—Entren, acompáñenme —Nos invitó Gustavo al ver pasar a sus hombres con su hija en brazos.
Subí las escaleras lentamente hasta llegar a su lado, y detrás de mí venían Aleskey, Malcolm y Leonardo.
—¡Qué hay maestro! —Lo saludo y le doy una pequeña palmada en el hombro—. Ya cumplí.
—Ahí está su hija, sana, salva y bien dormida —Le dijo Leonardo.
—Les agradezco, estoy en deuda con ustedes.
—Para nada, déjelo así, se lo debíamos al hermano Atkins —Respondió Aleskey.
—Hagamos de cuenta que es una colaboración familiar —Le dije y miré alrededor.
—Ojalá Akais piense igual —Respondió Gustavo en actitud desalentada.
—Ya veremos —Agregó Malcolm.
—Pónganse cómodos mientras termino de organizar el sepelio, debo hacer algunas llamadas —Nos advirtió—. Jorge tiene indicaciones para atenderlos. Me les perderé por un rato.
—Sí necesita que le apoyemos en algo, solo abra la boca —Ofreció Aleskey.
—No, ya todo está organizado, solo haré unas llamadas para finiquitar la hora, en realidad no vendrá nadie más que ustedes y dos o tres personas. No confío en nadie, y por eso no voy a darle acceso a nadie más a la propiedad, no mientras no se clarifique quién está detrás de la muerte de mi hijo —Manifestó firmemente.
Con la misma que dijo esto, nos dejó solos en la entrada de la casa.
—¿Qué hacemos mientras tanto? —Pregunté y miré la hora en mi reloj de muñeca.
—Aguardar, no nos vamos a ir, ni que estuviéramos en La Quinta para ir y volver sin problema, en cualquier momento Anthoni debe estar por llegar con Saúl y Gelys —Contestó Aleskey.
—Yo iré a la sala de estar a descansar, el viaje no fue incómodo, pero me siento cansado —Manifestó Malcolm.
—Te acompaño hermanito —Lo seguí.
Tomamos asiento en los sillones que están allí, y al poco rato apareció el ama de llaves con una bandeja donde nos trajo refrescos y unos sándwiches.
—Si gustan pasen a la sala de entretenimiento, allí pueden estar más cómodos mientras ven algo en la televisión —Sugirió la mujer.
Nos fuimos hasta allá, no con la intención de ver televisión sino buscando algo de privacidad, también para quitarles la presión a Gustavo de tener que atendernos. Recostados en poltronas reclinables con apoya brazos y unidad extensible para colocar piernas, con la enorme pantalla que cubría toda la pared al frente, no nos habíamos dado cuenta que los tres días de viaje intempestivos, sin las horas de descansos adecuadas, nos había agotado, tanto que entre una conversación y otra, llegó un momento que ninguno más pronunció palabra alguna, nos quedamos dormidos, a excepción de Aleskey.
Fui el primero en reaccionar, y eso fue cuando había oscurecido.
—¡Qué vaina! —Me quejé en voz alta al ver todo oscuro a través del ventanal.
Las luces adentro de la sala de entretenimiento siguen encendidas, igual la televisión; en cambio, Leonardo y Malcolm sí permanecen entregados al descanso, solo que este no es el lugar ni el momento para extenderlo por más tiempo del que la situación amerita.
—Despierten —Los llamé al tiempo que me puse de pie.
Justo en ese instante se escuchó un grito afuera del lugar donde estamos.
—¿Qué fue eso? —Preguntó Malcolm somnoliento.
—Salgamos para averiguarlo —Le dije mientras sacudí un poco el sillón donde está Leonardo aun dormido, parece totalmente despegado de la realidad y del lugar donde estamos—. Hermano, vamos. Ales salió sin avisarnos.
Esperamos unos segundos mientras Leonardo logró poner los pies sobre la tierra y su cabeza en el presente, si teníamos algo más de sueño o alguna pizca de cansancio, se esfumó al escuchar un grito más nítido que el anterior.
—Ja, ja, pobre. Ya sé que es —Advirtió Malcolm.
—Yo también —Le respondí y caminé hacia la salida.
Caminé por el pasillo con Malcolm a mi lado y al llegar a la sala de estar encontramos a Gustavo, Jorge y al ama de llaves parados al frente de la monjita.
—¿Quién te crees para pretender decidir mi destino? —Le reclamó justo cuando nos detuvimos en la entrada.
Gustavo nos vio e hizo seña con su mano derecha que estaba hacia abajo al lado de su cadera con la intención de que nos detuviéramos allí.
—Primero modera tu forma de hablarme, y comprende que si no hacía así no accederías a asistir al sepelio de tu hermano —Le contestó Gustavo.
Esta respuesta pareció haber dado en el blanco porque la monjita no reaccionó. Está de espalda a nosotros, lo que nos impidió ver su reacción. El que haya quedado en parálisis nos dio a entender que apenas acaba de reaccionar y no solo eso, sino que también apenas acaba de enterarse de la tétrica noticia que nos sacudió a todos.
Los chicos y yo nos miramos rápidamente y volvimos la atención al entorno.
—¿Cómo que el sepelio de Atkins? —Escuchamos que suavizó el tono de su voz.
—Mi amor, Akais, hace cuatro días a tu hermano lo asesinaron en un hotel —Le dijo Gustavo así sin más, sin adornos.
Guardó silencio por buen rato, los que estamos a su espalda suponemos que estaba llorando y dejando pasar el mal sabor de la noticia tan amarga que le acaban de dar. Se movió y en reacción los tres nos hicimos a un lado para taparnos detrás de la puerta.
Reacción pendeja la nuestra, pero no es el momento para añadir otro motivo para aderezar el explosivo que ha de tener esa mujer internamente.
—¿Volvemos al salón de entretenimiento? —Preguntó Leonardo.
—¿Para qué? —Le preguntó Malcolm.
—Nosotros no tenemos nada que ocultar, que se desquite con Gustavo, nosotros solo cumplimos órdenes —Agregué usando el sentido común—. Ella no tendría nada que reclamarnos. Vamos —Les dije.
Decidido, avanzamos hacia la entrada de la sala de estar al tiempo que ella se había girado sobre sus pies con el rostro enrojecido por las lágrimas. De solo verla bañada en lágrimas y enfundada en ese trapo largo, en esta zona del país donde el calor es asfixiante, pese a que la casa tiene aire acondicionado por todas las áreas, me sentí asfixiado, y más cuando en actitud de quien no creyera lo que sus ojos ven, enfocó la mirada hacía mí, parpadeó varias veces, y cuando creo que me recordó, me dirigió una mirada de odio.
—Debí haber sospechado que estabas allí por orden de mi padre, grrrr… —Me dijo con ira—. ¿No era más fácil llamarme y enviarme a buscar con Jorge? —Le grito a su padre.
—¿Lo hubieras hecho? ¿Hubieras regresado voluntariamente? —Cuestionó Gustavo.
—¿Por qué lo asesinaron? ¿A ver? —Le inquirió—. Ya va, no me respondas —Lo detuvo adoptando actitud prepotente—, seguro fue por cobrarle a él o a ti una cuenta por seguir en esa vida de perdición que poco a poco está acabando con la familia. Mira que ahora solo quedamos tú y yo ¿Crees que esto es vida?
Mientras le reclamaba, por mi mente pasaron cualquier cantidad de respuesta si fuese mi hija o mi hermana, o siquiera una de las chicas de la hermandad. Es una falta tremenda el que ella justo ahora que él se siente más dolido quiera barrer el piso con su conciencia.
—Hazme el favor y me respetas, ninguno de los dos tenemos culpa de lo que sucedió —Le respondió él evidentemente afectado por su reacción.
—¿Cómo no vas a saber? Nadie se muere así por así o, mejor dicho, a nadie lo asesinan porque sí, por azar, menos Atkins, esa vida miserable a la que dirigió su vida tarde o temprano se lo llevaría —Reclamó una vez más—. Dime ¿Quién sigue en la lista? —Preguntó desafiante—. ¿Tú? —Peguntó en un tono de voz filoso—. ¿O yo? —Se dio la vuelta ,volvió a mirarme—. ¿Qué culpa tengo yo de la vida de ustedes? ¿Qué culpa tenía mi mamá para estar adonde la llevaste hace cinco años? ¿Por qué me mandaste a buscar? Yo estaba bien en el convento, nadie más que Jorge y tu sabían dónde yo estaba, no había riesgo alguno. Ahora ¿Qué hago aquí? —Pregunto en desesperación. El tono de su voz se escuchó frustrado y con un dolor tremendo.
Cada quien maneja el dolor a su manera, y ella, en una actitud un tanto ofensiva no hace sino destilar odio contenido, pareciera que solo hasta ahora desahoga lo que llevaba conteniendo adentro de sí misma por años. No estoy de acuerdo con esto, no obstante, no soy quien para darle sugerencias a Gustavo sobre la forma de responderle, y por la expresión de su rostro, se nota que al igual que ella está en sufrimiento, solo que no lo procesa de la misma forma, y por tal razón, sería incapaz de ofenderla.
«Las mujeres y su don de ser dramáticas aun en momentos dramáticos», Pensé mientras resoplé en desaprobación mirando el triste cuadro de lo que quedaba de la familia Thomson.
—Disculpen que intervenga, pero creo que no es el momento de echarse culpas —Les dije ingresando a la sala de estar.
—¿Quién es usted? Y ¿Qué derecho se atribuye para venir a querer opinar sobre lo que conviene o no en mi familia? —Preguntó con desprecio—. Bueno, aparte de ser un miserable secuestrador, lavaperros de mi padre.
—¡Wow! Hermana, tiene la boca bien sucia para ser una prometida del señor. Yo usted, saldría corriendo a lavarme la boca y luego a arrodillarme y rezar mínimo cien rosarios por su pecado —Le dije con sarcasmo—. Usted no se da cuenta como está ese señor, está des-tro-za-do —Acentué el tono de mi voz separando silábicamente la última palabra para ver si así lograba entrar en razón.
No sé si el dolor por la pérdida de su hermano la hace reaccionar de este modo o si en realidad ella no es más que la viva representación de las personas verdaderamente hipócritas, de esas que se dan golpes de pecho e igual maltratan a sus semejantes. Quiero creer que solo es una manifestación del dolor lo que la lleva a ser tan ofensiva.
—Usted no es quien para decirme nada, haga el favor de salir de la sala de estar, aguarde en el lugar donde reposan los empleados —Me dijo en un tono de voz realmente odioso.
—¿Perrrdón? —Cuestioné enfadado, ahora sí logró hacerme molestar—. Gustavo sé que estás mal, pero dígale a este proyecto de esposa del señor quien soy, y que fuimos todos nosotros para su hermano, por favor.
—Discúlpala Leroy, está dolida, no le hagas caso —Respondió Gustavo mostrándose realmente afectado.
—Con razón asesinaron a Atkins, si solo se hacía rodear de gente de mal proceder —Respondió despectiva. Nos dio una mirada fugaz a todos y miró a su padre—. Estaré solamente para el sepelio y al día siguiente pienso regresar al lugar de donde nunca debí haber salido. Mi hermano no me necesitaba aquí, menos después de muerto. No para ver este espectáculo ni rodearme de personas que no son de mi agrado.
—Te mandé a buscar porque yo sí te necesito hija —Le respondió Gustavo con un dejo de dolor en el tono de su voz, dejando caer a sus pies y a los nuestros, el peso del dolor que lo embarga.
Todos, incluso ella, quedamos en silencio. Sentimos su pesar, la tristeza tan grande que había intentado disimular. La monjita logró romper esas barreras. Dejo expuesta ante nosotros esa debilidad que tanto cuido demostrar.
Definitivamente que las mujeres, tienen el poder de llegar solo hasta donde uno les permite. Atkins confiado en un cuerpo perdió la vida y ahora su padre, manipulado por la malcriades de su hija, está siendo arrastrado al dolor y humillado a ser inducido a aceptarse culpable de lo que no hizo.