La noche estaba cargada de luces vibrantes y música ensordecedora. Belanova resplandecía como siempre, su atmósfera era un imán para aquellos que buscaban perderse en la euforia de la pista de baile. Pero esa noche, mientras caminaba hacia la entrada, algo en mi interior me empujaba a seguir adelante, aunque cada paso se sintiera como una carga. No estaba allí para divertirme; necesitaba escapar del sofocante ambiente de casa, donde la incertidumbre y las sospechas se habían vuelto insostenibles. Mi amiga, intentando ayudarme a despejar la mente, me había convencido de salir. Sabía que ella solo quería lo mejor para mí, pero la realidad era que la tensión me seguía a todas partes. Entrar en la discoteca no me ofrecía el alivio que buscaba. Desde el primer instante en que puse un pie en el

