C9: Realidad expuesta.

4009 Words
CASSANDRA Las gotas golpean las tejas que recubren el techo, la lluvia comienza a resonar con fuerza y el embriagador perfume a pétricor inunda mis fosas nasales. Aunque estoy dentro de las instalaciones de un peligroso sanatorio mental, la brisa arrastra fragancias tranquilizantes a través de las panorámicas reforzadas a medio abrir. Un oficial de seguridad desenfunda el juego de llaves asido a su cinturón y tras varios intentos fallidos, la reja del pasillo se abre. Sin ánimos de ser poco profesional: me siento dentro del Asilo de Arkam. El blanco de las paredes sigue sin conseguir apaciguar mis nervios; siempre he sabido que es un color silencioso y solitario, ¿es lógico que sea el matiz dominante del interior de la mayoría de los institutos mentales? Quizás. A mi parecer, los individuos recluidos en este lugar son entidades físicas abandonadas por amigos y familiares. La pregunta es: ¿qué culpa tenemos de padecer trastornos que van más allá de nosotros mismos? Cuando ingresé a la universidad, durante mi primer año, fui atendida por la psiquiatra del campus. Me diagnosticó trastorno de personalidad paranoide, es decir, la incapacidad de desconfiar en las personas y creer firmemente que todos conspiran contra ti. Una secuela predilecta que el secuestro cinceló en mi mente. A diario, mi reto radica en convencer a mi parte cuerda de que no todos los que se me acercan terminarán hiriéndome con palabras y acciones. Entre una cosa y otra, la jefa de emergencias del hospital donde trabajo me ofreció a asistir al doctor Meléndez en el área de psiquiatría, por eso hoy estoy aquí. Esta mañana encontré un portafolios sobre mi escritorio, un expediente médico y una dirección anexada a un sobre manila. En letras rojas, el nombre turco de apellido familiar hace eco en mi memoria: Iskander Wadskier. Un corredor estrecho se extiende frente a mí; y, en pasos lentos y erráticos, me dirijo a la puerta dieciséis. A ambos extremos del pasillo, hay pacientes husmeando y vociferando cualquier tipo de obscenidades. —Levántate, Wadskier. Tu nueva terapeuta ha venido a verte. —¿Ella? —Sus ojos azules me barren con desprecio. —Ella incapaz de lidiar con sus problemas. ¿En serio cree que podrá resolver los míos, oficial? El guardia hace oídos sordos y centra su atención en mí. —No lo escuche, doctora Bradshaw. Iskander tiene la capacidad de meterse en la cabeza de las personas —hace una pausa—; en fin, tiene diez minutos como máximo. Aprovéchelos. Habiendo dicho eso, el oficial azota la puerta de un portazo. Ignoro lo sucedido esta mañana en la floristería. Me repito que venir no ha sido un error e intento enfocarme en el chico que lleva mil constelaciones dibujadas en las pecas del rostro. ¡Madre santa! Es el reflejo de Liam. De forma sutil, escucha los pasos hasta que se disipan. El rubio hunde la yema de los dedos dentro de sus rizos domados por acondicionador aromatizado a coco. Estrellas manchando el lienzo irises; quienes a la vez comunican desconfianza, pero veo frente a mí a un joven sosteniendo cargas innecesarias. Me detengo en sus ojos. ¡Vaya! Son hermosos. Arrojan tanta familiaridad que me arrebatan el sentido; quiero hallar una definición para ellos. Desde pequeña tengo la capacidad innata de teorizar conceptos, así que los irises de Iskander son lapislázuli aguamarina. Una mezcla de matices que no puede expresarse con palabras. Lleva auriculares puestos, la música suena a todo volumen y ajeno a mi presencia, observa a través de una solitaria ventanilla como las palmeras se golpean entre sí. La brisa se intensifica a medida que las gotas de lluvia caen con ímpetu sobre el techo. La aspereza en su perfil no se inmuta ante mi presencia. Enseño nos dientes en una sonrisa aterradora. Hasta el momento he tratado pacientes que cuentan sus problemas y eso me facilita el trabajo; pero, ¿qué hay de este tipo que, a simple vista, es una muralla impenetrable? ¿Cómo tenderle la mano a quien no quiere ser salvado? —¿A qué viniste, muñequita? —No soy tu muñequita. Me llamo Cassandra, pero puedes llamarme… Una carcajada corta y seca interrumpe mi enunciado. —Te diré algo, preciosa —se quita los auriculares de los oídos. —Sé lo que intentas hacer... quieres sacarme información sobre el accidente para que la conciencia de Liam esté tranquila. La cuestión es que no recuerdo nada de lo que pasó ese día, ni comprendo por qué esa rata de alcantarilla se empeña en buscar mí recuerdos que no existen. Con todo respeto, la gente necia como tú, me hace querer releer páginas que he pasado y eso me pone de malhumor. Cambia de posición. Ahora se sienta sobre el colchón; flexiona las rodillas quedando frente a mí, es alto. No sé si estoy exagerando, pero su respiración tibia choca contra mis labios. —Te equivocas conmigo —aunque en el fondo estoy muerta de miedo, cruzo mis brazos imponiendo carácter—, no me interesa saber los pormenores de tu vida. Sólo quiero ayudarte a entender cosas. Este chico tiene veintidós años como mucho, no soy buena calculando edades; sin embargo, veo la necesidad de admitir que aparenta más de veinticinco por su altura, músculos tonificados y barba recrecida. En conjunto, le dan un aspecto adulto. Reacomodo la mochila sobre la espalda y quito las pelusas imaginarias del suéter mostaza que cubre mis brazos desnudos; es la segunda manía que adquiero cuando estoy nerviosa. Llevo tres minutos conversando con Iskander y su actitud soberbia me hace sentir neurótica. —Gracias por la información, estaba poniéndote a prueba. Pasaste. De seguro cree que soy tonta. Las pupilas se le dilatan mientras sus irises zafiro se desplazan sin control. Toma distancia, clava la mirada al suelo; no hace falta ser especialista para intuir cuando una persona miente. Sus pecas resaltan más cuando la piel le enrojece v —Seguro. Arrastra una silla sentándose a horcajadas sobre ella. —Tienes novio... ¿Puedo saber su nombre? —menciona, suspicaz. Iskander Wadskier es emocionalmente inestable. Estoy a punto de cruzar el umbral de la puerta cuando el burlesco comentario me detiene. Relájate, Cass, estás grandecita para seguirle la corriente a un mocoso que acaba de dejar los pañales. Niego con la cabeza, rehúso sostenerle la mirada. —Hasta luego. Sin embargo, proyectiles de alto calibre me anonadan mientras bajo los primeros peldaños hacia la planta baja. —Ya te conocía, Cassandra. El tipo que dice ser mi hermano no deja de aturdirnos mencionando cosas sobre ti, y por un momento quise creer que eras diferente. Pero veo que eres la misma escoria que él. La lluvia lejos de amainar, arrecia y agradezco que Isabella me haya obligado a llevar paraguas en un día tan radiante como el que tuvimos las primeras horas. —Me voy yendo, Lydia. Pasaré en un par de semanas a ver cómo está Iskander, ¿vale? Le digo, colocándome el impermeable amarillo que dejé sobre el perchero. Café en polvo se entremete en mis fosas nasales. Muchas veces leí que el sentimiento de añoranza se compara a una ventisca tempestuosa que arrastra todo a su paso, incluyendo la felicidad y la alegría pasajera, ¡cuán cierto es! ¡Qué ingenuos somos los humanos! Somos los únicos capaces de transformar momentos hermosos en situaciones penosas. Fuertes corrientes de aire recorren el corredor que da a la puerta principal, tengo muchísimo frío y quiero llegar a casa; este día ha sido demasiado largo. Necesito desahogarme con Isabella. Desde que llegó apenas hemos tenido tiempo para conversar, las dos estamos inmersas en nuestros mundos de trabajo que hablar es sinónimo de retraso. Hoy es uno de esos días en los que no tengo ánimos de hacer nada, mi día fue un desastre y me siento culpable por la golpiza que Gareth le dio a Liam. Oh cierto, olvidé pagar la membresía y quitaron el servicio el mes pasado. —¿Cómo te vas a ir así? —la castaña rojiza camina hasta uno de los ventanales para evitar que la lluvia siga colándose por la abertura—. Está lloviendo a cántaros. —Descuida, no voy a derretirme. —Vas a pescar un resfriado —Wadskier advierte sin mirarme—. No salgas, es peligroso y podría caerte un rayo. Literalmente. —Deja que te sirva un poco de café también. Revuelve los estantes buscando otro pocillo y cuando lo consigue, se acerca a la estufa. —Gracias, pero mi novio está por llegar y no quiero hacerle esperar —declino la invitación de forma diplomática. Noto la incomodad de Liam propagarse en el aire cuando se remueve sobre el asiento. Evita el contacto visual conmigo y escucho sorber la nariz; ¿se contagió de gripe? Cuando habló minutos atrás su voz no sonaba nasal, por el contrario, su garganta martillaba aspereza. Gruesas pinceladas escarlata le recorren las mejillas como pintor que cede al frenesí del momento. La hinchazón del rostro ha mermado con el transcurso de las horas y recuerdo haber traído el cicatrizante conmigo. —Oye... —me echo el bolso hacia adelante, mientras revuelvo las cosas dentro de él—. Tengo algo para ti. Debes untar un poco sobre las heridas antes de dormir… el efecto es más rápido si las envuelves en gasas estériles. Coloco el tubo de sulfadiazina sobre el mesón; Lydia extiende hacia mí una tacita de porcelana con pequeñas flores turquesa dibujadas junto a gotas de lluvia. —El café lo cura todo. Incluso los corazones rotos. Mira a Liam con disimulo. —Lo sé —mascullo por lo bajo. El vaho se entremete en mis fosas nasales. Sonrío por inercia, este olor me enloquece y es de las pocas cosas que comparto con Gareth. —Cuando me llevabas el desayuno al trabajo me hice adicto al café —Wadskier expone acogiendo el tubo entre las manos; incapaz de darme las gracias—. Antes de conocerte lo aborrecía, de hecho, me daba náuseas. —Conmigo aprendiste a amar muchas cosas. Él le sonríe, ¡está sonriéndole! —Te debo muchas cosas, Lily. Conozco esas sonrisas, las miradas cómplices y el lenguaje corporal que envía coqueteos sutiles. Aprendí a leer expresiones cuando Gareth y yo nos reuníamos a estudiar en la biblioteca de la universidad; y un par de meses después me propuso ser su novia. Me desvié, lo sé, lo que quiero decir con esto es..., ¡vaya! Me sorprende lo rápido que Liam encontró un reemplazo para Chiara, ¡cuánto dolor su corazón sentía! I Quiero vomitar, la insensibilidad masculina es asquerosa. Sí. Estoy molesta porque como mujer sé que ese nivel de descaro rebasa los límites de todo. Es como esa gente hipócrita que llora la pérdida de su mascota favorita y de inmediato la sustituyen. O sea ¿qué clase de ser sin corazón es capaz de hacer algo así? ¡Esto es la vida real! ¡Chiara no es un cerdo, es una persona! He leído que es imposible acercarte a alguien cuando piensas en el amor de tu vida. Aunque la empatía en una de mis cualidades, esta vez no puedo empatizar. ¡No es posible que Lydia sea la novia de Liam! Finjo demencia mirando a través de la ventana, el caos repentinamente envuelve mi alma. No confió en mí y por muy molesta que esté, siempre apoyaré las decisiones que no pongan en peligro su vida. Lydia aparenta ser una buena persona, es cariñosa y que haya sacrificado su vida para dedicarse a Sanatorio Mental Gardenia. Sin duda, es un acto de altruismo que no lo hace cualquiera. —Gracias yo... mejor los dejo solos. Dejo la taza sobre una mesita de madera y giro sobre mis talones iniciando trayectoria hacia la puerta; me siento demasiado incómoda perpetuando entre ellos como la tercera en discordia. Como en las estúpidas películas, espero que Liam me envuelva en sus brazos hercúleos y me explique las cosas que no logro entender. Es obvio que no sucede porqué ¡hola!, no soy su princesa. Giro la perilla de la puerta, camino hasta el picaporte y abro el paraguas para enfrentarme con valentía a la tormenta. Apenas diviso las estatuas paganas del jardín; las fuertes gotas de lluvia forman masas calígines que obstruyen la visión. La niebla es densa. Miro hacia arriba y noto como Dios dibuja con un pincel de precisión líneas mixtas creando espectaculares rayos incandescentes que iluminan la ciudad. La astrafilia puede definirse como la fascinación innata por truenos, rayos y relámpagos; es hermoso catalogarse astrafílico. Deshago los pensamientos y hecho a andar con el alma abatida luchando por salir del pecho. La lluvia es tan fuerte que apenas abandono el techo, los zapatos deportivos y el pantalón se humedecen por el impacto del tintineo contra el concreto. Vaya, no vi antes que las esculturas de dioses grecorromanos visten el jardín, deduzco que el dueño tiene un fuerte deleite por el barroco, las distorsiones entre líneas y amor por el exceso. Observo el Sauce a orillas del estanque artificial donde nadan algunos patos y aparecen un montón de flores exóticas agrupadas por color. Jazmines, magnolias, rosas, jacintos, crisantemos. Si Shangri—La existiese, de seguro fuese un vivo retrato de este lugar. Me hace sentir un apego insano... —Cass. Sólo él me llama así. Maldigo a las hormonas de mi cuerpo. La voz hosca de Liam hace que me detenga en medio del diluvio; lucho internamente por no ceder a los impulsos. Los dientes atrapan mi belfo inferior, siento un cosquilleo en las paredes estomacales y envío plegarias al cielo. Volteo cediendo al m********o que siempre me gana la partida; sin embargo, no me arrepiento de tal decisión puesto que, ¡madre mía!, tengo ante mí una de las escenas más sensuales que he visto en la vida. Me mordisqueo el labio inferior hasta hacerlo sangrar. La franela blanca que lleva pierde el color por el efecto que propina el agua de lluvia, gotas caen sobre sus pectorales acentuándole cada lunar del cuerpo; su cabello dorado se tiñe a n***o. No sé el motivo, pero en algún momento siento que los pulmones dejaran de procesar oxígeno. Es el cliché de película más bonito que jamás he visto hacerse realidad. ¿Quién diablos se cree que es? —Tenemos que hablar... yo —vacila llevándose las manos a los bolsillos. Se detiene situándose a un par de metros de distancia—. No sé si disculparme contigo... —me mira fijamente a los ojos—, porque cada vez que estamos juntos lo que hacemos es herirnos con palabras. Un bonito eufemismo de: nos hacemos daño. —Perdóname, pero no fui la que empezó este absurdo juego —bramo, algo enfadada. —¿Segura? —la pregunta retórica me hace dudar. Acorta la distancia entre nosotros y fijo la atención en la Vía Láctea que trazo mentalmente en sus abdominales—. Todo iba bien entre los dos; pero Gareth siempre aparece cuando nadie le llama. Sé que es tu novio, pero Cassie, me horroriza la idea de imaginar que ese imbécil pueda hacerte daño y no me refiero al emocional, sino al físico. —¿Por qué te empeñas en inventar e imaginas historias? —Sujeto con fuerza el mango del paraguas. —Gareth jamás me lastimaría; nuestro amor es puro y sabes que es así. —Creí que era así hasta que vi esos espantosos moretones en tu cara. Te diré algo, cuando se enoja se transforma en un ser despiadado —se sincera conmigo; la declaración me paraliza en seco—. ¿Sabes por qué me golpeó esta mañana? Niego con la cabeza. Ahora que lo pienso, nadie explicó el motivo de la riña. —Vino por rosas rojas, solo quedaban blancas. Insultó a Isabella por ser "incompetente", luego vociferó a los cuatro vientos que eran tus flores favoritas y cuando le dije que conocía poco a su chica, no tardó en liberar la furia sobre mi rostro —entreabro los labios sin saber que responderle, me siento la persona más egoísta del mundo—. No te juzgo por enamorarte de Gareth; lo que me sorprende es que no le hayas dicho que los tulipanes son tus favoritas. —Odia los tulipanes porque es alérgico —susurro, enterrando la cabeza en los pocitos de agua en los que yacen mis pies. Espero que el zumbido de la lluvia arrope la resonancia rota de mi voz. —¿Y porque a él le disguste algo significa que dejes de amarlo? —estira los brazos como el Cristo Redentor de Rio de Janeiro, imagino la indignación que siente; me siento culpable renunciando a cosas que me gustan para estar en paz con Gareth—. Una relación funciona cuando dos personas aprenden a valorar las manías y caprichos del otro, yo... solo quiero que seas feliz. Sin máscaras. Cassandra, tu mereces a alguien que te regale tulipanes todos los días y te arranque sonrisas de malos labios. —Gareth me hace feliz —afirmo mientras busco algo de verdad en mis palabras. Huyo como prófuga de sus ojos celestes porque en cualquier instante voy a deshacerme en llanto y acabaré contándole todo el infierno que mi novio me hace vivir —¿Por qué es tan difícil de creer? Se le escapa en un hilo de voz. —¡¡Por que no es cierto, Cassandra!! —grita haciéndome sollozar como tonta, parte de mi sabe que tiene razón—. Desde que empezaste a salir con Cadwell cambiaste muchísimo —espeta absorbiendo el agua que le resbala por los labios, quizás derrama lagrimas silenciosas y se me eriza la piel de solo imaginarlo—. No eres la Cassie que conocí en la universidad; ya no expresas tus emociones a través del maquillaje, no escribes tus vivencias en el blog y no acudes a mi cuando algo malo te pasa. Siempre has sido cerrada y sé no puedo cambiar eso, pero quiero saber que sucede en tu vida. Entreabro los labios para responderle, sin embargo, un enorme nudo se encaja en mi pecho y me tala la respiración. Escondo el rostro tras el impermeable del paraguas; la historia entre nosotros tal vez sería diferente si no nos hubiésemos precipitado a tomar decisiones apresuradas. Una vez creí albergar fuertes sentimientos por él y deseé que la emoción fuese recíproca, pero terminé atribuyéndole ese error a una pequeña discusión que tuve con Gareth. ¿Y si no fuese un error? ¿Gareth estaría atormentándome la existencia? ¿Chiara habría roto el corazón de Liam? —¡Tú también cambiaste cuando Chiara llegó a tú vida! —elevo la voz mientas mi mirada se achica, son demasiadas emociones juntas—. No finjas que no es así porque me convertí en la elipsis de tu vida; y créeme Liam, cuando crees ser especial para alguien y no resulta ser así... duele mucho. Se me resquebraja la voz, espinas se clavan en mi alma haciéndome sangrar por dentro. Sello mis labios con la mano derecha que huele al óxido que suelta el tubo del paraguas; al mismo tiempo reprimo un amargo sollozo. Las memorias no tardan en reciclarse automáticamente del inconsciente. Le oculté cosas, aguanté humillaciones por verle feliz y me tragué muchas verdades porque accedí chantaje y los ruegos insinceros de Chiara, ¡fui tan tonta! Sin darme cuenta la ayudé a construir una torre de mentiras... una enorme fortificación que me alejó del único amigo que tuve. ¡Mi corazón estalla en soflamas, quiero contarle toda la verdad! Una vez más, no soy capaz de hacerlo. Me niego a ganarme su resentimiento. —¿Quién te dijo que no eres especial para mí, niña? —inquiere, acercándoseme más. Las gotas que caen sobre su torso empiezan a mojarme. Es una bendición tener puesto el impermeable. Liam se acerca más, no me hace bien esa cercanía. —¡No me digas “niña”! —Cambio el tema rápidamente. Mi padre apodó a una cerdita que tuvimos de mascota con ese nombre y por desgracia, el tío Earl la sirvió de cena durante una reunión familiar. Pobre Niña, ahora descansa en el cielo de los cerdos. —Respóndeme —me pide, dejando escapar una carcajada que se oye verdadera. ¡Es un desvergonzado! ¡Lo está haciendo apropósito! No quiero reírme, pero es inevitable... hay risas que se aferran a la psiquis como balas mortales. —Respóndele a Lydia —retrocedo. Un estruendo rasga las nubes creando un incómodo silencio entre nosotros. —¿Por qué debería responderle a ella? —sus helados dedos suben mi mentón obligándome a mirarlo. Madre santa, me arde la cara. Me alejo de él por el bien de ambos. —No vengas con jueguitos, Wadskier —marco las comillas con la mano libre—, debo admitir que me sorprende que hayas encontrado a alguien tan rápido. —Tú crees que... —señala la estructura a sus espaldas. Luego niega con la cabeza. Leo en sus ojos que no capta lo que acabo de decir, retrocedo más, doy un paso hacia adelante porque siento una roca lastimarme el talón. ¿La razón? Del concreto, brota una especie de nata verdosa y como las suelas gomosas de mis zapatos ceden ante la inestabilidad del terreno; pierdo el equilibrio en cuestión de segundos. La brisa me arrebata el paraguas, no hallo columna de cuál sujetarme, oprimo los ojos con fuerza y justo cuando creo que el suelo amortiguará la caída; los brazos de Liam me sostienen de la cintura e instintivamente mis brazos le rodean el cuello. No puedo moverme, sigo estática, yo... no sé cómo reaccionar al hecho de que nuestros labios quedan a escasos centímetros de distancia. La capucha del impermeable me descubre la cabeza, las gotas no tardan en empaparme el rostro y el cabello. De seguro enfermaré en cualquier momento por hacer el papel de protagonista ingenua; ahora me sumerjo en el océano revoltoso que arropan sus irises celestes. Quiero batallar a muerte para zafarme de las cadenas, pero acabo aferrándome más y el tacto caluroso que transmite a través de la piel me hace sentir en casa. Creo que me besará, pero la gélida temperatura se extingue de mi cuerpo cuando posa los cálidos labios sobre mi frente. De repente, vuelven a mí las ganas de tomar un rostro como lienzo, diferentes pinceles, paletas, correctores, glitters, labiales ¡quiero elaborar un mosaico abstracto juntando todos los colores y texturas! Es mágico sentir como recupero la pasión por el maquillaje; es una manía que me ata mi hogar. El arte es una exploración de nosotros mismos, lo que sentimos, lo que nos mueve; todo lo que sale de nuestras manos es el reflejo de lo que somos. Pasión por algo se ama, es esa fuerza interior que mueve a realizar acciones, para los griegos son Musas y hoy, para mí, es magia. Pequeñas descargas eléctricas me dan cosquilleos estomacales cuando Liam roza su nariz con la mía. Suena cliché, pero esta efímera conversación me motiva a querer volver a ser lo que fui. Al final del día, todos tenemos un faro que nos guía en el naufragio más tortuoso; es increíble encontrar personas que sosiegan inseguridades y calman tempestades. —Cassandra, querida —la pasiva voz a mis espaldas me llena de horror—. Qué alegría saber que estás en buenos brazos. La lluvia oscurece el día. Una linterna esfuma los dibujos imaginarios que trazo y relleno a nuestro alrededor; me paraliza y congela la sangre. De sopetón, siento el corazón atravesárseme en la garganta. Detrás de los barrotes del Sanatorio, Gareth combina el smoking n***o ónix con el paraguas que suele usar en los funerales. Ahora que lo pienso, en su familia muere mucha gente. A duras penas recupero la compostura, mientras maquino como voy a rebatir las evidentes acusaciones. Desgraciadamente, mi novio recordó que debía venir por mí.
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