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1533 Words
Aquello Que Más Anhelas El sonido de los pasos resonó en el gran vestíbulo del castillo como un eco antiguo. Aunque los corredores estaban en penumbra, la figura que apareció entre las sombras tenía un aura propia, una mezcla de nostalgia y fuerza contenida. Lucian caminó sin prisa, la capa ondeando tras él con la elegancia sin esfuerzo de alguien que conocía bien el peso del linaje que cargaba. Su cabello rubio, largo hasta media espalda, iba recogido con una cinta negra de terciopelo. El abrigo de cuero oscuro le marcaba los hombros y bajo este, se adivinaban los pliegues de una camisa ceñida al torso, adornada con botones metálicos. Su estilo era moderno, casi rebelde, pero teñido de un aire gótico que le confería un magnetismo inquietante de su herencia vampírica. Sus ojos ámbar, profundos como la miel al anochecer, se posaron en Viktor apenas cruzó la sala principal. - Viktor... - saludó con voz grave, pero no cálida. El hombre levantó la mirada desde el ventanal, donde la nieve comenzaba a golpear los cristales con insistencia. No respondió al instante. Lucian no necesitaba palabras para percibir lo que latía bajo la piel de su primo. Se acercó con calma, la mirada fija en él. Había algo desgarrado en la energía alrededor de Viktor. No era rabia. No era miedo. Era dolor, contenido como un huracán forzado a vivir en una copa de cristal. Frunció el ceño. - ¿Qué has hecho? Viktor no respondió. Se limitó a cerrar los ojos un instante, como si el sonido de la voz de Lucian abriera algo que no quería enfrentar. Lucian, sin pedir permiso, extendió una mano y se la posó en el hombro. El contacto fue suficiente. El mundo se volvió blanco. Una neblina lo rodeó y en medio de ella, una figura encorvada sobre una cama, con el rostro enterrado en una bufanda. Su cuerpo temblaba, envuelto en una chaqueta demasiado grande para ella. El viento silbaba tras una ventana mal cerrada y la habitación estaba oscura, desprovista de calor. La consorte de su primo. Elira. No lloraba. Eso era lo peor. Estaba vacía. Lucian sintió el eco de sus pensamientos: “No quiero moverme. No quiero respirar si no es su voz quien me llama.” El peso de la imagen lo sacudió. La energía entre ellos era tan intensa, tan entrelazada, que dolía sólo presenciarla. La visión se desvaneció tan rápido como llegó y Lucian dio un paso atrás, la expresión endurecida por la emoción. - ¿La dejaste...? - preguntó con incredulidad, su tono más severo que nunca - ¿Está sola? - No había otra opción. - murmuró Viktor, apenas audible, los colmillos tensos bajo los labios - Su vida está entre los humanos. Está tranquila y feliz. - No lo está. Está sufriendo. - Lucian entrecerró los ojos - Su dolor... tu conexión con ella... es una herida abierta que sangra incluso para los que no la ven. Tharion apareció en ese momento, cruzando el umbral. Observó a ambos, pero no dijo nada al ver la tensión. Lucian se volvió hacia él sin perder su tono grave. - Ella está quebrándose. Y si ella cae... Viktor caerá con ella. Tharion asintió, serio. - Lo sabemos. Pero no podemos movernos aún. No sin más protección. El consejo podría destruir todo si actúan ahora. Lucian desvió la mirada. No estaba de acuerdo, pero tampoco era imprudente. Miró una vez más a Viktor, que seguía de pie, como una estatua agrietada, sosteniéndose por orgullo, no por fuerza. - ¿Sabes lo que vi en sus ojos...? - susurró Lucian - Vi a una reina en ruinas... y un linaje que puede renacer o extinguirse, por una sola decisión. Y fue tuya... Sus dedos se cerraron lentamente en puño, como si apretara la visión en su palma. - Decide bien, Viktor. Porque no hay poder ni trono que valga lo que estás a punto de perder. Y con eso, el Guardián del norte dio media vuelta y desapareció por el corredor, como un presagio con forma de hombre. Sangre Olvidada El salón del castillo estaba en penumbra. El fuego ardía perezoso en la chimenea, lanzando sombras danzantes por las paredes de piedra antigua. El silencio era espeso, cargado de pensamientos no dichos, como si el castillo mismo contuviera la respiración. Lucian se sirvió una copa con movimientos medidos. El líquido carmesí giró suavemente en el cristal, reflejando destellos dorados del fuego. Alzó la copa con una ceja en alto y se la ofreció a Viktor. - ¿Quieres? Viktor negó con un leve movimiento de cabeza, los labios apretados y los ojos sombreados por el cansancio que no se curaba con sueño. - No puedo. Si bebo de otro... me enfermaré. Lucian bajó la copa, sorprendido, pero no del todo. Sabía que el vínculo con una sangre del viento era fuerte, pero no a ese punto. Sus ojos ámbar lo escrutaron con una mezcla de curiosidad y melancolía. - ¿Tan fuerte es el vínculo? - Si. Pero también es ella. Lucian no respondió. Dio un trago a la copa y luego caminó hasta la chimenea. Se quedó de pie frente al fuego, con una mano en el bolsillo y la otra sosteniendo el cristal, observando las llamas como si buscaran en ellas las ruinas de algo que alguna vez fue sagrado. - ¿Sabes por qué regresé al ducado hace veinticuatro años? - preguntó de pronto, sin mirarlo. Viktor parpadeó, algo desconcertado por el giro. - No. Nunca dijiste nada. Lucian sonrió con ironía, una de esas sonrisas que saben a ceniza. - Claro que no. Porque decirlo lo habría hecho real. El fuego crujió como un susurro de secretos. - Después de ir al mundo humano en el siglo XIX, pasé mucho tiempo viajando. Estuve en Asia, luego en América... Europa me aburrió pronto. Las guerras eran monótonas y las ciudades demasiado ruidosas. Pero cazar era divertido. Sin el consejo respirándome en la nuca... podía ser yo mismo. - bajó la mirada, pensativo - Al menos por un tiempo. Viktor lo escuchaba en silencio. Lucian rara vez hablaba de su pasado. - Pero hubo una navidad. - continuó - Fue hace casi treinta años. La pasamos en tu casa en Londres... tú e Isabella. Recuerdo el calor. Ella preparó chocolate caliente, aunque ni tú ni yo podíamos tomarlo. La chimenea, el árbol... Fue la primera vez que sentí algo parecido a un hogar. Una sombra cruzó por el rostro de Viktor. Recordaba esa noche. Isabella había decorado toda la casa, incluso había obligado a Viktor a usar un ridículo suéter rojo con un reno. Lucian se había reído, pero se quedó a dormir esa noche, cosa que no solía hacer. - Después de esa visita. - prosiguió Lucian - conocí a una mujer humana. No era como Isabella. No tenía esa energía ancestral ni la sangre del viento... Pero su voz... su risa... Me calmaban. Y cuando estaba con ella, mis visiones desaparecían. Como si su sola presencia me arrancara del destino, me hiciera humano. Viktor se tensó ligeramente. - ¿Te enamoraste? Lucian no respondió de inmediato. Bebió lo que quedaba de su copa y dejó el vaso sobre la repisa. - No sé si era amor, Viktor. Pero era paz. Y para alguien como yo, eso es... raro. El silencio se hizo más profundo. - Ella... - Lucian bajó la voz - quedó embarazada. Yo... intenté convencerla de que no lo tuviera, de que no siguiera adelante con el embarazo. Un hijo de un Vodrak y un humano no sobrevive sin pagar un precio. Le expliqué que tomaría su vida... que el niño no sería normal. Viktor se incorporó, sus ojos brillando con una mezcla de alarma y desconcierto. - ¿Tuviste un hijo? Lucian asintió una vez. - Tal vez. Nunca lo sabré. El abuelo envió por mí justo cuando supe del embarazo. Volví al ducado. Cuando traté de contactarla meses después... ya no estaba. Desapareció. La casa vacía. Los vecinos no sabían nada. O no querían decirlo. No lo sé... - ¿Y nunca lo dijiste? - Viktor se puso de pie, incrédulo - ¿No pensaste que era importante? ¿Qué podía haber un descendiente de Vodrak viviendo sin guía? Lo habríamos buscado. - Pensé que estaban muertos. Ella... era frágil. Si el niño nació, debió matarla en el proceso. Y él, sin el alimento adecuado, sin alguien que lo cuidara... no tenía oportunidad. Lucian se cruzó de brazos, mirando las brasas como si éstas pudieran responderle. - Intenté buscarlos, durante años. Pero no encontré nada. Y al final, me convencí de que estaban muertos. Que fue sólo una tregua momentánea a mi tormenta. Viktor lo observó largamente, tratando de asimilar lo que acababa de escuchar. En los ojos de Lucian no había mentira. Solo la herida seca de una historia inacabada. - Tal vez no estás tan solo como crees, Lucian. - susurró Viktor. El primo sonrió con amargura. - O tal vez sí. Y eso es lo que nos hace iguales, Viktor... que ambos dejamos atrás a quien debíamos proteger. Y las brasas, como testigos silenciosos, siguieron ardiendo mientras la noche avanzaba.
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