¿Y mi hija? Solo quería saber de mi hija.
—Mi hija... ¿Dónde está mi hija? Yo estaba embarazada.
—No traías ninguna hija, tampoco estabas embarazada cuando llegaste.
—Debe ser una broma, ¿verdad? Mi hermana, Alondra... ella debe estar aquí. Debe ser una puta broma —a pesar de que me costaba modular cualquier cosa, las palabras para el doctor salieron fluidas. Me dolía lo que me estaba diciendo. ¿Cómo que no tenía a mi hija?
Todo se nubló y la situación se clavó en mi pecho como una terrible puñalada. Comencé a llorar desconsolada, porque tal parecía que me había despertado en otro mundo, muy diferente al que vivía anteriormente.
***
Mis dolores se agudizaron y, por muchos días, no quise saber de nada. Solamente quería morirme tendida en esa cama. La noticia de haber perdido a mi hija, de que nadie hubiera preguntado por mí, me tenía en estado de shock. Vivir había perdido completamente el sentido, y sin contar que, por el tiempo que estuve en coma, debía aprender a caminar de nuevo. Definitivamente la única solución era irme de este mundo.
—Dos semanas han pasado ya. Estás en los huesos, no quieres comer, te estás alimentando solamente con el suero intravenoso, no quieres comenzar tus terapias de recuperación y ni hablar de las veces que has intentado suicidarte. Grecia, ¿crees que me sacrifiqué tanto tiempo solamente para que decidas morirte?
Mire de reojo a Camilo, el medico que estaba de turno cuando desperté, y que ha estado de turno siempre, porque él me cuidó desde el primer día que llegue al hospital. Sus ojos oscuros se fijaron en mí, y aunque estaba enojado, solamente reflejaba impotencia.
—Déjame en paz, si quieres pueden botarme a la calle, así puedo morir más rápido.
Camilo se acercó a mí, y me tomó de la mano —todo va a estar bien, Grecia, estás viva después de todo lo que has tenido que pasar, por favor.
Rodé los ojos porque sus palabras no tenían ningun valor, ya me había rendido. Dijera lo que dijera.
—Nada está bien, solamente quiero dejar de existir, dime ¿Por qué no me ayudas con eso? Puedo pagarte. —lo mire con seriedad, porque afuera del hospital tenía dinero, uno con el que podía pagarle para que acabara definitivamente conmigo.
—Estoy para salvar vidas, no para terminarlas. ¿Quieres que llamemos a algún pariente? ¿un familiar o un amigo?
Su pregunta ni siquiera me tomo por sorpresa, porque no quería llamar a nadie, si estaba ahí abandonada, era porque no le importaba ni siquiera a mi hermana, no tenía sentido llamarlos, cuando ellos no me buscaron nunca.
Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero parpadee rápidamente para no llorar.
—No tengo a nadie a quien puedas llamar. Sé que la cuenta del hospital debe costar una fortuna; sin embargo, afuera tengo dinero a mi nombre, cuentas bancarias y una empresa que se llama Corporación Ventura. Camilo, si me matas, si tienes ese acto de bondad para conmigo, muy seguramente todo el dinero de la cuenta del hospital, más toda mi herencia, se irá a tu nombre —ni siquiera era consciente de lo que estaba proponiéndole al médico.
Camilo debía tener unos 28 años. Era muy guapo, de facciones orientales y una cara tremendamente divina. Su compasión era su mayor virtud.
—Estás loca. Sí, los medicamentos te tienen delirando. Para empezar, este es un hospital público. Solo basta con que me des tu número de identificación y ya está, no debes pagar nada. Respecto a lo que me has dicho... por supuesto que no acepto. Anda, comienza las terapias, haz algo por tu vida. Debes buscar a tu hija.
Cuando mencionó a mi hija, una chispa se encendió en mi corazón. En eso, Camilo tenía razón. No había contemplado la idea de buscar a mi pequeño Sol, porque así iba a llamarse mi bebé. Pero nada me aseguraba que estuviera viva, y mucho menos con cómo estaban las cosas allá afuera.
—Camilo... ¿crees que mi hija pueda estar viva?
Camilo me miró dudoso y se encogió de hombros.
—No puedo decirte con seguridad que lo esté, pero si algo tengo claro, Grecia, es que tú sí estás viva y que debes recuperarte para poder encontrarla. Has pasado por mucho. Casi cumples seis meses en este hospital. Posiblemente ya te den de alta, pero debemos continuar el proceso de recuperación. Dame tu número de identificación; haré todos los trámites en la recepción.
Sí, mi hija podría estar viva. ¿Cómo no pensé en eso? Tal vez me estaba necesitando. Ella necesita a su madre. Debía levantarme de esa cama solamente para luchar por ella, mi razón de ser.
Cuando, junto a Eliodoro, acudimos a la fecundación in vitro, sabíamos que nuestra pequeña era una bendición y que, aunque no llevara sus genes, él estaría orgulloso de tenerla. Mi hija fue concebida con un donante anónimo en un programa de fertilización.
Me mordí los labios, titubeé en responderle a Camilo, pero él, en ese momento, era mi única esperanza. Si me había cuidado por tanto tiempo, muy seguramente era una señal de que podía confiar en él.
—Está bien, mi identificación es 385963.
Él tomó nota en su agenda, se levantó del borde de mi cama, se acercó a mí y acarició mi frente.
—Me siento orgulloso de ti. Vas a ver que te vas a recuperar y podrás salir a buscar a tu hija.
Le sonreí. En el fondo, Camilo tenía algo de razón. Necesitaba estar bien, no solo para saber qué pasó con mi hija, sino también para descubrir quién estaba detrás de lo que me ocurrió. Los recuerdos en mi cabeza eran difusos. Sé, siento, que ella está viva porque en medio de mi parto, escuché su llanto. Pero no me queda claro cómo ni dónde la parí, ni quién me ayudó a hacerlo, y mucho menos cómo terminé en este hospital.
Recosté la cabeza sobre la almohada, imaginándome los mil escenarios en los que podía estar viviendo mi pequeña, y cada uno era más cruel que el otro. Eso sí que me atropellaba el corazón. La intriga de por qué nadie vino a buscarme también martillaba mi existencia. ¿Quién podría ser tan indiferente como para abandonar a otro ser humano? Alondra era una mierda de persona, pero eso no era ningún secreto.
Suspire.
Unos cuantos minutos más tarde, Camilo apareció por el umbral de la puerta de la habitación con cara de pocos amigos. Tenía una hoja impresa en su mano y caminó lentamente hacia mí.
—¿Qué pasa? ¿No me cubre el tratamiento? —se me ocurrió preguntar, y él, de nuevo, se sentó a mi lado.
—Grecia, ¿segura de que ese es tu número de identificación? ¿Eres Grecia Ventura Collins?
—Sí, esa soy yo. ¿De dónde iba a inventarme un nombre?
Camilo sonrió con ironía y meneó la cabeza.
—Grecia, estás muerta.
Me quedé en silencio, procesando sus palabras como si hubiera escuchado mal.
—¿Cómo que estoy muerta? —pregunté con un hilo de voz, sintiendo un escalofrío recorrerme la espalda.
Camilo deslizó la hoja sobre mi regazo. Era un acta de defunción con mi nombre completo, mi número de identificación, e incluso la fecha exacta de mi supuesto fallecimiento: hacía cinco meses.
—Esto es imposible… —balbuceé, con la vista fija en el papel, mis manos temblaban al sostenerlo.
—Según los registros oficiales, Grecia Ventura Collins murió el día que ingresaste aquí. No hay reportes de tu ingreso al hospital ni registros médicos previos. Para el mundo exterior, tú no existes.
El corazón comenzó a latirme con fuerza, incrédula por lo que Camilo decía, era una pesadilla. ¿Cómo podía estar muerta si claramente estaba respirando, hablando, sintiendo?
—Camilo, esto tiene que ser un error. Yo… tengo una hija. Tengo una familia. Yo soy Grecia Ventura Collins.
Él me sostuvo la mirada, compasivo, parecía que era lo único que tenía en el mundo.
—Eso es lo que vamos a descubrir, Grecia. Pero debes prepararte, porque lo que sea que haya pasado contigo… no fue un simple accidente.
Me aferré a la hoja, sintiendo que el peso del papel era el mismo que el de mi propia existencia tambaleante. Estaba viva, pero al mismo tiempo… oficialmente muerta. ¿Qué significaba eso para mí? ¿Y para mi hija?