CÁLIDO

2677 Words
Entramos al restaurante, donde por lo que veo, ya lo conocen. Pues lo saludan efusivamente o con algunas inclinaciones de cabeza y sonrisas. Observo el lugar, y es bellísimo. Es un restaurante tipo rooftop y está ubicado en el piso 20 del edificio. Tiene una hermosa terraza, decorada con madera, plantas, y algunas mesas y butacas estilo campestre, con un espléndido panorama de la ciudad. Pide una mesa para dos en la parte de afuera y nos dirigen hacia la terraza. Me quedo embobada admirando el paisaje. Nos sentamos frente a frente, en una mesa para dos, con vista justo frente al Empire State. Con este clima de primavera, el panorama es hermoso. El licenciado Thompson se quita el saco n***o y lo coloca en el respaldar de la silla. Trago grueso viendo cómo se marca su ejercitado cuerpo a través de la camisa blanca. Los músculos de sus brazos se ciernen, apretados por las mangas, y no puedo despegar mi vista de ellos. Pensando cómo se sentirá estar rodeados por ellos. En esas manos grandes, venosas, con dedos gruesos y uñas bien cuidadas, paseándose por sobre todo mi cuerpo. —¿Le gusta? —me pregunta sonriendo. —¡Me encanta! —exclamo suspirando. Pestañeo y mentalmente me doy una fuerte cachetada, cayendo en cuenta de que su pregunta es por el restaurante. —Es bellísimo el lugar —corrijo. Volteo la vista hacia la ciudad, tratando de disimular el rubor que me calcina las mejillas. —Espero tenga buen apetito. Aquí sirven comida muy deliciosa. —Entonces yo espero que usted tenga suficiente dinero para pagar todo lo que me voy a comer. Volteo a verlo y sonrío. Tomo la carta del menú y lo ojeo. —Entonces, ¿piensa dejarme en bancarrota? Apoya el codo del brazo derecho sobre la mesa, descansando la barbilla sobre su mano y las letras de un tatuaje, asomándose en su antebrazo, se roban mi atención. —Algo así —le digo despreocupadamente, mientras vuelvo a concentrar mi vista en el menú—. De alguna forma tiene que pagar el haberme dicho vieja y prácticamente traerme secuestrada hasta aquí. Lo volteo a ver por encima del menú. —¿No quería acompañarme? —me pregunta con cierto pesar. Vuelvo la vista hacia el menú. —Yo soy buena chica. Nunca dejaría que un niño anduviera solo por la calle. Lo escucho sonreír en voz baja. —Aún no me ha dicho porque le cause curiosidad —comento. Cierro la carta del menú y la coloco sobre la mesa, volviendo mi atención hacia él. Sus ojos azules se posan en mí, me observa en silencio y en la comisura de sus labios se dibuja una pequeña sonrisa que me hace desviar la vista hacia la ciudad. —¿No siente que, a pesar de que nos hemos conocido hasta hoy, parece que tenemos años de conocernos? —se remueve en el asiento y apoya la espalda en el respaldar de la silla. Llevo mi vista directo a la suya. —Sí, también sentí eso —le confieso—. Y es raro, nunca me había pasado con nadie. —A mí tampoco, Anna —se inclina nuevamente hacia el frente y coloca ambas manos sobre la mesa, entrelazando sus dedos—. ¿Puedo llamarla por su nombre? —Sí. Claro licenciado. —Pero, quiero que usted también me llame por mi nombre —dice. Ladea una pequeña sonrisa cautivadora. —¿No sería demasiado irrespetuoso? Usted es mi jefe. —No lo creo. —Pero…. El mesero nos interrumpe, cuando se acerca a tomar nuestra orden. —¿Están listos para ordenar? —nos pregunta. —Espero tenga suficiente papel para anotar —le dice. Agarra el menú para leerlo y prosigue—. La señorita prácticamente va a pedir todo el menú, y yo quiero ver si es cierto que comerá tanto. Abro la boca sorprendida y sonrío. —Es usted incorregible Alexander —le digo negando con la cabeza. El licenciado Thompson voltea a verme y me sonríe al escuchar que lo llamo por su nombre. El mesero toma nuestra orden y se va. Volteo a ver a los lados, las personas que siguen llegando al lugar en grupos o parejas y se sientan en las distintas mesas que se esparcen por la terraza bañada por el sol y la brisa fresca de la primavera. —Perdone mi atrevimiento —llama mi atención— ¿Está usted casada o tiene novio, Anna? Me quedo pensando en su pregunta por un momento, con la mirada baja. Viendo la mesa. Luego volteo a verlo directo a los ojos. —Ninguna de las dos —admito. —¿En serio? Disculpe que se lo diga, pero, es usted muy bonita. Y muy a parte de eso, tiene cualidades que a cualquier hombre le gustarían de una mujer. Me ruborizo y los latidos del corazón se me aceleran con su cumplido. —Perdóneme. Creo que he sido muy directo —se disculpa—. Pero por alguna razón siento que con usted puedo hablar con confianza. —No se preocupe. De hecho, estuve casada —le confieso. Sintiéndome en plena confianza con él, pero por alguna razón no me gusta el tono serio que ha tomado la conversación. Siento que podría salirse de mis pensamientos, algo que no quiera decir. Alexander me ve sorprendido y con más preguntas en su rostro —¿Hace mucho se separó? —Hace poco menos de año y medio. —Muy reciente. ¿Cuánto tiempo estuvo casada? Sonrío irónicamente. —Cinco años. Me alejo de la mirada escrutadora de Alexander Thompson y volteo a ver el horizonte, distrayendo mi enojo con el paisaje. —Se ha casado usted muy joven, Anna. —Tenía 18 años cuando contraje matrimonio —respondo. Trago saliva tratando de tragarme mi propio coraje al recordar todas estas cosas. —Pero, ¿no fue por algún embarazo o algo así? —¡No! —exclamo con brusquedad—. Lo hice por ser tonta. Estaba enamorada e ilusionada con la idea del amor— puedo sentir como aflora la rabia con mis palabras. Alexander se queda pensando. —No creo que usted sea tonta, Anna. Es solo que el amor nos impulsa a hacer locuras. Le dedico una sonrisa agradecida. —Era joven e ingenua —declaro—. No tenía ninguna experiencia en la vida y me dejé llevar por las promesas de amor del primer hombre que me vio. Encojo los hombros y sonrío apesarada. —Él era mayor que yo y supo manipularme —concluyo. Nos quedamos en silencio un momento, un silencio que se me hace incómodo, insoportable. Veo mis manos en la mesa y siento el veneno de los recuerdos consumiéndome. —¿Tiene hijos Anna? Su pregunta me golpea. Me hiere. Me hace caer en el abismo oscuro donde guardo todo mi rencor. —No. Mi respuesta es seca. Y sin quererlo la suelto con un cierto tono de rabia. La verdad es, que ya deseo terminar esta conversación. —Entiendo —murmura con desánimo en su voz—. La mayoría de mujeres jóvenes prefieren esperar o no tener hijos, para poder cumplir sus metas. Levanto la vista y lo observo. Tiene la mirada perdida. Cavila en sus propios pensamientos y, no sé por qué motivo, me causan cierta tristeza sus palabras. Suspiro. Y por alguna tonta razón, me animo a seguir con la conversación. —¡Yo sí quería hijos! —le digo, sonriendo con pesar—. Pero él no. Y lo dejó más que claro. El pecho me arde, la mirada se me nubla y la garganta se me cierra. Necesito llorar, pero no quiero que me vean siendo débil. Eso lo guardo para cada madrugada en la que las pesadillas me despiertan y lloro amargamente hasta quedarme dormida otra vez. Necesito ser fuerte, pero no puedo. Este dolor me lo impide. Quiero ser dura, malvada… Una hija de puta, como lo han sido conmigo. Pero sigo siendo una tontuela. El estar aquí, con él, me lo demuestra. Me propuse conquistarlo. Metérmele entre ceja y ceja y volverlo loco… Y aquí estoy, contándole mis penas y abriéndole mi corazón. Como si a él le importasen. No quiero voltear a verlo. Prefiero mantener mi vista lejos de los ojos escrutadores de mi jefe. Prefiero seguir aquí, metida en este abismo de dolor del que no puedo salir. Fue una pésima idea aceptar su invitación y venir a este lugar. Lo mejor será irme. Estoy dispuesta a hacerlo, pero algo me detiene. La cálida mano del licenciado Thompson se posa sobre la mía. Levanto la vista y lo veo. Me mira. Pero no con lástima. No sintiendo pena por mí o algo así. Me mira distinto. Con dulzura. Con comprensión. Y hasta podría jurar que con admiración. —Perdóneme si la he incomodado con mis preguntas —murmura. Su mirada es sincera, cálida y me transmite paz. Nos quedamos viendo a los ojos y no quiero que suelte mi mano. Su toque, me hace sentir reconfortada. Me llena de paz, de tranquilidad, de calidez. De pronto ya no siento el dolor. Ya no siento tristeza. Ya no siento rabia. Un sentimiento inexplicable invade mi corazón. Necesito seguir sintiendo su toque. Pero el mesero se acerca con nuestra comida, por lo que rápidamente retira su mano de la mía. El mesero se mueve de un lado a otro, colocando diferentes platillos en nuestra mesa y una botella de vino tinto. —Disfruten su comida —nos dice al retirarse. —¡Oh, guau! —exclamo al ver tanta comida en nuestra mesa. Más para cambiar la conversación. Alexander sonríe divertido viendo mi cara de asombro. —Será mejor que empecemos ya, si queremos llegar a tiempo a la oficina —comento, observando mi reloj de pulsera Cartier. Voltea a ver el reloj plateado de su muñeca y hace una mueca de disgusto. —El que coma menos, invita el almuerzo mañana —vuelve a tener esa expresión de niño, que causa ternura. ¿Mañana? ¿Quiere mi compañía el día de mañana? Por alguna razón mi corazón siente algo de alegría pensando en otro almuerzo con Alexander Thompson el día de mañana. —Pues espero que tenga mucho dinero ahorrado licenciado Thompson. Sonríe y con entusiasmo comenzamos a comernos todo ese manjar. El almuerzo se nos pasa entre risas, bromas y anécdotas de Alexander sobre el trabajo. La verdad es que conversar con él me transporta a otra realidad, en la que se me olvida todo lo malo y solo hay espacio para reír. Volteo a ver la hora en mi reloj de pulsera y veo que son las dos y cuarto. —Ya es muy tarde. Debemos regresar al trabajo. Me voltea a ver exasperado y pone los ojos en blanco. Cuando termina de pagar la cuenta, nos levantamos para salir del restaurante. Él camina detrás de mí, tomándome por la espalda baja. —¿Le dan miedo las alturas, Anna? —pregunta. —No. Para nada —contesto confusa ante su pregunta salida a colación. —Sabe que hay un bonito mirador en la azotea de este edificio —comenta. Volteo a verlo expectante. —¡Alexander! —Anna —dice con actitud divertida. —Tenemos que regresar a trabajar —le retruco. Chasquea la lengua y rueda los ojos. —Usted le quita la diversión a la vida. —Y usted la seriedad a las responsabilidades – le replico riendo. —¡Soy su jefe! —expresa queriendo sonar autoritario, pero vacila y sonríe divertido—. Debe obedecerme. Me toma del brazo y nuevamente, como un niño, me jala con dirección contraria a la salida. —¡Es usted imposible! Alexander y yo, no regresamos a la oficina en todo lo que resta del día. Después de observar la ciudad en el mirador, me lleva a hacer un tour por la ciudad. Damos un paseo por el parque y atravesamos el East River en un teleférico. Pasamos una tarde de ensueño, súper divertida y amena en la que nos olvidamos absolutamente de todo. Me toma algunas fotografías con su teléfono, que me envía por w******p; bromeamos, reímos… Quien nos ve, no dudaría que somos dos amigos que tienen años de conocerse. Por la noche vamos a cenar a un bar en el que vemos un partido de basquetbol y compartimos con otras personas a las que él conoce. Clientes y colegas que me presenta. Ya bien entrada la noche me lleva a mi departamento. —Muchas gracias —me susurra, mientras maneja hacia la dirección que le di. —¿Por? —pregunto confusa. —Por hacerme compañía —responde ladeando una sonrisa—. Espero que haya disfrutado de la tarde, tanto como yo lo he hecho. —La verdad es, que todo lo contrario. Me voltea a ver perplejo. —¿La paso mal? —inquiere contrariado. —¡No! No me refiero a eso —suelto una risa divertida—. Me refiero a que, quién debe de agradecer soy yo. Me giro en el asiento y volteo a verlo. Me muerdo el labio inferior y sonrío agradecida. —Fue una hermosa tarde —continúo—. La he pasado de maravilla. —Me alegra mucho saberlo —me sonríe y se ilumina su rostro—. Pensará que soy un loco, por mi actuar repentino. Pero debe saber que necesitaba una distracción y con los deberes cotidianos y otras situaciones, nunca puedo hacerlo. Y por alguna razón, sentí que usted también necesitaba distraerse de todo. No respondo nada. Me limito a sonreír y vuelvo a fijar la vista en el frente. Viendo las luces de la ciudad y los autos, y las personas que salen de los locales. Cuando llegamos a mi edificio, estaciona el automóvil frente a la entrada. —Muchas gracias Alexander. Nos vemos mañana. Extiendo mi mano hacia él en despedida. Pero, contrario a lo que hago, se acerca y me planta un beso en la mejilla. El beso es... delicado y suave. Cuando sus labios hacen contacto con mi piel, siento una corriente eléctrica que me recorre por completo, erizando mi piel. El embriagador, adictivo y delicioso aroma que desprende su piel; olor a hombría, a sensualidad y a tentación, con una mezcla de perfume, tabaco y alcohol, estimula todos mis sentidos, despertando un tipo de adicción que parece difícil controlar. Cuando se separa de mí, nuestras miradas se buscan y un singular brillo en sus ojos llama mi atención. Nerviosa y aferrándome a un minúsculo poder de autocontrol, me separo un poco más. Trato de hablar, pero lo único que sale de mi boca es un adiós casi inaudible. Con prisa abro la puerta y me bajo del automóvil aturdida. Entro al edificio rápidamente y no me doy cuenta cuando él se va, ni en el saludo de John, el recepcionista del edificio, ni en las personas que entran o salen de él. Solo recobro conciencia de todo, cuando llego a la puerta de mi departamento y recuerdo que las llaves están en mi bolso y que el bolso se quedó en la oficina junto con mi teléfono y mi automóvil. Para mi suerte, John, el recepcionista tenía copia de la llave de mi departamento y me ayudó a entrar. Durante la noche me costó conciliar el sueño. Pensando en lo que había pasado durante el día, el Licenciado Thompson y mis planes. ¿Podría seguir adelante con ellos, a costa de lastimarlo a él? Aunque todo lo que buscaba al entrar a trabajar en Thompson Group, era el poder acercarme a él, por alguna razón no me sentía contenta de que hubiese salido mejor de lo que yo había planeado. Sin hacer ningún esfuerzo y que fuera él quien se acercara a mí. Pero, de algo estaba segura. Él es un gran hombre y no se merece ni lo que ella le hizo, ni lo que yo quiero hacer.
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