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1152 Words
La Red Rota, El Cazador Despierto Willem no durmió. No podía. Amanecía cuando la llamada de su agente lo sacó del enredo de papeles, tazas vacías y libros abiertos sobre su escritorio. - Tenemos un problema. - ¿Qué clase de problema? - murmuró Willem, frotándose los ojos. - Todas las publicaciones se han detenido. Las máquinas de impresión se detuvieron a la mitad del proceso. Las versiones digitales fueron eliminadas del sistema. Alguien insertó un virus. Las páginas web del libro… incluso tus r************* … están caídas. Hackeadas. El silencio que siguió fue denso. Willem tragó saliva. Lo supo de inmediato. No necesitaba pruebas, ni mensajes, ni advertencias. - Ella… - murmuró - Fue ella. O… ellos. La línea se quedó muda unos segundos. - ¿Quién? Pero Willem ya había colgado. Marcó el número que aquel hombre, Viktor, le había dado en su momento. Una línea directa. Solo recibió un mensaje robótico: “El número marcado no está disponible. Inténtelo más tarde.” Maldijo. Se levantó de un salto y salió de su apartamento sin siquiera cambiarse. La editorial Nox & Thorne Publishing estaba en completo silencio. La recepcionista, con aire nervioso y mirada evitativa, le dio una respuesta ambigua. - La señorita Von Draak no ha venido en días. - le dijo, sin levantar la vista del monitor. - ¿Ha renunciado? ¿Está enferma? - No tengo permiso para dar información personal. Lo siento. - ¡Ustedes están saboteando mi libro! ¡Ella…! - Señor Willem, le pediré que se retire. Ya no tenemos vínculo editorial con usted. La puerta se cerró tras él con un clic que sonó demasiado definitivo después que los guardias lo sacaron a la calle. Caminó sin rumbo unos minutos hasta que su desesperación lo llevó de vuelta a su mundo: el digital. Si las redes estaban colapsadas, aún había foros alternativos, sitios oscuros donde la información sobrevivía al apagón. Willem navegó por ellos como un sabueso, escribiendo su nombre: Isabella Von Draak. Asociaciones. Compañías fantasmas. Una foto filtrada, mal recortada de un evento editorial de lujo. Y allí estaba. Ella. Vestida de n***o, con un vestido elegante y largo, caminando hacia una reja adornada con gárgolas de piedra y enredaderas secas. La mansión detrás era antigua, elegante, oscura. Rodeada de niebla. Usó herramientas de geolocalización, reconocimiento de arquitectura y foros de aficionados al urbanismo oculto. Tardó horas. Pero al final, encontró la ubicación. No estaba lejos. A las afueras de Londres, en una zona donde las casas viejas habían sido compradas por familias ricas y discretas. O por lo que parecía una familia, si uno creía en leyendas sobre clanes inmortales. Willem miró la imagen impresa. Sus dedos temblaban. - Esa mujer… - susurró. Recordó sus ojos azules casi blancos, su voz temblando al pedir ayuda, su fuerza brutal y la maldición antigua que aún resonaba en sus oídos. “Su aroma será el preludio...” Se levantó, tomó su chaqueta y salió. Esa noche, iría a verla. Aunque tuviera que entrar al nido de las criaturas que dormían detrás de la máscara de humanidad. Aunque no saliera. Sistema Activado La señal apareció a las 03:14 a.m. Una alerta tenue en la vieja Tablet que Aldren solía dejar sobre la biblioteca del ala sur. El dispositivo, olvidado, parpadeó con la intensidad de una estrella agónica. Markel fue el primero en notarlo. Estaba con Adelheid, organizando los informes que llegarían antes del regreso de Lucian, cuando el pitido agudo rompió el silencio. El joven Vodrak lo tomó con rapidez, su expresión endureciéndose al ver la imagen fija en la pantalla. - Alguien entró en la mansión de Londres. - dijo, con voz baja. Adelheid levantó la vista de inmediato. - ¿Cómo? Si no hay sirvientes ni vigilancia activa. - La duquesa dejó una ventana entreabierta. El sistema pasivo aún detecta movimiento... fue algo que Viktor ordenó instalar hace años, por si ella se quedaba sola alguna vez. Markel manipuló el panel con dedos veloces. La imagen era borrosa, nocturna, apenas iluminada por el resplandor lejano de un farol público. Una figura esbelta entraba por la ventana del salón este. Se agachaba, tanteando el piso como un ladrón inexperto. - ¿Lo conoces? - preguntó Adelheid al ver el rostro parcialmente iluminado por la luz de la luna. - Es él - Markel frunció el ceño - El escritor. - ¡¿Qué hace ese niño allí?! - espetó Adelheid, levantándose de golpe - ¿Cómo encontró la casa? - Romper el equilibrio. - respondió Viktor desde la entrada. Estaba allí, observando en silencio. Se acercó con paso controlado, aunque sus ojos ardían con una furia contenida. Al ver la grabación, no dijo nada durante varios segundos. Luego, con la tensión ardiendo en sus venas, habló: - Voy a Londres. Tharion entró en ese instante, como si hubiera estado esperando ese momento. - No. Viktor giró lentamente. - Ella está sola. Está desprotegida. Él es peligroso. Si sabe lo que somos le hará daño si se queda allí. - Entiendo tu ira, pero moverte ahora sería un error. El consejo tiene ojos sobre este ducado. Has sido observado desde el incidente con los cazadores del este. Y lo sabes. - dijo su abuelo. - Que me observen, abuelo. No me importa. Si algo le sucede... - Y si te detienen, ¿Quién la protegerá entonces? ¿Quién la sacará de esa ciudad si la red se cierra? Silencio. - Yo entrené a esa niña. Sabe cuidarse. Tienes que confiar en que podrá hacerlo. Adelheid bajó la mirada. Markel tragó saliva, queriendo intervenir, pero sabiendo que no tenía suficiente autoridad en ese momento. Tharion se acercó a Viktor con la serenidad que solo da la antigüedad del linaje. - Lucian regresa de los territorios del norte. Ya envió palabra. Estará aquí mañana. Él tiene influencia con los jueces del Consejo Central. Si te mueves ahora, perderás más que la posibilidad de protegerla. Perderás tu libertad. Viktor apretó los puños. Su sombra pareció alargarse en la pared, y el suelo bajo sus botas vibró con una leve distorsión. - Está en peligro. - susurró. - Lo sé. - respondió Tharion, con tono grave - Pero no puedes salvarla si te conviertes en enemigo de tu propio linaje. Aún eres el líder del Clan. Markel cerró la Tablet. - Puedo enviar a alguien a Londres. - dijo con rapidez - A uno de los nuestros, no vinculado directamente al ducado en Viena. Que vigile desde las sombras, que no intervenga a menos que sea necesario. Adelheid asintió. - Déjanos ayudarte, Viktor. Esta vez, no lo hagas solo. El duque los miró, su rabia latiendo bajo la piel y tras unos segundos de absoluto silencio, asintió una sola vez. Pero no pronunció palabra. Porque en su interior, ya lo sabía: si ese chico tocaba a Isabella… la política no importaría. Ni el consejo. Ni el linaje.
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