El sol de la mañana entraba suavemente por la ventana, pero no traía consigo el alivio que esperaba. Sentía una inquietud profunda, como si una verdad que llevaba tiempo intentando ignorar finalmente estuviera lista para salir a la luz. Mateo estaba sentado frente a mí, con esa mirada que tanto había aprendido a leer con el tiempo. Pero hoy, esa mirada me decía todo lo que él no se atrevía a confesar. Llevaba días intentando descartar los rumores como chismes sin fundamento. Sabía cómo era Puerto Iguazú, un lugar donde las habladurías corrían más rápido que el agua en un río. Pero en el fondo, sabía que esta vez no eran simples rumores. Mi intuición, esa que nunca me fallaba, me decía que algo estaba mal. Y cuando Fabián me lo dijo anoche, fue como si una pieza más encajara en el rompecab

