TODO TIENESENTIDO

986 Words
Sigue acostada boca abajo entre las sábanas, con mi camiseta puesta, el cabello desordenado sobre su espalda desnuda… y juro que es la imagen más hermosa que he visto en mi vida. Acabo de dejarla sola unos minutos para prepararle algo de comer, pero mientras bajo del camarote con la bandeja en las manos siento que la llevo grabada en la piel: sus dedos, sus uñas, sus gemidos, su cuerpo temblando por primera vez bajo el mío. Y cuando vuelvo a subir y la veo levantarse para mirarme, me quedo sin aire. —Principessa… —murmuro apoyado en el marco de la puerta. Sus ojos recorren mi cuerpo. Estoy en bóxer, sin camisa, con el pecho aún marcado por sus uñas. Su mirada… Dios, su mirada me incendia. Entro en la habitación y camino hacia ella despacio, disfrutando el efecto que le provoco. Dejo la bandeja a un lado y me acerco para besarla. Un beso lento, suave, de esos que te hacen olvidar cómo se habla. —De verdad que mi camiseta te luce preciosa —le digo contra el cuello, besándola ahí, donde sé que pierde las fuerzas. Ella se incorpora, recoge un mechón de su cabello y mira la bandeja. —Uhmmm… me encanta la pasta, pero… ¿cocinaste tú? —pregunta, sorprendida. Río de lado. —Digamos que es mi “kit de emergencia” para cuando vengo al yate. —Sirvo vino en dos copas—. No es pasta fresca, ni salsa casera… pero sirve cuando no trajiste nada para cenar. —Por mí puedes traer pan duro, que igual me lo como con el hambre que tengo —dice riendo. Esa risa. Esa espontaneidad. Esa mujer que no pretende impresionar a nadie. —Me encanta eso de ti —confieso. —¿Qué cosa? —Que disfrutes la comida… los postres… —la miro sin reservas—. Y ahora, de mí. Ella remata: —Y ahora de ti. Los dos reímos, pero yo la miro y sé que no es broma. Sé que lo siente. Sé que me desea. Sé que me quiere. —Eres realmente hermosa —le digo. Y lo digo porque es lo que veo: una mujer preciosa, dulce, fuerte, desarmada y perfecta en su imperfección. Ella deja el plato a un lado, se acerca de rodillas hacia mí, se sienta en mis piernas y me rodea el cuello con los brazos. —Que hayas sido tú el primero… fue la mejor decisión de mi vida —susurra. Trago aire porque siento que el pecho se me enciende por dentro. La rodeo con mis brazos, la sostengo firme, como si fuera una pieza frágil y valiosa. —No sabes lo bello que es escuchar eso —respondo, y la beso lento, saboreándola, grabándola en mi memoria—. Quiero ser el único… Lo digo antes de pensarlo. Lo digo porque es verdad. La quiero solo para mí. La quise desde el primer día. Ella se derrite en mis brazos y mis manos suben por su espalda. —Te amo, Valentina —susurro en su oído, ronco, honesto. —Y yo a ti, Alex… —responde casi temblando. La abrazo más fuerte. No puedo evitarlo. Ella me abre algo por dentro que creí muerto desde hace años. —¿Qué te hago sentir? —pregunto llevándome su rostro entre las manos. Me mira como si yo fuera algo irreal. Como si ella no entendiera cómo la elegí. Como si no supiera que en cuanto la vi, supe que mi vida iba a cambiar. —Me haces vivir un mundo de sensaciones nuevas —confiesa—. Me cortas la respiración cuando estás cerca, pero si te alejas es peor. Ayer… cuando te vi distante, sentí que me moría. Alex, no sé cómo manejar todo esto que provocas en mí. Me sonrío. Ese miedo es el mismo que llevo yo adentro. —A mí me sucede igual contigo, princesa —respondo—. Desde la primera vez… esa corriente que sentí… fue tuya. Lo que pasó hace un momento fue tan intenso que todavía estoy tratando de entenderlo. Aunque… Me detengo. No debería decirlo. Pero si no lo digo, me ahogo. —Debo admitir que tengo miedo —confieso. Su ceño se frunce con dulzura. —¿Miedo? ¿De qué? Respiro hondo. —A veces siento que estoy traicionando la confianza de tu padre —susurro—. Él fue como un padre para mí… y no sé si habría aprobado esto. Lo digo, y me duele. Salvatore confiaba en mí, me dio su lealtad completa. Y yo estoy con su hija. Con la mujer más valiosa de su vida. Ella toma mi rostro entre sus manos, con esa ternura que me desarma entera. —Mi padre solo quería que yo fuera feliz —dice—. Y tú me haces feliz. Muy feliz. Se acomoda sobre mí, con las piernas alrededor de mi cintura, y mi respiración se corta. Me besa. Lento. Profundo. —Se enfriará la comida… —murmuro sin convencerme. —He comido suficiente comida en toda mi vida… —responde acercando su boca a la mía—. En cambio, a ti… no te he besado lo suficiente. Río contra sus labios. —Tenemos que ponernos al día, entonces. —La aparto un segundo—. Solo déjame quitar la bandeja antes de que termines manchada con salsa de tomate. Dejo la bandeja en el suelo, vuelvo hacia ella, la miro como si fuera lo más hermoso que he visto. —¿En qué estábamos? —pregunto con una sonrisa peligrosa. —En esto —dice. Y me besa. La tomo por la cintura, la tumbo sobre la cama, y su risa se mezcla con mi respiración. No hay prisa. No hay miedo. No hay dudas. Solo ella. Solo nosotros. Y esta certeza ardiente en mi pecho: Con Valentina… todo tiene sentido.
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