INDEFENSO

831 Words
No sé si el mundo sigue girando o si se detuvo justo aquí, en esta mesa diminuta en una cafetería abarrotada. Lo único que escucho es su respiración. Lo único que veo son sus ojos verdes, abiertos como si acabara de entrar en un incendio. La confundí. La abrumé. La expuse. Pero no podía seguir mintiendo, ni siquiera por prudencia. No después de la noche que pasamos… no después de cómo me miró mientras me besaba. —Valentina, dime algo, por favor… —susurro, incapaz de soltar sus manos. Las tengo entre las mías. Son pequeñas, cálidas, suaves. Me gustan demasiado. Y ese es el problema. Ella baja la mirada, después me mira otra vez. —No sé qué decirte, Alessandro… —admite, nerviosa—. ¿Estuviste pensando en mí? ¿Cómo? ¿Como la mujer con la que te besaste anoche? ¿O como la mujer por la que… sientes algo? Trago saliva. Ella no sabe lo que me provoca con esa pregunta. Me inclino hacia adelante. Sus dedos tiemblan dentro de los míos. —Supongo que de todas las maneras que mencionaste —admito en voz baja. Es la verdad. Cruda. Peligrosa. Inevitable. —Pensé en ese beso… mucho —añado, sintiendo cómo mi voz se vuelve más grave—. Pero también pensé en ti antes de que pasara. Te estoy pensando desde que te vi por primera vez en aquel cementerio. Y ahí está. La confesión que no debía salir. La que cambia todo. Ella respira entrecortado. —No entiendo… tú tienes novia. O prometida. O lo que sea. Me duele. No porque tenga razón, sino porque sé que le importa. —Ya te expliqué cómo están las cosas con Laura —digo, intentando no sonar defensivo—. Yo no esperaba que esto me pasara contigo. Y sí… también pensé que tu padre me mataría si supiera lo que siento. —Sonrío, nervioso—. Pero anoche me dejé llevar. Y Dios, cómo me dejé llevar. Sus labios, su perfume, sus manos en mi cuello… no he podido olvidar nada. La miro. Se ve tan vulnerable… y tan peligrosa para mí. —¿Y tú? —pregunto, el corazón latiéndome demasiado fuerte—. ¿Qué sentiste cuando nos besamos anoche? Ella se sonroja. Y me destruye. —Me sucede lo mismo que a ti —susurra—. No puedo dejar de pensarte desde el día en que nos conocimos. Me gustas. Mucho. Una descarga me recorre entero. La quiero besar ahora mismo. Aquí. Sin importarme nada. —¿Eso quiere decir que sentimos lo mismo? —pregunto con una sonrisa que no puedo contener. Ella ríe, tímida. Hermosa, pero enseguida se pone seria. —No es tan simple. Primero está Laura. Y segundo… no sé si yo sea la mujer que buscas. No tengo mucha experiencia en estas cosas… no sé si soy lo que tú quieres. Suelto sus manos. No porque no quiera tocarlas. Sino porque quiero estar más cerca. Muevo la silla. Me siento a su lado, y tomo su rostro entre mis manos. —Valentina —susurro, sintiendo cómo su piel se calienta bajo mis dedos—. Lo de Laura tiene solución, y lo sabes. Solo tengo que esperar a que regrese. Acaricio su mejilla. Es suave. Perfecta. —Y sobre tu experiencia… —sonrío de lado, sin poder evitarlo—. Si nos das la oportunidad, no dudo que puedas obtener toda la experiencia que quieras. Ella ríe nerviosa. Y muerde su labio inferior. Ese gesto me mata. —Tengo miedo… —admite. —¿Miedo a qué? —pregunto, acercándome más. —A que sea solo una confusión. Tú y yo vamos a trabajar juntos. A vivir juntos por un tiempo. Es complicado. —Entonces no nos presionemos —propongo, sin alejarme—. Dejemos que las cosas fluyan. Paso a paso. Sin expectativas imposibles. Sin prisas. Ella traga saliva. —¿Y… cómo sería eso? Mi sonrisa se vuelve peligrosa. No lo puedo evitar. —Por ejemplo… ahora mismo tengo muchísimas ganas de volver a besarte. Ella cierra los ojos un segundo. Respira. Se rinde. —Yo también quiero besarte. Y ahí se rompe mi autocontrol. La tomo por la nuca. Ella me rodea con sus brazos. Nuestros labios se encuentran en un segundo que parece eterno. El beso es lento al principio. Después ya no. La acerco más. Ella sube su mano a mi cuello. Mis dedos se hunden en su cintura. Su boca se abre bajo la mía, cálida, dulce, perfecta. No sé en qué momento olvidé que estamos en un café lleno de gente. Solo siento su respiración mezclándose con la mía. Su cuerpo inclinándose hacia el mío. Su temblor. Mi necesidad. Cuando me separo —apenas un centímetro—, estoy sin aire. Ella también. Apoyo mi frente en la suya. —Me estás volviendo loco —susurro. Ella sonríe. Y yo sé, sin dudas, que esto ya no tiene marcha atrás.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD