INEVITABLE

1006 Words
No sé cuántos minutos llevo besándola, pero sé que no quiero detenerme. Hay algo en los labios de Valentina —en su torpeza dulce, en la forma en que se aferra a mí como si yo fuera un lugar seguro— que me derrite todas las defensas. No debería sorprenderme que bese así. Tiene el corazón tan puro… que cada cosa que hace es honesta. Pero aun así me estremece. Me desarma. Me revienta el autocontrol. Cuando por fin me obligo a separarme, ella queda abrazada a mi pecho, respirando agitada contra mi camisa, sin saber que yo estoy igual o peor. «Es mi novia… Valentina Ferrara es mi novia.» Jamás pensé decir una frase así con tanta certeza. —Eres tan especial… —susurro contra su cabello, saboreando la idea, saboreándola a ella. Levanta la mirada, sonrojada, buscando alguna burla que yo jamás tendría para ella. —Soy una chica más —dice tímida, insegura, como si no tuviera idea del efecto que causa. Niego, sonriendo porque no puedo evitarlo. —Luego te explicaré por qué no lo eres. Le acaricio la mejilla con los dedos, incapaz de quitarle las manos de encima. —¿Almorzamos juntos hoy? —Claro… pero puedo preguntarte algo? —dice mientras se acomoda entre mis brazos. Me siento en su silla de oficina y la atraigo para que se siente de costado sobre mis piernas, como si llevarla así fuera lo más natural del mundo. Mis manos rodean su cintura; su brazo se enreda alrededor de mi cuello. Huele a vainilla y determinación. Estoy perdido. —Lo que quieras, principessa. La miro. Ella me mira. Y por un momento olvido respirar. —¿Todo lo que pasó ayer… fue porque terminaste con Laura? —pregunta al fin. Sonrío. Esa sonrisa que sale sola cuando estoy con ella. Paso mis dedos por su rostro y siento cómo me tiembla ligeramente bajo el tacto. —Necesitaba cerrar algo que llevaba muerto mucho tiempo… para empezar esto contigo —confieso—. No quería confundirte. Laura llevaba días evadiéndome. Era cuestión de tiempo. —¿Y cómo lo tomó? —pregunta, alarmada—. ¿Le dijiste que era por mí? —No —respondo con suavidad—. ¿Crees que te pondría en esa posición? Claro que no. Pero… sí sabía que lo nuestro iba hacia ningún sitio. Me acerco un poco más, rozando su nariz con la mía. —Y entre tú y yo… soy el primero que quisiera salir ahora mismo de esta oficina tomado de tu mano. Pero preferiría mantener esto entre nosotros un tiempo. Solo aquí. Solo en este piso. Solo en este refugio secreto. —No necesito que lo gritemos —dice—. Prefiero evitar los comentarios. Muerdo mi labio sin poder evitarlo. La tensión entre nosotros vuelve como una corriente eléctrica. —¿Solo aquí en la empresa… eh? —susurro con intención. —¿Y en casa no? —responde ella, divertida. —En casa no —y mi voz sale más grave, más sincera, más cargada de deseo del que pretendía mostrar. Me acerco a su cuello y beso su piel suave. Ella tiembla. Dios… cómo me cuesta contenerme. —Alex… —susurra. Alzo la cabeza y acomodo un mechón de su trenza. Sus ojos verdes me miran como si yo fuera peligro… y también refugio. —Dime. Y entonces su verdad cae sobre mí con la fuerza de un terremoto. —Yo nunca he estado con nadie —confiesa, ruborizada. La miro, sorprendido… y conmovido. Mi sonrisa se suaviza. Paso mis nudillos por su mejilla. —Eso no tiene nada de malo, principessa. Y no tienes que preocuparte por nada. Te respetaré. Tu padre me pidió cuidarte… incluso de mí. Pero ella niega, con un valor y una inocencia que me incendian. —No me malinterpretes… —ríe nerviosa—. Lo decía porque quiero que seas tú. El aire cambia. Juro que puedo sentirlo moverse entre nosotros. Mis ojos se oscurecen. Mi respiración tropieza. La beso. No puedo evitarlo. Un beso lento, profundo, que me perfora el pecho. Apoyo mi frente en la suya. —Prometo que tu primera vez será mágica —susurro, con una convicción que no sabía que tenía—. Lo prometo. Ella sonríe. Yo también. Y entonces… el elevador suena. Yo gruño. Literalmente. Ella salta de mi regazo, arreglándose. —¿Tengo labial? —pregunto rápido, pasándome un dedo por los labios. —No —responde bajito. Se abre la puerta y aparece un hombre que conozco demasiado bien. Alto. Rubio. Sonrisa de actor. Ojos verdes que creen que lo pueden todo. Mateo. Ferraz. Mi mandíbula se tensa automáticamente. —¿Tú eres Valentina Ferrara? —pregunta él, como si ya quisiera apropiarse del aire. —Sí… ¿y usted es? —Mateo Ferraz —intervengo antes de que él pueda adornarse más—. Director de Relaciones Públicas. Él no me mira. La mira a ella. Siempre a ella. —Siento no haber estado ayer —dice, dándose aires—. Estaba de viaje. —Se acerca demasiado y la saluda con dos besos, uno peligrosamente cerca de su boca—. Bella. Molto bella. Valentina retrocede incómoda. Yo doy un paso adelante instintivo. Estoy a segundos de sacarlo a empujones. —¿En qué te ayudo, Mateo? —digo con voz firme, fría, que jamás uso con nadie más. Él sonríe con arrogancia. Odio esa sonrisa. —Hablemos en mi oficina —insisto, marcando territorio. Territorio profesional. Territorio personal. La puerta se cierra tras nosotros. Y mientras lo conduzco al interior, no dejo de pensar en lo mismo: Mateo Ferraz no va a ser indiferente. Ni para la empresa. Ni para Valentina. Ni para mí. Y algo me dice —muy claramente— que este hombre acaba de convertirse en mi primer obstáculo real. Porque si yo la vi… él también la vio. Y ninguno de los dos somos ciegos. Ni inocentes. Ni capaces de ignorar a una mujer como Valentina Ferrara.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD