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1276 Words
Contacto En La Penumbra El informe apareció en la pantalla de Markel con una notificación silenciosa. Lo leyó sin pestañear y tras unos segundos, giró apenas la cabeza hacia el ventanal y luego salió en dirección al despacho de Viktor. Desde que ese niño tonto había publicado su libro, el duque se mantenía alerta como cuando estaban en la guerra. Cuando entró, el hombre observaba hacia el jardín perdido en sus pensamientos. La ciudad, a lo lejos, brillaba abajo como una red de luciérnagas nerviosas y Viktor tenía las manos cruzadas tras la espalda, inmóvil. - Ha vuelto a buscar el nombre “Von Draak” - dijo Markel sin levantar la voz - Esta vez desde su trabajo de medio tiempo. Una cafetería en el centro, cerca del campus. Pequeña. Mal ventilada. Atiende dos tardes por semana. Viktor ladeó apenas el rostro, sin quitar la vista del cristal. - ¿Y? - Usó el buscador del sistema del local. No hizo ningún intento por ocultarse. A este paso, hasta podría poner un anuncio. - ironizó Markel. El silencio que siguió fue tenso. Luego Viktor se giró con una sonrisa serena, esa que ponía incómodos incluso a los más veteranos. - Entonces vamos a devolverle el favor ¿Tienes la dirección? Markel asintió, ya con el abrigo en la mano. Mañana siguiente - Cafetería “Linden & Co” El lugar olía a café quemado y desinfectante. La mañana estaba gris, con una llovizna delgada que golpeaba los cristales con insistencia. Willem Redgrave recogía tazas sucias de una de las mesas del fondo cuando sintió que el aire cambiaba. Una vibración leve, como electricidad bajo la piel. Al alzar la vista, ahí estaban. Viktor, impecable como siempre, abrigo largo y oscuro, bufanda de lana y esos ojos ámbar que parecían saber cosas que nadie debería. Markel, más casual, pero con la expresión de quien no necesita fingir simpatía. Willem se quedó congelado con la bandeja en las manos. - Buenas tardes, chico. - saludó Viktor, cruzando el local como si le perteneciera - Espero que no estemos interrumpiendo tu... horario de trabajo. Willem tragó saliva y dejó la bandeja sobre el mostrador. - ¿Qué hacen aquí? Viktor sonrió como si la pregunta lo divirtiera. - Pensé que sería más directo. Después de todo, estuviste investigando. Nombres, fechas, registros... aunque debo decir que me desilusioné... - lo miró con ironía - Podrías haberme llamado. - Aún no me he decidido. - murmuró Willem, retrocediendo un paso. - Lástima... el tiempo corre, chico. - Podrían haberme buscado en la editorial. Hablado con mi agente. - ¿Y arruinar la sorpresa? - replicó Viktor, inclinando apenas la cabeza - Te di un número. Una tarjeta. Fuiste tú quien decidió ignorarla. Markel echó un vistazo al local con aburrimiento fingido, pero claramente atento a cada movimiento. - No vine a amenazarte, Willem. Vine a recordarte que el plazo para decidir sobre los derechos de tu libro sigue corriendo. Quedan… - hizo una pausa deliberada - diez días. Después de eso, mi interés disminuirá considerablemente. Y también mi paciencia con quienes insisten en revolver tumbas ajenas. Willem lo miró sin poder disimular su creciente temor. - ¿Qué es lo que quieres… realmente? Viktor entrecerró los ojos y por un instante, su voz sonó más grave, más vieja que cualquier cosa en esa cafetería: - Quiero que tomes una decisión. Tú escribiste ese libro por algo. Yo estoy ofreciéndote una forma de sobrevivir a lo que ese algo va a desatar. Porque lo has desatado, Willem. Y hay cosas... que ni tú entiendes aún. Markel colocó una nueva tarjeta sobre la caja registradora con un gesto lento. - Por si perdiste la anterior. - le dijo y luego, con una sonrisa seca - O por si alguien más la encuentra primero. Y sin más, se retiraron, dejando el sonido de la puerta y el timbre metálico colgando en el aire como una advertencia disfrazada de cortesía. Willem se quedó solo, con la bandeja aún húmeda a su lado, el corazón golpeando el pecho y la certeza de que algo, desde esa visita, había cruzado una línea que no se podía deshacer. El Llamado Del Hielo El reloj marcaba las 3:17 a.m. cuando Viktor rompió el sello de la carta con una ligera presión del pulgar. El salón de lectura estaba sumido en sombras, apenas iluminado por la lámpara de escritorio. Todo el ruido de Londres, con su tecnología, sus luces y su falsa seguridad, quedaba muy lejos del contenido de aquel pergamino. El escudo del Ducado lo observaba desde la esquina del papel, grave y ancestral. Leyó en silencio. Su mandíbula se tensó cuando llegó al final. No necesitó releerlo. Ya sabía lo que debía hacer. Se puso de pie con un suspiro lento, metódico y caminó hacia la vitrina cerrada donde descansaban los documentos de emergencia. Abrió con llave y extrajo un sobre n***o sellado con cera azul: autorizaciones para desplazamientos internacionales sin dejar rastro digital. - ¿Mi lord? - preguntó Adelheid con su tono contenido al entrar. No era extraño verla de pie tras él sin que la hubiera escuchado llegar - ¿Una mala noticia? Viktor deslizó la carta de Tharion sobre el escritorio sin responder de inmediato. Se sirvió un poco de whisky y observó el leve temblor del líquido antes de tomar un sorbo. - Partimos en tres días. Tú y Markel vendrán conmigo. Adelheid alzó apenas las cejas. - ¿Y la duquesa? Un silencio espeso flotó en la sala. La copa descansó en la mano de Viktor, su mirada fija en la ventana cerrada. La noche londinense ya no tenía estrellas. Sólo reflejos artificiales. - No. - dijo al fin, en voz baja - No vendrá. Está feliz con lo que hace. Cómoda. Por primera vez en décadas ha encontrado un ritmo que no duele. No pienso arrancarla de eso. Adelheid se acercó un paso. - ¿Y cree que eso la protegerá? Viktor sonrió sin humor, con la expresión de quien lleva demasiado peso sobre los hombros. - La verdad es que no necesita protección, Adelheid. No de mí. Ella… aún no ha perdonado del todo. No por lo que hicimos. Sino por lo que somos. La guardaespaldas bajó la mirada, en respetuoso silencio. - Doscientos años. - prosiguió Viktor, sin amargura, sólo con cansancio - Hemos vivido el mundo entero juntos. Sobrevivido guerras, regímenes, traiciones… Pero el corazón de Isabella sigue siendo una fortaleza cerrada. Y no la culpo. - El clan pregunta por usted, milord - dijo Adelheid con cautela - Hay tensión. Por su ausencia. Por el silencio. Por la falta de un heredero. Dicen que el Ducado no puede ser regido por una sombra, ni por un amor que lo ha apartado de sus obligaciones. - Lo sé - susurró Viktor. El peso del linaje, del deber, de siglos de historia ancestral, le apretó el pecho. Su voz se volvió firme. - Esta vez, no viajo como consorte. Ni como esposo. Viajo como Duque, como jefe del Clan. Y si el hielo de la montaña exige decisión… la tendrá. Adelheid asintió lentamente. - Prepararé las maletas. Cuando se retiró, Viktor volvió la mirada al retrato que colgaba en el rincón menos visible del estudio. Una imagen tomada en los años treinta: Isabella, con sombrero ladeado, risa espontánea, el cabello ondeando al viento en un yate italiano. Acarició con la yema de los dedos el marco, apenas. - Algún día, Isabella… tal vez me dejes entrar. - susurró al vacío. Con un suspiro tocó la carpeta con los documentos. Tendría que dejarla ir... Aunque le doliera el alma.
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