El reencuentro

1079 Words
No podía creer que habían pasado semanas desde aquella noche en la discoteca. Parecía una eternidad, y aunque Mateo y yo habíamos seguido en contacto, nuestras conversaciones se limitaban a mensajes de texto. Esos pequeños destellos de comunicación habían mantenido la chispa viva, pero la verdad es que sentía cierta ansiedad. ¿Qué pasaría cuando nos viéramos de nuevo? ¿Sería lo mismo? ¿O acaso la magia de esa noche había sido solo un espejismo, una ilusión creada por las luces y la música? Cuando Mateo me invitó a visitarlo al gimnasio donde trabajaba con su papá, dudé por un momento. Aceptar significaba que nos veríamos en pleno día, sin la oscuridad y el misterio que nos rodearon en "El Fuego". La idea de que todo fuera diferente me asustaba. ¿Y si la química que habíamos sentido no era real? Me preocupaba que el alcohol y la energía de la discoteca hubieran sido los responsables de lo que sentí aquella noche. Pero, al final, decidí ir. El día de la visita, llegué al gimnasio con las manos sudadas y una ligera opresión en el pecho. No sabía si era nerviosismo o emoción. Entré y lo vi allí, de pie, saludando a los clientes que iban y venían, sonriendo con una facilidad que me hizo detenerme por un segundo. Estaba aún más guapo de lo que recordaba. Su sonrisa era más brillante bajo la luz del día, y sus ojos... esos ojos profundos que tanto me habían intrigado en la discoteca, parecían aún más intensos. Mateo me vio y sonrió al instante. Caminó hacia mí con esa misma confianza que lo hacía destacar entre los demás, y antes de que pudiera decir algo, me envolvió en un abrazo cálido, tan natural que hizo que mis nervios desaparecieran de golpe. —Hey, ¿cómo estás? —me preguntó, con esa voz gruesa y ronca que siempre me hacía temblar. Por un momento me quedé paralizada. Mi corazón latía a mil por hora, y sentía las manos ligeramente frías y sudorosas. Pero traté de aparentar calma. —Estoy bien —le respondí con una sonrisa, aunque por dentro estaba hecha un desastre. Me mostró el gimnasio, caminando junto a mí, y me presentó a su papá, un hombre alto, de sonrisa amplia y manos firmes, que me saludó con calidez. Sentí que el ambiente era familiar y acogedor, como si el lugar y la gente formaran parte de un pequeño universo donde todo estaba en calma. —Papá, ella es Valeria —dijo Mateo, y pude notar una especie de orgullo en su voz, lo que me hizo sentir especial—. Es la chica de la que te hablé. La chica de la que te hablé. Me quedé pensando en esa frase. ¿Cuánto le habría contado de mí? Apenas habíamos intercambiado mensajes, pero de alguna manera, sentí que Mateo había estado pensando en mí tanto como yo lo había hecho en él. Después de la presentación, Mateo me llevó a ver una de sus clases de bodypump. Me senté en la parte de atrás del salón, intentando pasar desapercibida, pero fue imposible quitarle los ojos de encima. Estaba tan atractivo mientras se movía, sudando y sonriendo con cada repetición que hacía junto a sus alumnos. Era como si lo viera por primera vez, en un contexto completamente distinto, pero con la misma sensación de fascinación que me había invadido en la discoteca. Cada vez que se reía o hacía alguna broma con los participantes, una pequeña sonrisa se escapaba de mis labios. Era extraño, pero sentía una conexión incluso desde la distancia. Verlo en su elemento, haciendo lo que amaba, me hacía sentir como si lo conociera mejor, como si estuviera viendo una parte de él que pocas personas tenían el privilegio de ver. Cuando la clase terminó, se acercó a mí, sudoroso y con la respiración acelerada, pero su sonrisa seguía ahí, inquebrantable. —¿Qué te pareció? —me preguntó con curiosidad, mientras tomaba una toalla y se secaba la frente. —Me impresionaste —admití, sintiendo que me ruborizaba un poco—. No sabía que eras tan bueno en esto. Mateo soltó una risa suave y negó con la cabeza. —No es para tanto. Pero me alegra que te haya gustado. Nos sentamos a charlar después de su clase, en un rincón tranquilo del gimnasio. Mientras hablábamos, me di cuenta de lo fácil que era estar con él. Era como si nos conociéramos desde siempre, como si el tiempo entre nuestros mensajes y la última vez que nos vimos no hubiera importado. Hablamos de todo y de nada, como si tuviéramos todo el tiempo del mundo para descubrirnos. —Valeria, nunca te pregunté... —me dijo en un momento, mirándome con esa intensidad que me desarmaba—. ¿Por qué no quieres algo serio? Me mordí el labio. Había sido sincera con él desde el principio. No quería comprometerme. Tenía otros planes, otras ambiciones. Irme del país, empezar una vida nueva, viajar. Todo eso estaba por encima de cualquier relación... o al menos eso me repetía. —No es que no quiera —le respondí suavemente—. Es solo que... tengo mucho que hacer, muchas cosas por cumplir. No estoy buscando ataduras ahora. Mateo asintió, aunque podía ver que en el fondo, no le gustaba la idea. No obstante, nunca presionaba, y eso era algo que me hacía sentir segura con él. --- Pero algo había cambiado. Mientras hablábamos y reíamos como si estuviéramos de vuelta en la discoteca, me di cuenta de que mis sentimientos hacia Mateo eran más fuertes de lo que pensaba. Sentía una atracción que iba más allá de lo físico, algo que me hacía querer saber más de él, querer estar cerca, aunque me lo negara constantemente. El día avanzaba y la luz del sol que se filtraba por las ventanas del gimnasio comenzaba a desvanecerse. Nos despedimos, pero esta vez, el abrazo de Mateo fue más prolongado, más cálido. Sentí que no quería dejarme ir. En el camino de vuelta a casa, mi mente era un torbellino de emociones. ¿Qué estaba haciendo? No quería enamorarme, no quería comprometerme, pero no podía negar lo que sentía. Mateo me hacía sentir algo que no había sentido en mucho tiempo, y por más que tratara de resistirme, cada vez me hundía más en la idea de que quizá, solo quizá, esto se estaba convirtiendo en algo más.
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