Prefacio: Cásate conmigo

535 Words
—Cásate conmigo, ahora mismo —dijo una voz femenina, fuerte y claro, más como una orden, que como una proposición. Las palabras de aquella mujer hicieron eco en los pensamientos de Haarón Dewitt. Estaba sentado en una de las sillas del cuarto de sacristía de la catedral. Sus ojos eran llorosos, pues tenía el corazón roto. Este día debía ser el día más feliz y alegre de su vida, sin embargo, estaba sufriendo por la humillación que le había provocado su prometida; ella había mandado un video en el que se hallaba finalizando la boda, con él, que era su mejor amigo: Oliver; eran amantes y justo habían planeado casarse en esa misma fecha. Todos los invitados también lo habían recibido y lo habían reproducido para verlo. —Tú no podrías haberme dado la vida que me merezco, Haarón; nada más eres un vendedor en una tienda de ropa, en cambio, Oliver es el jefe —decía Jessica en la grabación. Estaba vestida de novia y era abrazada por su nuevo esposo—. Fui muy paciente contigo, pero lo siento, nunca encontrarás a otra mujer, mejor que yo, que sea más hermosa y elegante. Hasta nunca, me espera mi luna de miel en las Bahamas. El video finalizó con un beso entre la pareja de recién casados. Haarón regresó a la realidad. Su cerebro recreaba y formulaba las posibles escenas, por la cual su prometida lo había dejado plantado. Estaba anonado y perdido en su propio mundo. Lloraba sin consuelo. Él la amaba y la había pedido matrimonio meses atrás. ¿Cómo era que se había atrevido a hacer esto? Era irreal. Quería que se abriera un hueco en la tierra y que se lo tragara por completo, y, que, nadie más lo encontrara por el resto de la vida. Volvió a oír la autoritaria voz de la mujer: “¿Me has escuchado?”, esa frase comenzó a resonar como un audio de una grabación. ¿Cómo era que estaba en esta situación? Alzó su mirada, y por primera vez, se detuvo a detallarla. Ella tenía el cabello rubio ondulado y vestía con ropa blanca que, parecía ser la de una importante empresaria; llevaba puesto un pantalón, una blusa un poco escotada y un saco sin abotonar. Además que, hablaba de forma imperativa y la expresión facial de ella era sería y, a la vez, estaba mezclado con un semblante de altivez y arrogancia. Se notaba que estaba acostumbrada a mandar y no a recibir órdenes. ¿Quién era ella? Por algún motivo le resultaba familiar, pero su cabeza era un caos y no lograba despejar sus ideas. Esos ojos ámbares, no, no eran de ese color. Amarillo, no, tampoco eran así de claros y limpios, era más una mezcla de distintas tonalidades. Se puso de pie y se acercó a la extraña mujer, para quedar cara a cara con ella. Eran avellana, ahora lo podía confirmar. Pero, también, se notó la diferencia de estaturas entre los dos. Aunque, ella solo era un poco más baja, pues, combinaban como una excelente pareja, refiriéndose a la medida de ambos. —Disculpa —dijo él—. Podrías repetir lo que has dicho.
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