NO LA ESPERABA

865 Words
Son más de las doce cuando por fin llegamos a la casa. Entramos en silencio, como si el mundo entero pudiera romperse si alguna tabla del suelo cruje. Caminamos casi en puntas de pie, pero lo más extraño es que no lo planeamos: simplemente nos sale así, como dos adolescentes que vuelven de una escapada prohibida. Y aunque es absurdo, también es necesario. Lo nuestro es demasiado nuevo, demasiado íntimo, demasiado frágil como para ponerlo en manos de la curiosidad ajena. —Recuerda que no podemos confiar en nadie —le murmuro al oído cuando llegamos al pie de la escalera. Ella se gira. Me mira. Y esa sonrisa suave, íntima, escondida, me atraviesa el pecho. —Lo sé… solo confío en ti —dice. Y se me afloja algo por dentro. Algo que no sabía que llevaba tenso desde hace años. —No me hagas las cosas más difíciles, principessa… —susurro, acariciándole la mejilla, sintiendo cómo su piel se enciende bajo mis dedos. Si sigo tocándola así, la voy a cargar en brazos y no la voy a dejar dormir en toda la noche. —Me encantaría que durmiéramos juntos —confieso—, pero si lo hacemos, todos lo notarán. Y ahora… no podemos. Ese por ahora es más una promesa que una advertencia. Ella lo entiende. Lo sé por la forma en que sus labios se curvan. —Siempre puedes escaparte en medio de la noche y entrar a mi cuarto… o yo al tuyo —susurra, rodeándome el cuello, jugando con mi cabello como si quisiera tentar al diablo. Y yo soy el diablo. —Princesa… —mi voz sale más grave de lo que quisiera. Mis labios rozan los suyos apenas—. Si sigues provocándome así, no te voy a dejar dormir en toda la noche. Y necesitas descansar. Ella ríe bajito. —De acuerdo, me detendré… —Solo por hoy —aclaro, y su risa crece un poco más. Subimos de la mano. No debería, lo sé. Pero no puedo soltarla. Es un imán. Un imán que me arrastra directo a su puerta. Cuando nos detenemos frente a su habitación, me mira como si el día entero hubiera sido un regalo. Como si yo hubiera sido un regalo. —Gracias por el increíble día que me hiciste vivir —dice. La tomo del rostro, suave. No quiero marcarla. No quiero romper este momento perfecto. —¿Y cómo piensas agradecérmelo? —pregunto, acercándome solo un poco antes de besarla. Un beso lento, profundo, que me hace olvidar todo salvo a ella.—Lo que hacemos el uno por el otro nace de lo que sentimos, no de expectativas —susurro tras el beso—. Pero aun así, gracias. Gracias por confiar en mí… por permitirme amarte como lo hago. —Valentina, te prometo que nunca voy a lastimarte. Sus ojos brillan. Supe desde el primer día que su alma estaba rota. Nunca pensé que querría ser yo quien la reconstruya. —Ni yo a ti, Alex… —contesta y me besa otra vez. La tengo en mis brazos. Sus labios contra los míos. Su respiración mezclada con la mía. Si no me controlo, la llevo a mi habitación sin pensarlo. —Princesa… —jadeo entre risas—. De verdad necesitas dormir. Mañana no vas a poder moverte si seguimos. Ella frunce los labios, tentadora. —Además —continúo— mañana temprano tenemos cita en el banco. Tienes que registrar tu firma. Eso la devuelve un poco a la realidad. —Tienes razón… —dice—. ¿Qué te parece si desayunamos los dos solos antes de ir? Sonrío. No puedo evitarlo. —Me encanta la idea. Tú y yo, un café… un sitio donde nadie nos conozca… y besarte sin que nada nos importe. —Salimos a las 7 a.m., ¿sí? Asiente y se gira hacia la puerta. Pero no la dejo ir. La tomo del brazo con suavidad y la jalo hacia mi pecho. Ella ríe. Es música. —Que no pueda dormir contigo esta noche, o que te diga que debes descansar… no significa que no vaya a darte tu beso de buenas noches —le digo contra los labios. Y la beso. Dios, cómo la beso. Como si esta fuera la última noche del mundo. —Hasta mañana, amore mio… —murmuro antes de abrirle la puerta—. Que descanses. —Yo lo intentaré… aunque lo veo difícil. Ella se ríe bajito. —Buenas noches —susurra antes de entrar y cerrar. Me quedo un momento allí, viéndola desaparecer detrás de la puerta, escuchando el eco suave de sus pasos alejándose. Respiro hondo. Muy hondo. Bajo la escalera despacio. Mi mente está en caos. Mi pecho está ardiendo. Mi vida cambió en solo unos días. Y ella… ella es la responsable de todo. La tormenta que trajo la muerte de Salvatore me había dejado a la deriva. Sin rumbo. Sin suelo. Y justo cuando el mundo se me caía encima, apareció ella. Pequeña. Brillante. Inesperada. Como una luz en medio del desastre. No la esperaba. Jamás habría imaginado algo así. Pero vaya… qué hermosa sorpresa me dio la vida.
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