CAPÍTULO 1 (COMO CONOCÍ A HADES)
Esta es la continuación de libro N.º 1 "Mi vida con Hades" Así que, si aún no lo lees, te aconsejo que te regreses o te vas a spolear. Y si ya lo leíste, continúa por favor, se que los primeros capítulos son duros, pero te aseguro que sanaras conmigo.
¿Cómo iba a tener ganas de vivir cuando había perdido al gran amor de mi vida? Cuando él había muerto y yo solo tenía ganas de morir con él, pero no podía hacerlo, no podía porque estaba embarazada de él, tenía a su bebé en mi vientre, una parte de él, una parte de nosotros. Había estado viviendo de recuerdos, esos recuerdos me aliviaban el alma.
Recuerdo la primera vez que lo vi, él entró imponente al restaurante donde yo trabajaba, a primera vista me había impactado, era ese tipo de hombres que todos volteaban a ver, alto, con unos músculos que aun con traje eran notorios, su cabello era tan n***o y liso que su flequillo no permanecía mucho tiempo de lado, lo podías ver danzar en su frente con un simple movimiento de cabeza, su piel era extremadamente blanca, no tenía que mirarlo a los ojos para saber que eran hermosos, me puse nerviosa cuando me tocó atenderlo. Así que me acerqué a la mesa y tomé su orden sin mirarlo. Su mirada debió de ser tan intensa porque la sentía sobre mí. Pero creo que era algo de él, no creo que un hombre así se fijara en una chica tan normal como yo. Atendí su mesa y hui, pero él siguió pidiendo cosas y tuve que seguir atendiéndole, aunque jamás lo miré a los ojos, me sentía incómoda. Un rato después pagó y dejó la mesa, no sin antes dejar una enorme propina que era más de lo que yo ganaba en un mes. Intenté alcanzarlo para decirle que se había equivocado con los billetes y que esto era mucho, pero no lo encontré. Se había esfumado de la nada. Me sentí terrible al tomar ese dinero. Pero lo guardaría y se lo devolvería una siguiente vez que lo viera. Así que lo guardé en el locker donde ponía mis cosas personales. Esa noche volví a casa muy tarde, si es que a esto se le podía llamar casa, era una habitación con espacios reducidos donde tenía solo las cosas necesarias, si tenía una planta, el lugar se quedaba sin espacio, así que solo era, una pequeña cocina con un refrigerador al lado, una mesa con una silla y la cama donde dormía. Esa noche estaba tan cansada que no pude ni darme una ducha a pesar de que apestaba a comida y este era uno de los olores que yo más detestaba, pero no me importó nada y me entregué a los brazos de Morfeo con nada más poner la cabeza en la almohada.
El día siguiente me desperté muy tarde, una de las cosas que amaba de haber salido de ese maldito orfanato fue poder dormir, los horarios ahí eran estrictos y te apagaban las luces muy temprano y las encendían cuando aún no había salido el sol, así que mi pequeño cuarto que hacía de casa, era el paraíso.
Me quedé encerrada todo el día, después de un turno de más 15 horas no tenía ganas de salir y tampoco tenía amigos para distraerme, así que quedarme encerrada era la mejor opción.
Ese día dormí prácticamente todo el día, la psicóloga del orfanato decía que quienes dormían demasiado, eran personas tristes. Para ser sincera, yo no sabía si estaba triste, esto era todo lo que yo conocía y en ese lugar no se hablaban de sentimientos. Así que yo me sentía un robot que no sabía sobre una cosa tan sencilla como son los sentimientos.
Si me pidieran que describiera ese sitio, simplemente les diría que, si existe el infierno, seria eso. Madres, que de madres no tienen nada, es que j***r ¿Cómo pones al cuidado de un niño a mujeres que no tienen la más mínima idea de ellos? Sí, sé que siempre hay una primera vez y que las madres primerizas no saben nada al principio, pero esto era diferente, ellas no tenían un vínculo y tampoco lo generaban. Sé que no todas eran así, pero en su mayoría sí. Mujeres estrictas que a mi parecer estaban sufriendo más que nosotros, los simples niños sin hogar a los que nadie quería.
Mi adopción se cayó un millón de veces, llegado un punto llegué a pensar que era mi culpa, pero yo no hacía nada para que las cosas resultaran mal, entonces dejé de esperar que alguien me adoptara. Estaba segura de que estas personas tampoco me iban a querer, así que no me esforzaba y si la pareja no me caía del todo bien, me portaba terrible para que salieran huyendo. Cosa que me costaba un castigo larguísimo sin siquiera ver el sol y apenas probando bocado. Pero no me importaba, porque posiblemente mi vida con ellos también sería un infierno.
Los niños en el orfanato eran niños como yo, que jamás habían recibido amor y tampoco sabían que era eso. Vi a muchos llegar e irse al poco tiempo, así como vi a otros que pasaron años para que los adoptaran y estaba yo, a la que nunca habían adoptado por el terrible carácter, a veces me sentía orgullosa de eso, pero cuando me quedaba sola lo lamentaba, una temporada dejé de ser despreciable con todos y traté bien a todo aquel posible adoptante, eso tampoco resultó, como tampoco me había resultado ser mala, así que me decidí por ser normal, ni buena ni mala o tal vez usar esas dos partes cuando fuera necesario.
En el orfanato, estuve a punto de ser abusada sexualmente a los 14 años por el idiota hijo del jardinero, un chico de unos 20 años que me había molestado desde siempre. Por fortuna su padre nos encontró y logró detenerlo, ese día conocí lo que era el verdadero miedo, era la primera vez que yo experimentaba algo así. Estuve con mucho miedo una larga temporada, por meses no quise salir ni a tomar el sol, porque en cada lugar del jardín veía su rostro y me daba tanto miedo. Mis visitas a la psicóloga del orfanato eran más constantes, ella me agradaba mucho, hasta que se tuvo que ir y pusieron a alguien más. Una odiosa mujer, que me hizo odiar las terapias, me hizo sentir que yo estaba loca.
Cuando cumplí los 18 me fui de esa cárcel, hasta dormir en un parque era la mejor opción, había hecho amistad con una de las cocineras y ella me había recomendado de mesera para un trabajo. Me había prestado dinero para que yo pudiera quedarme en un hostal, del que me mudé con mi primer sueldo, el sitio que había conseguido no era el mejor, pero funcionaba para mí, continué trabajando en el restaurante por años, era explotada laboralmente, pero era todo lo que yo tenía y me daba de comer, así que iba con mi mejor sonrisa.
Después de mi día libre volví a restaurante para encontrarme con el hombre misterioso, estaba distraído con su teléfono. Me dirigí al locker y tomé el dinero que había guardado. Me acerqué a él y lo puse en la mesa.
—Perdoné, pero olvidó esto el otro día —dije sin mirarlo y concentrándome en mi libreta de anotaciones—. Ahora voy a tomar su orden.
De reojo lo vi negar.
—No olvidé nada, es la propina por tu excelente servicio.
—Lo siento, pero es mucho dinero y no puedo tomarlo, ahora, estoy lista para tomar su orden.
—Por favor, insisto, es tu propina.
Negué aún sin mirarlo.
—No es correcto, entienda por favor.
Lo escuché suspirar y me dijo su orden, cosa que me extrañó porque eran un montón de postres, si él se los iba a comer todos ¿Cómo mantenía ese cuerpo? —Pensé.
Mi jefe me llamó apenas el extraño hombre, se fue, pensé que había tenido una queja de algún cliente, pero no, era para darme la propina que me había dejado el misterioso hombre, cuando la puso en mis manos me pude percatar que era el doble de propina que la vez pasada. Inmediatamente, me negué aceptarla, pero mi jefe me regañó.
—Deberías tomarla, las cosas no están bien y no sé cuándo pueda pagarte —Dijo con voz enojada. Cosa que me aterró, llevándome a tomar ese dinero, pero consideraba que era demasiado, así que tomé una pequeña cantidad para pagar mi alquiler y un poco de comida suficiente para un mes y el resto lo usé para comida de personas sin hogar, mirar sus caras de felicidad al recibir los alimentos me hizo saber que había tomado la mejor decisión.
El hombre misterioso continuó yendo al restaurante todos los días. Un par de veces más me negué a mirarlo a los ojos, hasta que un día no pude más, mi curiosidad me ganó, y yo tenía la completa razón, sus ojos eran de un azul, podría decir que casi azul marino, jamás había visto unos ojos tan hermosos, podías perderte en ellos, era como mirar el mar. Creo que me quedé como tonta mirándolo porque frunció el ceño e inmediatamente me asusté, porque había algo en esa mirada que me aterraba. Tomé su orden con rapidez y me fui a atender otras mesas.
Una tarde estaba casi anocheciendo cuando mi jefe nos dio la noticia a todos que vendía el restaurante y que este sería nuestro último día de trabajo. Me quise morir, yo no tenía otro medio de sustento y tenía un alquiler que pagar. ¿Qué carajos iba a hacer? Estaba aterrada. Cada tanto lo recordaba y me ponía a llorar, tenía que huir al baño, para que los clientes no me vieran llorar. Cuando estaba por terminar mi turno, me fui a tomar un poco de aire fresco a una de las salidas que daban a un callejón, cuando me sentía frustrada o estaba hecha un lío, venía a este lugar, era solitario y un poco tenebroso, pero a mí me hacía bien. Apenas llené mis pulmones con un poco de aire y rompí en llanto en señal de derrota. Estuve un par de segundos llorando inconsolable, hasta que una voz me interrumpió haciendo que literalmente se me saliera el corazón por la boca.
—¿Estás bien?
—Perdón, no quise asustarte —dijo después de unos segundos en los que yo aún agarraba mi pecho en señal del susto que me había dado.
Asentí con la cabeza sin emitir palabra alguna.
—Perdón que insista, pero sé que no lo estás. Sé que soy un extraño, pero vengo aquí todos los días, así que siento que te conozco. Sí, sé que no hemos sostenido una conversación nunca. Pero me presento. Me llamo Ramsés —dijo tendiéndome su mano. Dudé si tomarla porque después de aquella mirada que me había dedicado, él me había dado un poco de miedo. Pero yo de miedosa no tenía mucho, así que le tendí la mía.
—Soy Bree.
—Bree es un hermoso nombre —dijo con media sonrisa—. Me encanta.
—Gracias.
—Ahora que nos conocemos, ¿Puedes decirme que te sucede?
—¿Por qué te interesa? —pregunté extrañada.
Se encogió de hombros y suspiró, pero no dijo nada. Yo estaba siendo grosera y él no había hecho nada para eso. Así que suspiré tal cual él lo había hecho unos segundos atrás.
—El restaurante será vendido y me despidieron —dije al borde de llanto. Su cara fue de sorpresa.
—Lo siento mucho. ¿Amabas este restaurante?
Negué.
—Para ser sincera lo odio un poco. Pero ha sido mi medio de sustento por muchos años. Así que creo que tengo una relación de amor y odio con él.
—¿A qué te refieres Bree?
—He sido explotada laboralmente por muchos años, la paga es terrible y los turnos son interminables, pero no conseguí nada más. Así que ahora estoy desempleada y aterrada —dije esta vez llorando. Él se quedó en silencio, como debatiendo que decirme.
—Quiero ofrecerte un trato.
—¿Un trato? ¿Quién eres? ¿El diablo? —pregunté instintivamente.
Me miró y me dedicó media sonrisa antes de asentir —podría decirse que si Bree; en fin, te ofrezco un lugar donde vivir, comida, y pagarte los estudios si eso deseas.
Reí con ironía.
—Jajajaja claro, como no.
Él se cruzó de brazos.
—Estoy hablando en serio Bree.
—¿Por qué dices tanto mi nombre?
—Porque me parece un hermoso nombre, así que todas las veces que pueda lo voy a decir Bree. Ahora, ¿Aceptas mi trato?
—¿Y tú que ganas en esto?
—Por ahora nada Bree, pero tal vez algún día necesite algo de ti, no lo sé, puede que sí, puede que no.
Inmediatamente empecé a reír.
—Todavía no entiendo, ¿qué necesitaría de mí, un hombre como tú?
—Ahora tal vez tu amistad, más adelante necesitaría que me ayudes en mis negocios, estoy segura de que serás una mujer exitosa.
—Sí —le dije para salir del paso, porque no le creía nada. Presentía que era uno de esos hombres charlatanes que te ofrecían el mundo con tal de acostarse contigo. Pero él estaba más que jodido porque conmigo no lograría nada. Me tendió la mano en señal de cerremos el trato. Y yo lo miré confundida.
—Pensé que me harías firmar algo con mi sangre para sellar el acuerdo —dije riendo.
—Eso será más adelante, ahora disfrutemos de nuestra amistad. Te invito a tomar algo hoy.
—He trabajado 18 horas hoy, así que solo quiero dormir —negué.
Asintió.
—Lo entiendo perfectamente, te llamaré pronto para cumplir con mi parte del trato.
—¿Ah sí? ¿Y cómo harás eso si no tienes mi número?
—Tienes razón, que distraído —dijo negando. Anotó mi número y se fue.
Esa noche, cuando iba camino a casa, me encontré con una señora con sus dos hijos pequeños, pidiendo dinero, antes de salir, mi jefe me había dado lo Correspondiente a un mes de trabajo, que era todo lo que yo tenía, eran mis ahorros con los que tenía que subsistir hasta que lograra conseguir algo. Pero no pude guardarlos porque esa familia no tenía un lugar donde vivir y tampoco tenían comida, así que me acerqué a ella y le di la mitad de mi dinero. Inmediatamente, empezó a llorar agradeciéndome. Me contó que había venido a la ciudad porque su esposo estaba muy enfermo y tuvo que venir con sus dos hijos, pero que se habían quedado sin dinero y sus hijos tenían hambre. Me despedí de ella dándole mi dirección, le dije que si podía ayudar en algo que no dudara en buscarme y me fui en paz. Haberla ayudado me había dado tranquilidad. Así que llegué a mi apartamento y después de una ducha rápida me metí en la cama y me dormí con una sonrisa.
El sonido de mi teléfono me despertó de mi largo sueño. Era un número desconocido, solo rogaba porque fuera una llamada para ofrecerme un trabajo, en los millones de sitios en los que repartí mi hoja de vida. Contesté esperanzada, pero para mi sorpresa era el hombre misterioso que cabe destacar, ya tenía un nombre, Ramsés, como los faraones que tanto habíamos estudiado en el orfanato.
—Hola Bree, espero no haberte despertado; ayer no te insistí porque entendía que estabas cansada, así que hoy te invito a desayunar, espero que no malinterpretes las cosas, únicamente quiero ser tu amigo.
Me quedé en silencio unos segundos, mi loca cabeza empezó a maquinar ¿Por qué él quería ser mi amigo? ¿Acaso no tenía a millones de amigos con los que salir a desayunar? Apostaría del millón de mujeres que estarían detrás de él y él solamente quería desayunar conmigo. Era todo muy extraño.
— ¿Estás ahí Bree? —preguntó después de mis largos segundos de silencio.
—Hola, buenos días, perdón, estoy un poco dormida ¿Dónde nos vemos?
—¿Te parece si paso por ti? Necesitaría que me des tu dirección.
—Está bien ¿Tienes para anotar?
—No te preocupes, tengo buena memoria.
Le di mi dirección y pasó por mi media hora después, un auto de lujo se estacionó justo en frente de mi pequeño hogar, él bajó imponente y de traje como siempre, mientras que yo estaba de lo más normal del mundo. Con jeans y zapatillas conversé. Me saludó con media sonrisa y abrió la puerta del auto. Apenas subí, vi al volante a un hombre gigante de traje. Sentí terror y miré a Ramsés en busca de respuestas.
—Él es Caden, mi guardaespaldas. No te asustes, él solo inspira miedo, pero es muy bueno —Dijo para tranquilizarme.
—Mucho gusto, señorita Bree —saludó el enorme hombre.
—Mucho gusto Caden —contesté un poco más tranquila.
—Fuimos a desayunar a la terraza de un lujoso hotel; desde la recepcionista hasta la mujer del ascensor cayeron rendidas a sus pies, con nada más mirarlo ¿Pero qué carajos tenía este hombre que todas se volvían locas por él?
Desayunamos en silencio, a mí porque no me gustaba hablar mientras estaba en la mesa y él no lo sé, creo que disfrutaba el silencio.
Llegué a pensar que era un hombre solitario, que solamente necesitaba compañía. Pero lo que no entendía era ¿Por qué yo? No lo sé, tal vez, era su obra de caridad.
—Sé que me estás analizando, deja de hacerlo —dijo haciéndome avergonzar. Me hice la que no entendía de que estaba hablando y él negó como diciéndome que lo olvidara.
— ¿Puedes decirme por qué yo?
—¿A qué te refieres?
—¿Por qué quieres que seamos amigos?
—Me parece que eres una buena persona y quiero eso, quiero rodearme de buenas personas.
—Supongo que gracias —dije encogiéndome de hombros.
Después de desayunar dijo que quería llevarme a un lugar, así que nos adentramos en un barrio costoso, al que yo no había venido jamás, pero lo supuse por las casas. Llegamos un complejo de apartamentos y entramos los dos solos. Me dio un poco de miedo, me sentía una completa loca por estar sola con un hombre que no conocía.
El recepcionista lo saludo sonriente:
—Buenos días, señor Knigth, y buenos días, señorita —dijo mirándome.
—Buenos días —contestó él sin mirarlo sin más, yo, en cambio, lo saludé sonriente.
—Buenos días y mucho gusto soy Bree Expósito —dije para que recordara mi nombre por si este hombre me secuestraba o me asesinaba.
Subimos al ascensor y yo estaba nerviosa. Llegamos a un quinto piso y caminamos por un largo pasillo completamente blanco hasta que nos detuvimos en una puerta. Él revisó sus bolsillos y sacó unas llaves que me tendió.
—Bienvenida a tu nueva casa Bree —dijo con media sonrisa.