La bestia… La bestia… Maldita sea, qué tersa era. Nunca había sentido nada que pudiera igualar la suavidad de sus muslos. El dulce olor de su sexo húmedo me hizo gruñir. Todavía podía saborearla. Tenía hambre de más. Joder, necesitaba más. necesitaba No Kovo, no ese imbécil, sino yo: la bestia que luchó y mató por él. Que lo mantuvo a salvo. Los protegí a todos y ¿qué recibí por mi honor?, ¿por mis años de servicio? Tortura. Tormento. Despido. Traición por mi propia mente compartida, por Kovo, el señor de la guerra. No era más que un arma; una puta arma mortal, pero nada más que un asesino. Hasta que vino ella. Mi compañera. —Mía. —Mi voz retumbó en su pequeño cuerpo. Sentí las vibraciones de la palabra en su carne. Quería volver a sentirlo. Anhelaba marcarla, tomarla, follarla, lle

