Cuando llego al piso de ventas y salgo del ascensor, siento que todos los que están ahí me quedan viendo raro cuando los saludo. Por lo que, apresuro el paso para llegar a la oficina.
—Buenos días Licenciada Kalthof —me saluda Sara.
—Hola Sara, buenos días —le sonrío y sigo caminando sin detenerme.
Deseo no pararme a platicar con nadie. Voy saludando, sin detenerme, a las personas con las que me topo en mi camino. Hasta que, en el pasillo, me encuentro al Licenciado Scott saliendo de su oficina.
—Hola Anna. ¿Qué tal amaneció? —me saluda con efusividad, caminando a mi lado.
—Buen día licenciado Scott. Muy bien y ¿usted?
—Agradecido con la vida, porque permite que usted nos deslumbre con su presencia —manifiesta con desfachatez.
Y ahí está esa estúpida sonrisita otra vez. Esa sonrisita que me confunde, que me enerva y que detesto.
La detesto porque no sé si esconde sarcasmo, cinismo, sinceridad... o, ¡qué diablos!
Le lanzo una sonrisa irónica y me detengo en seco, dando medio giro y quedando frente a frente con él.
—¿Es la frase típica que le dice a todas? —inquiero con fastidio.
—No. Por supuesto que no —responde divertido—. Solamente a usted.
Inhalo hondo, sin saber qué responder. Estoy rabiosa, pero no quiero decir nada de lo que luego me pueda arrepentir.
Lo escaneo de pies a cabeza arqueando la ceja al reparar en lo que viste. Joggers gris, camiseta de algodón blanca, chaqueta sport a juego con los joggers, zapatillas blancas, y varios collares rústicos colgando del cuello.
—Y, ¿esa ropa? —le pregunto de forma incisiva.
Mira hacia abajo, extiende los brazos y observa su ropa con duda.
—¿Qué sucede con mi ropa? —pregunta confundido.
Alza la mano y la pasa por su cabello, que ahora lleva amarrado en una coleta. Voltea a ver hacia otro lado y grita:
—¡Hey, Derek!
Volteo a ver hacia el escritorio de Derek, quien se encuentra ordenando unos papeles y, levanta la cabeza, viendo hacia nuestra dirección.
—Eh, ¿si, jefe? —contesta Derek intrigado.
—Oye, Derek ¿tú ves algo malo en mi ropa?
Derek abre los ojos estupefacto y, hecho un manojo de nervios, balbucea y alterna miradas entre el licenciado Scott y yo, sin saber qué responder.
Sé que no quiere responder en contra de ninguno y está deseando que se lo trague la tierra en este momento, por la situación en la que lo ha puesto este cretino.
—No se preocupe Derek —lo tranquilizo—. No tiene que responder la pregunta del licenciado Scott.
El alivio se refleja en la cara de Derek, quién suspira y relaja la postura al instante.
En cambio, yo, achino la mirada y frunzo la boca, mientras hago rechinar mis dientes para calmar las ganas que tengo de asestarle un puñetazo en la cara y borrarle la estúpida sonrisita que se le dibuja en la boca.
—Estoy hablando en serio, Licenciado Scott. ¿No tiene algo más acorde para venir a la oficina?
—Más acorde… ¿Cómo? —inquiere con fingida inocencia.
—¡Algo más formal, Jason Momoa! —manifiesto airada y luego me arrepiento.
—¿Jason Momoa? —pregunta confundido.
—Sí — le respondo. Un poco avergonzada por mi atrevimiento —. Con esa imagen parece una copia de Aquaman, y no el coordinador de ventas de una empresa de prestigio .
Emite una carcajada de lo más viril y contagiosa.
—Entonces, ¿soy su Aquaman? —inquiere divertido y exasperándome.
—¡Mío, no! —replico tajante.
—Bien, bien. Su Aquaman, no —responde jocoso.
Se tapa la boca con la mano, disimulando una sonrisa. Frunce el ceño y fingiendo seriedad pregunta:
—Y entonces, ¿cuál sería la imagen que, según usted, debo tener?
Prosigo el camino hacia mi oficina, mientras el camina a un paso detrás de mí.
—Pantalón y chaqueta de sastre. Camisa de botones. Zapatos Oxford y…. Sin pañuelos y tanto bling bling colgándole del cuello —le contesto, sin detener mi andar—. Esa es ropa acorde para la oficina.
—No —responde despreocupado cuando giramos la esquina—. No me gusta ese tipo de ropa. Con esta me siento cómodo.
Apresuro el paso exasperada, tratando de dejarlo atrás, pero él también apresura el paso.
—Buenos días, Ángela —la saludo, al llegar a su cubículo.
—Hola Anna, buenos días —me saluda Ángela —. Buenos días Licenciado Scott —se dirige a él.
—Hola, Ángela —le devuelve el saludo con galantería—. ¿Cómo amaneció? A parte de guapa, claro. Como siempre.
Ángela le dirige una sonrisita tonta y se pone colorada cuando el Licenciado Scott se apoya en su escritorio y comienza a adularla: Que, ¡qué bonito peinado! Que, ¡qué preciosa blusa! Que, ¡qué bien huele! Que esto y que lo otro…
¡Ach, no es más que un zalamero de pacotilla!
Ruedo los ojos y aprovecho el momento de distracción para escabullirme a mi oficina. Pero antes de poder cerrar la puerta, se apresura y me alcanza.
¡Demonios!
—¿Tan rápido a sus labores, Anna? —pregunta con demasiada inocencia en la voz.
—Sí —le respondo impaciente—. Tengo mucho por hacer
Observo la hora en mi Patek Philippe dorado y pongo cara de que ya es muy tarde.
—¿Algo importante que tenga que decirme, Licenciado? —añado. Haciendo énfasis en la palabra “importante”.
—No. Solo que… —entrecierra los ojos y se apoya en el contramarco de la puerta con los brazos cruzados—. No sea tan enojona. Así ya no podrá seguir poniendo nerviosos a los demás.
—Y, ¿a quién se supone que he puesto nervioso? ¿A usted?
—No. Por supuesto que no —hace una pausa, niega con la cabeza y luego esboza esa sonrisita que tanto detesto —. Pero sí a Derek. Hace un momento. Cuando hizo todas esas preguntas sobre la ropa y le preguntó su opinión.
—Yo, no.... —balbuceo y luego caigo en cuenta que me está tomando el pelo—. Tenga buen día Licenciado —lo corto.
Cierro la puerta de un portazo y lo escucho lanzar una risita al otro lado de la puerta.
Me giro enfurecida y comienzo a refunfuñar por lo mucho que detesto a ese hombre.
Camino hacia mi escritorio y al llegar a él, me siento. Cierro los ojos y exhalo para tranquilizarme. A los segundos Ángela entra a la oficina.
—Permiso, Anna. ¿Todo… bien? —pregunta con timidez.
—Sí, Ángela —inspiro profundo y suelto el aire lentamente—. ¿Alguna novedad?
Como mi voz aún suena algo molesta, trato de pensar en algo alegre.
—Sí. Ayer vino a buscarla el Licenciado Miller —Ángela se acerca al borde del escritorio—. El jefe de recursos humanos. Pero como no estaba, dijo que pasaría hoy.
—¿Algo más?
—No. Ya anoté la agenda del día de hoy en la computadora y sus cosas están en la gaveta derecha.
—Gracias, Ángela. Eres muy amable. Pero tutéame por favor. Ya te he dicho que me haces sentir vieja.
—Perdón —dice sonriendo—. Es que no me acostumbro. ¿Quieres que te traiga café?
—Sí, por favor. Te lo agradeceré mucho.
—Regreso en un momento entonces.
Ángela sale de la oficina y trato de acomodarme en la silla.
Abro la gaveta, busco mi cartera y saco mi teléfono y lo reviso. Tengo llamadas perdidas de mi padre, algunas de Roddy que sigue insistiendo y miro los mensajes de un número desconocido en mi w******p.
Los abro y son las fotografías que me tomó Alexander el día de ayer, junto con un texto:
Para que los recuerdos de este bonito día, no solo queden en su memoria.
Observo las fotografías y respondo su mensaje:
Muchas gracias. Están hermosas las fotos.
Guardo su contacto en la agenda del teléfono, y doy click curioseando la foto que tiene de perfil.
Sonrío, entre extrañada y complacida, al no ver lo que yo esperaba: una foto de ellos juntos, o de ella.
En su lugar, observo una muy tierna escena: él, sin camisa, sentado en el suelo, y abrazando y besando a un hermoso perro que yace sobre su regazo. La imagen me causa tanta ternura que me quedo viéndola más de la cuenta.
Luego le envío un mensaje a mi padre diciéndole que estoy bien y que dejé el teléfono olvidado en la oficina, que le llamo más tarde y que lo amo mucho.
Me pongo al día con las obligaciones que había dejado al pendiente la tarde anterior.
Unos minutos después Ángela entra a la oficina. Se acerca al escritorio y coloca el café a un lado.
—Te enviaron esto.
Levanto la vista y veo mi IPad.
—Gracias Ángela —le respondo, mientras coloca el IPad sobre mi escritorio.
—¿Algo más que ocupes?
—Por los momentos, no.
—Bien, estaré en mi escritorio.
Cuando Ángela sale, volteo a ver el IPad y veo una notita pegada en él.
La agarro y la leo:
Espero con ansias la hora del almuerzo.
Recuerdo que ayer quedamos en que hoy también almorzaríamos juntos y mi corazón da un vuelco de alegría pensando en otro almuerzo con él.