Primero me dirigí al placard. Lo abrí con cuidado, casi como si temiera que ella pudiera aparecer de repente, cuando sabía que eso era muy improbable. Dentro, encontré lo de siempre: vestidos colgados con prolijidad, polleras, remeras y pantalones doblados prolijamente. Nada fuera de lo común, o al menos nada que me llamara la atención. Pero sabía que lo interesante no estaría ahí, sino en los cajones. Abrí el primero con el corazón latiendo rápido. Ahí estaban. La lencería de mamá. Un montón de tangas cuidadosamente dobladas, dispuestas en filas prolijas, como si cada una fuera una pequeña obra de arte. Todas parecían nuevas. Debían tener muy poco uso. Me di cuenta de que ese no era el cajón de su ripa interior cotidiana, sino que era en donde guardaba la lencería más cara y linda, que o

