La puerta de la casa se cerró detrás de mí con un suave clic. Mis tacones resonaban sobre el suelo, rompiendo el silencio de la madrugada. Me movía con cuidado, consciente del desorden en mi ropa y del olor que llevaba conmigo: alcohol, sudor y algo más. Algo que delataba exactamente lo que había estado haciendo. Desde aquel encuentro con Mateo, mi vida había tomado un rumbo desenfrenado. Salía con chico tras chico, probando diferentes cuerpos y sensaciones, intentando desesperadamente olvidar a Sebastián. Cada encuentro era un escape temporal. Había noches en las que me encontré a mí misma en el asiento trasero de un auto, con manos recorriendo mi cuerpo mientras la música alta ocultaba mis gemidos. Otras veces, en habitaciones de motel apenas iluminadas, perdiendo la ropa y la dignidad

