Hice lo que me pidió, sintiendo cómo mis manos se deslizaban por su cintura hasta llegar a su espalda. El encaje del corpiño era suave al tacto, y mis dedos encontraron el broche con cierta torpeza. Intenté abrirlo, pero me llevó más tiempo del que esperaba. —No estás intentando abrir un cofre del tesoro. Relajate. Volví a intentarlo, pero el broche seguía resistiéndose. Sentía que mis dedos, torpes por los nervios, no respondían como deberían. Finalmente, logré abrirlo, y el corpiño se aflojó. —Bien, pero deberías hacerlo con más facilidad —dijo, separándose apenas para volver a enganchar el broche. Sus manos se movieron con una rapidez que me dejó claro que esto era algo que hacía con naturalidad. —Otra vez. Obedecí, rodeándola nuevamente con mis brazos. Esta vez intenté ser más cu

