Todavía no terminaba de entender cómo es que durante el resto de la semana actuara totalmente diferente a los viernes por la noche. Era una madre común y corriente. Bueno, lo era, salvo por el hecho de que estaba mucho más buena que la mayoría de las madres de mis amigos. Por lo demás era la que me preparaba la comida, la que me mandaba a hacer las compras en los almacenes del barrio, la que se quedaba hablando con las vecinas en la vereda, la que me preguntaba cómo iba en la escuela, la que me trataba con severidad o con ternura cuando lo creía necesario. Pero, a pesar de no terminar de comprender cómo era tan diferente fuera del horario de clase, lo aceptaba. Las lecciones no eran solo sobre sexo. Eran sobre paciencia, sobre respeto hacia el otro, sobre saber en qué momentos había que a

