Capitulo 5

833 Words
—Ha sido un maldito desastre. —cubro mi rostro con mis manos. —Si imaginas a alguien siendo empujada hacia el abismo, la que estaría cayendo seria yo y el que me empuja seria el Sr. Ferragni. —digo su nombre con burla. —No entiendo. —Me Odia. —me siento en el sillón. —Me ha dicho que la próxima vez vaya vestida más... 'Profesional', que solo soy una persona... ¿Soy una persona bruta, Carlos? ¿Soy una persona que no puede retener un poco de información, que no puede vestirse decentemente? —Lo siento, cariño, pero, debo detenerte ahí. —él levanta una mano, cruza sus piernas ya sentado en un pequeño sillón del otro lado, cerca de la vieja y casi arruinada chimenea. —¿Qué sucede contigo, como puedes pensar tan poco de ti? —Él dijo eso y... —No, no, no cariño. —canta negando con la cabeza. —Sabes historia, él necesita de ti, él es el bruto aquí. Eider, no hagas que golpee tu hermosa cabeza contra la pared para que lo entiendas. Río con sequedad, porque sé que si no acepto él podría llegar a cumplir su amenaza. —¿Quién es este arrogante hombre? Malditos esteroides, ¿Quién se cree? Dios, necesito una copa de vino blanco, este ha hecho que se me suba la presión. Mira que si lo veo me lo cargo encima. —Dios, sí que lo harás. No sabes...es mi jefe y él, joder, Carlos. Tiene unos labios, unos ojos...es tan bello. —suspiro recordando antes de que él abriera la boca. —sus facciones son como las estructuras de piedras en museos, como la de Hércules o Zeus, como un dios... —Oh, cariño. Será mejor que traiga el vino, necesitas un trago...recuerda, Eider, hombres así son los más peligrosos. Él te lo ha demostrado. —dice mientras se levanta del sillón y toma el teléfono para ordenar la pizza. —Lo sé. Es un maldito, pero no puedo negar que es atractivo. —le digo con una sonrisa. Río por su expresión severa en su rostro. —Eider, inocente Eider. Estoy reconsiderando lo de tu cabeza golpeando la pared. —me apunta con el aparato n***o. —Lo sé, lo sé. —me levanto del sillón para ir a la cocina. —Iré por el vino, urgente. Comimos y terminamos de tomar una botella de vino. Carlos y yo caímos rendidos en mi cama, el sueño nos consumió al ver que los dos terminamos con la botella y con una caja de pizza. Estaba cansada, demasiado. Esperaba que el día siguiente fuera bueno o al menos mejor que el que había tenido. Mi despertador suena y me estiro para apagarlo, no quiero dejar mi cama, pero lo tengo que hacer. Cuando abro un ojo y no veo a Carlos presiento que está en la cocina. Me meto en la ducha y me refresco unos minutos, cuando estoy lista y mi cabello está seco después de pasarle la secadora, decido hacerme una coleta. Voy directo al comedor que esta junto a la cocina. Y como lo presentí, Carlos esta en bóxer en la cocina, mostrando el buen cuerpo que le ha dejado el gimnasio. El hombre no tiene pudor. —Es mi casa y no quiero a alguien en ropa interior. Recuerda eso, por favor. Él se gira para enfrentarme, tiene una tostada en la boca. Me mira de arriba a abajo e intenta silbar con la tostada en la boca, lo cual no funciona. —Joder, Eider. Estas sexy, si no fuera gay me encantaría tenerte en mi cama. — suelto una risa cuando siento mis mejillas calientes. —Pero ¿qué es lo que te has hecho en el cabello? Me toco mi coleta con una mano, luego de dejar de alizar la falda que se ajusta a mi cuerpo y su color azul oscuro es opacado por la camisa rojo sangre y completando con unos zapatos de tocan n***o con suela roja. Eran mis favoritos y el tercer par de tacones que tenía, los únicos. Preferiría algo más cómodo. —Ven aquí, has destruido el look que llevas con esa coleta aburrida. —me acerco y me siento en una silla mientras tomo una taza de café y la bebo. Carlos comienza a jugar con mi cabeza. Minutos después termina. —Listo, un bonito y sencillo moño. Cuando estoy por mirarme en el espejo miro mi reloj y veo que estoy por llegar tarde. Maldigo y luego agradezco a Carlos, porque sé que estoy bien. Él hace un gesto sin importancia con la mano. Tomo mi bolso y estoy dispuesta a salir cuando suena el teléfono, Carlos está cerca así que él contesta. Hay pocas palabras cortantes, la sonrisa con la que contesto no queda rastro de ella cuando me pasa el teléfono y articula que es mi jefe. El Sr. Ferragni. Suspiro y tomo el teléfono. —¿Hola?
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