Aymara se lamentó día tras día por haber dejado ir a Dante. Aun cuando se repetía que era la mejor decisión, el vacío en su pecho le recordaba que había perdido algo más que un hombre: había perdido un amor que la consumía. Pero él no había vuelto. No la había buscado.Para qué seguir esperando Esa mañana despertó con una decisión firme. Su cumpleaños, el 27 de octubre, no se convertiría en otro día de tristeza. Como buena escorpiana, lo celebraría como si no le doliera el alma, con buen alcohol, música a todo volumen y baile hasta el amanecer. —Tienes el corazón roto, Aymara —le dijo su madre esa tarde, observándola con esa mirada que lo escudriñaba todo—. Extrañas a Dante. Aymara bufó, cruzándose de brazos. —No es eso, madre. Solo era un buen chofer. Inés levantó una ceja, divertida.

