NUEVO

947 Words
Al día siguiente La alarma suena antes de que el sol termine de asomar y me arranca de un sueño que, si soy sincero, no quería abandonar: ella, en mis brazos, riendo contra mi cuello. No estoy acostumbrado a soñar. Nunca lo hice. Mucho menos con alguien. Me visto rápido, ajusto la camisa, me perfumo y salgo al pasillo… y entonces la veo. Valentina aparece como si el mundo hubiese estado esperando ese momento. Vestido azul oscuro, ceñido a sus curvas, la americana blanca contrastando con su piel, el cabello ondulado cayéndole sobre los hombros como una provocación hecha a mano. Mi respiración se detiene un segundo. —Buenos días, princesa —le digo con esa voz que solo ella logra sacar de mí—.¿Cómo has dormido? Ella se muerde el labio, nerviosa. Dios… ¿cómo pretende que yo mantenga la cordura? —Honestamente, no dormí mucho porque me la he pasado toda la noche soñando contigo. El universo podría colapsar ahora mismo y yo seguiría aferrado a esta mujer. Miro ambos lados del pasillo para asegurarme de que nadie nos vea. Ella hace lo mismo. En cuanto confirmamos que estamos solos, sus brazos rodean mi cuello y yo la tomo de la cintura, atrayéndola hacia mí. Su cuerpo encaja perfecto contra el mío, como si hubiese sido diseñado a medida. —Yo también he soñado contigo —confieso, rozando mis labios con los suyos—. No he podido dejar de pensarte ni un instante. Eso no me había pasado nunca con nadie… ¿Qué me estás haciendo, Valentina? No me responde. No necesita. Su boca encuentra la mía, y el beso es tan lento, tan delicado, tan… nuestro, que siento el corazón rendirse. Ella tiembla. Yo también. —Alex, si me sigues besando así no podré más que pedirte que nos quedemos… —bromea, sin aliento. Río contra sus labios y la beso una vez más. —Me encantaría quedarnos encerrados aquí todo el día, pero tenemos cosas que hacer. Ella suspira, resignada. —Lo sé… vayamos a desayunar, así después podemos ir al banco. —Mejor —respondo con picardía y entrelazo mis dedos con los suyos—. Vamos. Disimular se nos está volviendo un arte complicado. Apenas entramos en el auto, supe que no iba a poder mantener las manos lejos de ella. Conduzco y mantengo una mano sobre su muslo. No debería. Lo sé. Pero es que tocarla se volvió una necesidad. —¿Crees que Eliza sospeche algo? —pregunta ella, mirando mi mano sobre su piel. Sonrío. —No lo sé. Pero tampoco sé qué tan bien se nos da eso de no mirarnos como nos miramos. Hay… algo entre tú y yo. Un imán que no sabe fingir. Ella sonríe, tímida. —Me sucede igual. Me es inevitable mirarte. Mi pecho se tensa. Hay cosas que quisiera decirle, cosas que me queman por dentro. —Mi amor… —empiezo, y noto cómo su respiración se corta al escucharme decirlo así—. Todo lo que estamos viviendo es increíble. Yo también quiero vivirlo todo contigo, pero no podemos olvidar algo importante. Debemos descubrir quién mató a nuestros padres. Lo digo despacio, con el peso real que esa verdad tiene. La veo tragar saliva. —No podría olvidarlo, aunque quisiese… Yo necesito encontrar al culpable. Necesito que pague. —Yo también. Pero para hacerlo debemos ser fríos y calculadores —sentencio. Ella asiente, aunque sé lo difícil que será. —Ese es el banco. Estaciono frente al edificio, enorme y elegante, como todo en el mundo que Salvatore construyó. —El gerente era amigo de tu padre. Estoy seguro de que está al tanto de todo. Salgo del auto antes de que me bombardeen más preguntas y rodeo el vehículo para abrirle la puerta. Su sonrisa vale el mundo entero. —Qué caballeroso —dice, tomando mi mano. —Tú te mereces solo lo mejor —respondo y le doy un beso leve en la comisura de los labios. Un roce mínimo… suficiente para querer más. —Definitivamente eres increíble —añade—. Creo que deberíamos disimular. Intento soltarle la mano, pero me resisto un segundo más de lo que debería. —Alex, si no me sueltas, todos se darán cuenta. Respiro hondo. Dueño de empresas, experto en estrategias, capaz de manejar crisis corporativas… pero incapaz de soltar la mano de esta mujer. —Llevas razón… —digo, cediendo por fin—. ¿Preparada para ver los números reales de tu fortuna? Ella parpadea, sorprendida. —No sé si estoy preparada… Río suavemente. —Puedo imaginarlo. Pero no tengas miedo. No creo que seas de esas mujeres que se impresionan por el dinero. —Claro que no. A mí solo me impresionas tú —responde. Sus palabras me golpean como un estallido de calor en el pecho. Me detengo. La miro. Y creo que mi alma da un giro completo. —Me encanta esa sonrisa tuya… hermosa y romántica. Vaya combinación más peligrosa. Ella ríe. —Lo mismo podría decir de ti, pero si seguimos así no iremos a ningún sitio. Tiene razón. Respiro hondo y abro la enorme puerta del banco. La dejo pasar primero. Y mientras la observo entrar en ese nuevo mundo —el suyo, el que heredó, el que la espera— no puedo evitar sentir orgullo. Y una certeza que crece con cada paso que da: No importa qué secretos encontremos después. No importa quién se interponga. No importa qué tan oscura sea la verdad. Voy a estar con ella. Siempre. Porque esto que tenemos… no estaba en mis planes, pero ahora es lo más real de mi vida.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD