¿TE ESCAPAS CONMIGO?

2097 Words
Seguimos hablando muy animadamente sobre las propuestas que tengo para dirigir el departamento de ventas. El licenciado Thompson está como fascinado hablando conmigo, sobre la empresa, los proyectos y dónde quiere llegar, cuando David nos interrumpe. —La señorita Miranda al teléfono —anuncia con mucha seriedad. —Dile que estoy ocupado, que luego le llamo —le responde con seriedad. Su semblante cambia drásticamente. Nada que ver con el entusiasmo que mostraba hace unos segundos. —Dice que es urgente. Tú sabes cómo se pone si… —Está bien. Pásala en la línea 2. Resopla profundamente. Se levanta y se acerca al escritorio mientras David cierra la puerta tras de si. —Bueno, licenciado. Yo lo dejo para que pueda atender su llamada —le digo levantándome de mi asiento y agarrando mi iPad. El teléfono comienza a sonar y él contesta. Me hace una señal para que espere y da la media vuelta, dirigiéndose hacia una parte alejada frente al ventanal. —Hola, Miranda. ¿Dime? —contesta en un tono hosco. Frunce el ceño y se ve muy serio. Casi molesto, podría decir. Camino hacia el otro lado de la oficina, para entretenerme viendo algunas fotografías y diplomas de mi jefe. —Sí, es la nueva Directora del departamento de Ventas —lo escucho decir en voz baja. Las palabras son casi inaudibles. Vaya que sí vuelan las noticias en esta empresa. Me siento algo incómoda por estar ahí, escuchando su conversación, porque pareciera que le está reclamando el que esté aquí conmigo. ¿Es en serio? Esta mujer se las da de víctima y es más perversa… —Escúchame, este no es el momento. Hablamos luego ¿sí? —el tono de su voz se eleva una milésima. Lo veo de reojo. Con desesperación se pasa la mano libre por el cabello, como fastidiado por la conversación que están teniendo. —Te lo repito otra vez, hablamos luego. Adiós. Cuelga el teléfono y cierra los ojos mientras exhala. Vuelve a pasarse la mano por el cabello y se gira hacia mi dirección, por lo que rápidamente vuelvo a dirigir la vista a hacia los cuadros en la pared. Fugazmente observo fotografías en las que posa junto a algún famoso, otras sosteniendo algún reconocimiento, una dónde está al lado de una pareja que parecen ser sus padres, y otra fotografía donde aparece junto al Licenciado Scott, dos polos completamente opuestos. Uno que luce una elegancia exquisita y el otro… Bueno, el Licenciado Scott es demasiado informal y algo excéntrico. Fijo mi mirada en una fotografía en particular. Aparecen los dos, como en una fiesta de gala. Él sonríe animadamente, luciendo demasiado guapo y desbordando elegancia en su traje n***o, tomándola de la cintura. Y ella… Ella se ve como una Femme Fatal en su vestido rojo que marca perfectamente su hermosa y esbelta silueta, mientras dibuja una sexi sonrisa frente a la cámara. Claro que cualquier hombre quisiera estar con esa preciosa rubia. Juntos se ven como una pareja perfecta. Ambos atractivos, sexis, exitosos… Pero, ¿será que él es igual que ella? O, ¿cómo puede estar con una mujer tan malvada? Estoy tan interesada viendo la fotografía y sumergida en mis pensamientos, que no me doy cuenta que él está parado a mi lado hasta que carraspea un poco. ¡Dios, es tan alto! Me veo tan pequeña a su lado, en mis 1.65 de estatura. —Hacen una perfecta pareja —comento en voz baja, más para mí, que para él. Luego me arrepiento de haberlo dicho. ¡Tonta! ¿Cómo podría alguien como él fijarse en mí, teniendo a su lado a una mujer tan guapísima? Creo que mi objetivo no dará resultado. Es casi imposible que pueda fijarse en mí, teniéndola a ella. —Podría ser —me responde dubitativo y casi sin ganas. Nos quedamos parados, uno junto al otro, absortos en nuestros propios pensamientos. Yo con mucha vergüenza por haber escuchado su conversación al teléfono. Y él, completamente en silencio, observando la fotografía. No sé qué decir para romper el incómodo silencio. Desearía que se rompiera el suelo y me tragara en ese mismo instante. —¿Desea acompañarme a almorzar Licenciada Kalthoff? Pestañeo incrédula, pensando si escuché bien. Volteó a verlo y él está viéndome con una mirada curiosa y algo divertida. —¿Entonces? O, ¿no tiene apetito? —Sí, claro. Pero, pensé que tendría otras cosas importantes por hacer. —No se preocupe —ladea la cabeza y sus labios se curvan un poco—. Sabe, tengo curiosidad sobre usted y me gustaría conocerla mejor. Sus hermosos ojos brillan curiosos. ¡Madre mía! Qué ojos más hermosos. Cualquiera podría perderse en ellos. Lo veo fruncir el ceño y salgo de la hipnosis que provocan sus ojos. ¿Qué querrá saber sobre mí, será que ha descubierto algo? O, ¿ella sabe de mí y le ha dicho algo por teléfono? Creo que ve mi mirada confundida y algo asustada, porque de repente se sonríe divertido y continúa hablando. —¡Vamos, licenciada! No pasa nada malo. Es solo que usted me ha caído muy bien y quisiera conocerla más. Suspiro aliviada. —Está bien. Sólo déjeme llamar a mi asistente para avisarle… —No se preocupe. David se comunicará con ella. —Pero necesito mi bolso… —¡Oh, vamos! Si yo la estoy invitando, no necesita llevar nada más. No perdamos tiempo. —Tengo que peinarme, ponerme mi chaqueta… —A mí me parece que así está perfecta, no necesita nada más. Me ruborizo ante su comentario. Me ve suplicante y hace un pequeño gesto divertido, como un bebé. —Está bien. Vamos. Lanza una sonrisa triunfante y con prisa se dirige a la puerta para abrirla. —¡Adelante!—me indica deteniendo la puerta con una mano y señalando hacia afuera con la mano libre. Sonrío vencida ante su encanto y camino casi sin gana. Cuando salgo, David apresura a levantarse de su asiento sonriéndome. —David, cancela mis citas. Saldré a almorzar con la Licenciada Kalthoff y regresaremos en unas dos horas. Comunícate con su asistente para avisarle. Lo volteo a ver desconcertada. ¡Dos horas! ¿Pero qué piensa…? —¡Andando! —demanda con tono autoritario y señalando con ambas manos el camino. Volteo a ver a David con los ojos bien abiertos, pero él, solo se limita a sonreír divertido, mientras encoge los hombros. El licenciado Thompson empieza a caminar y prácticamente me jala del brazo como un niño mimado cuando quiere que lo lleven a comer un helado. Finalmente me doy por vencida por completo y sonrío divertida por su actitud. —Perdone la pregunta. Pero, ¿cuántos años tiene usted, Licenciado? Como él camina un paso delante de mí, se detiene y voltea a verme, pero sin soltar mi brazo. —31. ¿Por qué? —Por nada. Solo creí que tenía algunos 10 años —le suelto, sonriendo y adelantándome a su paso. Al pasar a su lado lo veo de soslayo y noto que también sonríe divertido. Apresura el paso y me alcanza justo cuando doblamos la esquina del pasillo. —Y usted, ¿cuántos años tiene Licenciada Kalthoff? —¿Cuántos cree? —le pregunto con algo de autosuficiencia. —No sé. Soy muy malo calculando edades —manifiesta, encogiéndose de hombros—. Pero por su actitud de señora amargada, podría decir que algunos 50. Voltea a verme sonriendo y triunfante. Abro la boca y hago un gesto de dolor en el pecho, arrugando la cara. —¡Auch! Es usted bastante insolente licenciado. —¡Hum! Pues tal, parece que somos bastante parecidos en eso. Alza los hombros ladeando un poco la cabeza y cerrando los ojos despreocupado. Lo observo detenidamente mientras caminamos, y no sé por qué, siento como si somos dos amigos que se conocen y se vuelven a reencontrar luego de muchos años. Es como si, en un instante, hubiésemos hecho clic. Cuando pasamos por la recepción, el recepcionista nos queda viendo estupefacto. Me vuelvo hacia el licenciado Thompson para observar su reacción, pero él sigue caminando despreocupado, viendo hacia el frente e ignorando todo lo que sucede alrededor. Nos paramos a esperar el ascensor y voltea a verme. —¿Qué desea almorzar? Desvío mi mirada de la suya sin saber qué responder y me encojo de hombros. —No sé. Lo que usted diga —le respondo, regresando mi vista a él. Se coloca el dedo índice en la barbilla, como pensando, y puedo jurar que no hay forma, ángulo o lado en el que este hombre no se vea bien. —¡Hum!, ¿algo que no le guste? O, ¿está a dieta? —voltea a verme arqueando una ceja. —¡No! —sonrío de forma sarcástica. —Bien. Ya sé dónde llevarla. Sonríe de oreja a oreja mostrando su perfecta dentadura blanca. Dos hileras de dientes bien alineados y brillantes, que hacen que se vea más joven de lo que es. Cuando se abre el ascensor, deja que yo entre primero y al entrar marca el botón del estacionamiento. Cuando las puertas del ascensor se cierran, su celular comienza a sonar. Lo saca del bolsillo de su pantalón, ve la pantalla y lo apaga por completo. ¿Será ella? Pienso en el mío y chasqueo la lengua. Lo dejé en la oficina. Maldigo para mis adentros porque ambos vamos en silencio. Un silencio muy incómodo. Él con la mirada perdida viendo la pared y yo viendo el suelo, nerviosa y deseando que me trague la tierra o no haber aceptado su invitación. Sin saber qué decir por estar tan cerca de él, encerrados en este ascensor y con el aroma de su perfume embriagador envolviéndome por completo. ¿Por qué huele tan deliciosamente bien? Pienso aturdida. Su aroma despierta mis más bajos instintos. Me relamo y trago saliva, tratando de despejar estos pensamientos que me aturden. Cuando el ascensor se detiene y las puertas se abren, agradezco al cielo. —Vamos, por aquí —me indica, señalando el camino hacia su automóvil que está a unos cuantos pasos del ascensor. —¡Bugatti la Voiture Noire! —exclamo fascinada, admirando el elegante y estilizado coche n***o—. Solo se hizo uno y fue vendido… —volteo a verlo sorprendida. —¿Conoce de autos? —Un poco —miento—. Además trabajé con la casa francesa mientras estuve en Dien Marken. Y fui invitada en la presentación de este. —Entiendo. Me abre la puerta y me deslizo dentro del automóvil. Dentro huele a él. Por lo que necesito distraer mi mente. Lo observo rodear el capó y luego abrir la puerta del conductor. —Es una pena que tantos caballos de fuerza se mantengan limitados en una ciudad con tanto tráfico —comento, para distraer mis pensamientos. Me queda viendo con curiosidad mientras se sube al coche. —Es lo mismo que yo pienso -expresa—. Pero no crea, a veces me escapo a la carretera y conduzco de un estado a otro para darle libertad. Se coloca el cinturón de seguridad y lo imito. Enciende el automóvil, que ruge suavemente y con delicadas notas que parecen música al oído, mientras se abre paso por la salida del estacionamiento hacia las calles de Manhattan. —¿Le gusta la velocidad, Anna? —curiosea. El tono de su voz es como el de un niño abriendo un regalo de navidad. —Le sorprendería saber cuánto, Licenciado. Me voltea a ver de soslayo y ladea una sonrisa. Mientras conduce se ve relajado. Con la vista al frente y una mano al volante. Mientras que con la otra, peina su cabello hacia atrás, y me sorprende que cada vez se puede ver mucho más atractivo de lo que es. Mientras nos dirigimos al restaurante, le escucho con emoción contarme las experiencias que ha disfrutado manejando el Buggati en carretera abierta. Habla animadamente y solo me limito a sonreír o a hacer una que otra pregunta. En quince minutos llegamos a nuestro destino. —Espero que le guste este lugar —manifiesta, mientras estaciona el auto en una de las calles que permite parqueo. Salimos del auto, entramos al edificio y subimos en el ascensor. Gracias al cielo, acompañados de otras personas que vienen de sus oficinas a comer o a pasar el rato. Porque si hubiésemos estados solos, como en la empresa, no creo que hubiese podido seguir aguantándome las ganas de tirármele encima y comérmelo a besos.
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