ENAMORADO

804 Words
Valentina lleva demasiado tiempo en el baño y empiezo a preocuparme. La imagino con las mejillas encendidas, todavía respirando como cuando la tuve sobre mi regazo hace unos minutos. Cuando por fin responde a mí llamado, abro la puerta, la encuentro frente al espejo, retocándose el maquillaje con manos que aún tiemblan. Dios… verla así me desarma. Su cuello está ligeramente sonrojado. Sus labios siguen hinchados por mis besos. Y esa mezcla de inocencia y deseo en su expresión… me enciende de nuevo. —¿De verdad estás bien?—pregunto, obligándome a sonar más sereno de lo que me siento. —Sí… ¿y tú? —responde con una sonrisa nerviosa, como si temiera que yo pudiera arrepentirme de todo lo que pasó. ¿Yo? ¿Arrepentirme de ella? Imposible. —Digamos que sí —murmuro, conteniendo una sonrisa—. No te digo ahora lo que pienso porque nos esperan, pero después… deberíamos hablar. Lo que pienso es que la quiero sobre mí otra vez, que quiero besarla hasta olvidar que no debería hacerlo, que quiero protegerla, cuidarla, enseñarle, desearla sin freno. Pero no puedo decírselo ahora. Ella termina de arreglarse y va a pasar junto a mí, pero la tomo suavemente del brazo. —Permíteme. Hay un botón de su blusa mal abrochado. Ella no lo nota, pero yo sí. Lo acomodo con delicadeza, sin rozar más de lo necesario. Aun así, verla tan cerca, tan vulnerable, tan hermosa, me revuelve todo. —No quiero que los empleados se hagan una fiesta con su imaginación —digo, intentando sonar racional. Ella sonríe, dulce, sorprendida. —¿Siempre me vas a cuidar así? Su pregunta me atraviesa. —Y aún más —respondo sin dudarlo—. Ahora, mejor vayamos, principessa. El elevador es una tortura. El espacio cerrado, el aroma a su perfume, la tensión que todavía vibra entre nosotros… Me cuesta mantener las manos quietas. Me cuesta no besarla otra vez. Me cuesta no recordar lo que casi hicimos hace media hora sobre mi escritorio. Ella respira hondo, valiente, cuando llegamos al primer piso. Yo también. Tengo que ser dos hombres hoy: el socio profesional… y el hombre que quiere a esta mujer más de lo que quisiera admitir. Caminamos hacia el salón de desfiles. Abro la puerta para que entre primero. La sala está repleta; más de doscientas personas nos miran. La primera vez que la vi caminar hacia el atril fue en mi imaginación… hoy es real. Entro detrás de ella y subo a la plataforma. Le ofrezco la mano para ayudarla a subir. La suya tiembla. La mía también, aunque nadie más lo note. Tomo el micrófono. —Buenos días a todos. Mi voz suena firme, aunque por dentro todavía siento el peso del momento en la oficina. Valentina es ahora la presidenta. Valentina es también… la mujer que quiero cuidar a cualquier precio. —El señor Ferrara y su esposa amaban esta empresa —continúo—. Y también amaban profundamente a su hija. La miro. Ojalá pudiera decirle en voz alta que su padre estaría orgulloso. Que yo estoy orgulloso. —Hoy, Valentina Ferrara está aquí para ponerse al frente del imperio que lleva el nombre de su familia. Ella baja los ojos un segundo. Le tiemblan las manos. Quisiera tomarle la cintura y decirle que todo estará bien. —La señorita Ferrara —añado— es una mujer valiente, inteligente y alegre. Y como socio y accionista minoritario, estaré a su lado para apoyarla en todo lo que necesite. Aplausos. Me acerco a ella y susurro: —¿Quieres decir algunas palabras? Ella niega. Sonrío. Valentina tiene valor, pero hablar en público es demasiado para su primer día. —Di al menos que es un placer conocerlos —bromeo, despacio, para tranquilizarla. Le entrego el micrófono. La veo respirar. La veo reunir coraje. La veo convertirse en la mujer que su padre sabía que sería. —Para mí es un honor conocerlos —dice, con esa voz suave que me derrite más que cualquier otra cosa—. Prometo intentar acercarme a cada uno… y les agradezco el apoyo. Los aplausos son más cálidos esta vez. Y yo… yo no puedo dejar de mirarla. No como la presidenta. No como la hija de mi jefe. Sino como la mujer que me está cambiando la vida de una manera que no entiendo, que me asusta y que, sin embargo, quiero seguir sintiendo. Cuando baja del estrado, la acompaño. Mi mano roza ligeramente la suya. Podría tomarla, unir nuestros dedos, entrelazarlos. Podría hacerlo. Quiero hacerlo. Pero me contengo. Por ella. Por mí. Por lo que aún debemos aclarar. Mientras caminamos hacia la salida del salón, solo un pensamiento resuena dentro de mí, fuerte, inevitable: Estoy enamorándome de Valentina Ferrara. Y nada en el mundo podrá detenerlo.
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