Una de las dos chicas que se ofrecen es la mía. Solo de analizar esa frase ya siento náuseas. Miro alrededor y me percato por primera vez del sitio. Es muy luminoso y no de luz natural. Muchas lámparas de lágrimas decoran los techos y hay candelabros de pie por todo el lugar, meseros ofreciendo cócteles que no puedo beber y bandejas con canapés que me saben a gloria. Ya empiezo a tener hambre a pesar del mal cuerpo que se me ha quedado al ver lo que he visto. Y lo que he hecho también. —¿Sabías que era ella la subastada? Le murmuro a mi marido mientras observo como otros compradores pasan por delante de las dos chicas y examinan con lascivia y detenimiento el cuerpo de las dos. Esto es demasiado para soportar. —Limítate a pasar la ceremonia. —No me manipules Dante —le riño tratando

