El Eco De La Sangre Escrita
Feria Internacional del Libro de Londres Primavera. Tarde.
El salón principal estaba lleno. Decenas de asistentes se agrupaban frente al pequeño escenario donde un joven delgado, de cabello castaño claro y expresión nerviosa, ajustaba el micrófono. Vestía un blazer azul oscuro, gafas redondas y tenía la típica sonrisa forzada de quien apenas cree estar allí.
Willem Redgrave.
Su libro, “Los Hijos del Hielo” ya era un fenómeno en línea. Los blogs de misterio, historia oculta y conspiraciones lo consideraban una “revelación inquietante”, un texto tan bien documentado que solo podía haber sido escrito por alguien con acceso a información prohibida.
Viktor y Isabella entraron por la puerta lateral del auditorio. Vestidos como los dueños del mundo.
Isabella llevaba un conjunto en tonos marfil y gris perla, gafas oscuras - sus ojos azules -plateados estaban ocultos y su andar firme hacía que algunos se apartaran sin siquiera notarlo. Viktor vestía de n***o impecable, cabello peinado hacia atrás y mirada aguda, como un noble que observaba un escenario indigno de su tiempo.
Markel y Adelheid se ubicaron cerca de la salida de emergencia. Inmutables.
- Ahí está. - murmuró Viktor, en voz baja, al identificar al joven sobre la tarima.
- Es solo un niño. - susurró Isabella, sin emoción - Uno con demasiada curiosidad… y sin la menor idea de lo que ha hecho.
En el escenario, Willem carraspeó.
- Buenas tardes. Gracias por estar aquí. Nunca imaginé que mi trabajo sobre una leyenda de los Alpes se volvería algo más que una obsesión personal. - dijo, intentando sonar relajado - En mi expedición al macizo del Silvretta, encontré más que nieve. Encontré indicios de una sociedad oculta. Sangre antigua. Grabados antiguos.
Un murmullo cruzó la sala.
- Los llamé los Hijos del Hielo porque en los relatos que recogí, se decía que no envejecían. Que sus ojos eran de un azul tan claro que parecía blanco. Que podían controlar la sangre. Y que su palacio estaba enterrado bajo un glaciar. Algunos incluso hablaban de una duque que había huido al sur...
Isabella ladeó apenas el rostro hacia Viktor.
- Ya están haciendo mitología de ti. - murmuró con una media sonrisa - Te volviste leyenda.
- Y no autoricé que me convirtieran en mito. Además, no hui. - respondió él entre dientes - Ese chico está a minutos de condenarse.
Willem tomó un ejemplar de su libro y lo mostró.
- Esto no es ficción. Es historia olvidada. Y quiero que el mundo la conozca.
En ese momento, Isabella dio un paso al frente. No al escenario. Sino al stand de la editorial rival que había comprado los derechos.
Una mujer joven, la editora, la saludó sin reconocerla, atraída por su porte elegante.
- ¿Interesada en el libro? Estamos preparando la segunda edición. Es un fenómeno.
Isabella extendió una tarjeta negra con letras plateadas: Nox & Thorne Publishing.
- Deberían tener más cuidado con lo que publican. A veces, el folclore manoseado es una falta de respeto a las tradiciones. - dijo con voz suave - La gente de los Alpes es muy apegada a las tradiciones y sería una pena ofenderlos.
La editora frunció el ceño, confundida, pero la sonrisa de Isabella fue lo bastante glacial para hacerla tragar saliva.
Cuando terminó la presentación, Willem bajó del escenario bañado en aplausos. Se dirigía hacia el pasillo entre puestos, cuando los vio.
La pareja no se movía. Estaban allí, de pie, mirándolo fijamente.
Algo se apretó en el pecho del joven. No era miedo, no todavía. Era desconcierto. Una sensación inexplicable de haber despertado algo que nunca debió nombrar.
Y entonces ella bajó las gafas.
Unos ojos azules, imposibles. Fríos como la muerte. Willem dio un paso atrás, sin entender.
Isabella le sostuvo la mirada. Y luego se giró y se alejó, sin decir palabra.
- ¿Quiénes eran esos dos? - murmuró él.
- Antiguos enemigos de la ignorancia. - susurró Adelheid, que había aparecido detrás de él como una sombra - Deberías tener más cuidado con lo que haces, Willem Redgrave.
- ¿Cómo sabe mi nombre?
Pero Adelheid ya se alejaba. La advertencia había sido dada. La elección… era suya.
Esa noche, Willem soñaría con nieve. Y con una mujer de ojos imposibles que lo observaba desde una sala cubierta de mármol y secretos.
Sueños Desde la Infancia
Willem se movió inquieto en la cama. Desde la feria había tenido pesadillas. Aún más intensas que las que tenía de niño.
Sacó una libreta que usaba para anotar ideas o pensamientos y comenzó a escribir como si eso lo ayudara a calmarse.
Desde que era niño, sueño con montañas cubiertas de nieve, con una voz que me llama desde la distancia. No la reconozco, pero hay algo en su tono que me obliga a seguirla, aunque nunca la alcance. Y siempre… siempre siento que alguien me observa. A veces desde los árboles. A veces desde el hielo.
Durante años pensé que eran terrores nocturnos, producto de una imaginación precoz o de algún trauma no resuelto. Pero luego, al investigar para el libro, encontré leyendas alpinas que describían exactamente lo que yo veía en sueños: los ojos, el paisaje, el susurro. Todo.
Yo la vi mucho antes de conocerla. Esa mujer. Esos ojos. Los he visto en sueños desde que tengo memoria.
Mis padres murieron cuando era joven. Accidente automovilístico, dijeron. Mi abuela materna se hizo cargo de mí, y siempre fue estricta con un solo tema: nunca preguntes por tu padre.
Pasaron los años y durante una investigación sobre linajes europeos para un ensayo, encontré una conexión vaga, brumosa, con una rama menor de la nobleza del siglo XIX. Un apellido olvidado, enterrado en papeles húmedos en un archivo en Viena.
La rama desapareció sin dejar rastro. La última entrada del árbol genealógico es una niño nacida en 1815. Después de eso… silencio. Como si la sangre se hubiera esfumado.
Nadie sabe qué pasó con ellos.
Nunca estuve enfermo como los demás. Las fiebres se detenían antes de lo esperado. Las infecciones no duraban. Y aquella vez que me abrí el muslo con un vidrio, la herida cicatrizó en cuestión de horas. El médico balbuceó algo sobre genética, pero no supo explicarlo.
Desde entonces, me he preguntado: ¿y si mi sangre no es completamente humana? ¿Y si el libro que escribí - ese sobre los vampiros del hielo, sobre las familias perdidas en los Alpes - no fue solo un proyecto académico, sino una especie de… llamado? Como si mi cuerpo recordara algo que mi mente aún ignora.
Cuando la vi en la feria, supe que era ella. No por su belleza, no por la extraña solemnidad que llevaba encima como una reina antigua. Sino por la forma en que me miró.
No fue odio. No fue miedo. Fue algo parecido a la lástima. Como si me viera sin necesidad de palabras. Como si reconociera algo en mí que yo aún no sé cómo nombrar.
Y eso me aterra más que cualquier amenaza directa.
Desde la feria no he dormido bien. Las sombras parecen moverse cuando no las miro. Siento pasos detrás de mí en calles vacías. En las fotos que tomo, hay reflejos que no recuerdo haber visto.
Podría estar enloqueciendo. Podría ser paranoia. Pero también podría ser que me han notado. Que al escribir sobre ellos, toqué una puerta que no debía. Que ahora me estudian, me juzgan… o peor: me esperan.
Pero ya no puedo detenerme. La verdad está ahí, a medio paso de mi conciencia. Y si eso me destruye, que así sea.
Si de verdad estoy maldito… prefiero saberlo. Prefiero que me lo digan a la cara quienes lo han visto todo.
Willem cerró el cuaderno y se dejó caer en la cama.
La curiosidad lo atraía, pero entendió que había tocado algo que no debía ser encontrado.