Se acomodó, subiendo un poco más la cadera, ofreciéndose sin pudor. Yo estaba hipnotizado viendo esa abertura rosada, esos labios carnosos, esa humedad. No era algo especialmente bello, pero aún así daban ganas de mirarlo todo el día. —Lo primero que tenés que saber —dijo— es que esto no se hace con apuro. Ni con hambre. No sos un animal, Lolo. Sos alguien que quiere hacer disfrutar a una mujer. —Sí, entiendo —murmuré. —Empezá por los muslos. Besá. Lamé. Como si no supieras lo que estás buscando. Como si lo estuvieras descubriendo ahora. Me incliné. Apoyé las manos en sus rodillas y me acerqué. Llevé los labios al interior de uno de sus muslos. La piel estaba tibia, suave, con un leve aroma a jabón. Pero también había otro olor que veía del centro. Olor a sexo. No es que el olor fuera

