Me cambié al turno mañana. De por sí el cambio ya era drástico. El hecho de que antes me despertaba a las 12 del mediodía para entrar a las una a la escuela y que de un día para el otro me tenga que despertar a las seis de la mañana para ir a las siete ya era un cambio pesado, muy muy pesado. Pero ni eso iba a acabar con toda la esperanza que guardé para ese curso. Esperanza que se fue degradando poco a poco. Porque fue ahí cuando vida se fue a pique. O la poca vida que tenía a la edad que se tiene que tener en cuarto grado.
Ahí empezó mi lucha por ser un poco más sociable. Si era tímida, iba a ser la clase de nena que se sentaba sola en un rincón o que nunca tenía nadie con quien sentarse. De hecho, lo fui. Un tiempo. No sé cuánto tiempo. No lo recuerdo. Nuevamente me falla mi memoria. Porque no consigo recordar cómo me sentía en ese momento, recuerdo cada una de las humillaciones que pasé de chica como si fueran marcas en la piel. Pero no recuerdo como me sentí en cada una de esas humillaciones. Aunque agradezco, si tuviese que recordar cómo me sentí todas las veces que me humillaron ahora mismo estaría planeando mi s******o. Oh, esperen, eso ya lo hice. Pero tiempo al tiempo. Esto recién empieza.
En aquella época, acostumbraba pasar vergüenza y perder la dignidad tantas veces, que ahora que lo pienso y me acuerdo, no sé dónde metía mi cara de boludeada cuando cosas como las que voy a contar pasaban. Me había conseguido en quinto grado una amiga que se llamaba Macarena. Era reina del salón (porque en esa época yo dejé de ser la más linda aparentemente) y aunque para mí fuera estéticamente fea, a los nenes les gustaba. Para mí era simple, común y corriente. Una irrelevante con cara de sufrida mezcla de mosquita muerta. Pero era mi amiga, era buenita, y también iba a mi casa, y era estúpidamente buena en todo (hacía danzas, mientras yo vivía a base del sedentarismo porque nada más que dibujar me gustaba) y para colmo era buena en TODAS las materias.
Como comencé a llevar el cabello suelto a la escuela (sí, me había vuelto a crecer después de primero o segundo grado dónde mamá experimentó lo de ser peluquera con mi cabeza), agarré piojos otra vez. Se lo conté a Macarena, ¿y saben qué? No quiso juntarse más conmigo. Mi primera amiguita en quinto grado, y ya no quería ser mas mi amiga porque había juntado piojos. (Los piojos se van con los veneno. ¿Sabes, forra?) De pronto ella se empezó a juntar con otras dos chicas más, Florencia y Belen. Me dejó de lado. Y en un abrir y cerrar de ojos los piojos que tenía en ese momento eran mis únicos amigos. Piojos, nunca me dejen. Son lo más.
En sexto grado, para empezar en las materias había ido pésima. Habían bajado mis notas en matemática (no sé porque se me había pasado por la cabeza que iban a cambiar mis notas en matemática si fuera a otro turno y mi maestra fuera otra. No sé, un cambio de la tarde a la mañana literal, totalmente alpedo) Pasaba al pizarrón y como no sabía las tablas de multiplicar, me anotaban en mi cuadernito que de a poco fuimos cambiando a carpeta —porque los maestros tienen la idea berreta de querer enseñarte en primaria a ir preparado para la secundaria, cosa totalmente estúpida porque una vez que terminas la primaria te das cuenta que la secundaria es totalmente distinta a aquella bazofia de la primaria— algo como;
*Estudiar las tablas de multiplicación para la próxima clase. Una vergüenza que no sepa multiplicar por tres. ¡Es cosa de cuarto grado!
No sé que me frustraba más, si la notita en mi cuaderno que sabía que a mis viejos les iba a chupar un huevo porque me amaban demasiado como para criticar mi delimitado coeficiente intelectual en matemática, o si la idea de que pasé al pizarrón y fui la última en sentarse, y que todos se cagaron de risa de que no sabía multiplicar por tres. O que la estúpida de mi compañera que estaba sentada alado mío y leyó la nota de reojo me haya dicho algo como ''que boba...como no vas a saber las tablas''. Hay no sé, capaz soy una involucionada por no saber las tablas de multiplicar, ¿Por qué no me nutrís vos de tu intelecto, enseñándomelas? Forra...
Me callé, le tiré una sonrisa ausente a mi compañera y ella pareció bastarle porque siguió con su tarea. Y cuando tocó recreo me fui a llorar como una estúpida al baño. Y miento otra vez, porque no sé realmente que hice ese día después de que tocó timbre, creo que les dije que estaba descompuesta, y pedí que llamaran a mis viejos. Dramatización. Si no lo hiciste siendo una pendeja de primaria, arruinaste tu puta infancia, y la puta facilidad de poder mentir cuando te sentís mal y queres solo irte de la escuela sin motivo aparente. Cuando estás en secundaria, a menos que no estés vomitando los pisos, ensuciando lo que el portero mal pagado por el gobierno tiene que limpiar, no te dejan salir del establecimiento ni con ambulancia. Y esta última opción, es solo en caso de que estés perdiendo lo último de pulso que te quede.
Me acuerdo puntualmente del salón de clases ése, era quinto grado o sexto, no me acuerdo bien. Lo único que me acuerdo perfectamente era la dimensión de esa mierda que sugería ser salón de curso para cualquier persona no claustrofóbica. Era diminuto. Nos teníamos que amochar como indios. Mis compañeros eran lo más parecido a monos lujuriosos que conocí en mi vida. Y mis maestros eran agresivamente hoscos.
No me acuerdo mucho, solo me acuerdo que me había sentado sola casi todos los días del comienzo de clases hasta que entró alguien nueva. Una compañera nueva para el resto, una compañera de mierda para mí. Era Johanna.
Les voy a contar quien era Johanna antes de empezar a contar todo lo que pasó después de que me la volviese a encontrar en quinto grado. Johanna era mi compañera de jardín. En jardín ya era una gorda de mierda que lo único que hacía era romperme las pelotas. Me estiraba el pelo, me pegaba, rompía mis cosas y un montón de cosas al estilo brabucón yanqui, pero en Argentina, y en versión nena, a diferencia del brabucón yanqui, Johanna me pedía perdón después de pegarme y volvía a ser mi amiga (¿Les conté que era mi amiga?) Mi papá siempre hablaba con la directora por la nena que me pegaba, y después, yo, grandísima idiota, la perdonaba. Y esto había pasado una y otra vez. Entonces la había repudiado desde esa época. Y la habría de repudiar en quinto grado.
Me acordaba de eso. Me acordaba de esta gorda de mierda. Me acordaba de todo. Ahora yo tenía amigos hombres y aunque la pasaba bien con ellos quería juntarme con las nenas porque no lo había hecho desde hacía unos cuantos años. Mi última amistad con alguien del mismo sexo había sido en tercer grado, y ahora ya estaba en quinto o sexto. Necesitaba de amigas mujeres. Necesitaba. Mientras que yo tenía delirios de juntarme con nenas como las que en ese momento eran el grupo estrella, ellas eran Belén, Florencia —sí, Florencia, igual que yo tenía que llamarse la pocahontas esta, y lo más ilógico que para referirse a ella usaban ''Flor'' y a mí me decían ''ey'' o de última no se dirigían a mi directamente—, y Macarena, la que se había dejado de juntar conmigo en cuarto grado porque yo agarré piojos, y alguna otra boluda de turno que no me acuerdo. Ellas eran las puntuales. Yo quería ser como ellas. (Era medio estúpida en ese entonces. ¿Porqué mierda querría ser como ellas ahora?) Johanna llegó y la incorporaron casi al instante al grupito de las estrellas. Sí. La incorporaron a ella, a la gorda que me hacía bullying, Y A MI NO.
De última si se hubiera quedado ahí, con su grupo —ahora eso era, SU GRUPO— de amigas, horribles y malas amigas. Hubiera estado bien. PERO NO. Ella tenía que tener todo lo que era mío. Todo quería. Se empezó a juntar con mi mejor amigo, que en ésa época a mí me gustaba. Leonardo. ¿Y saben qué? Ella también gustaba de él.
Llegó una estúpida época donde ya había hecho un bollito con mi dignidad y me lo había metido en el culo, porque en aquel momento era consciente de que los varones se juntaban con alguien que no veían atractivos físicamente solo por un motivo; Copiarle en las tareas y en los exámenes si es posible. Y así, yo consciente de que tenía buenas notas y de que las conchudas del grupito estrella no se dejaban copiar, me dejaba copiar yo, me dejaba usar.
Leonardo se sentaba conmigo por eso, y por otros motivos de mierda como el de contarme que le gustaba Florencia —la otra, no yo, por supuesto. ¿Quién iba a gustar de mí? ¡Mejor gustemos de la Pocahontas con nariz de simio!— ¿y saben qué? Yo claramente no tenía suficiente con que la Pocahontas fuera mi competencia amorosa, sino que también la gordita Johanna, que también estaba interesada en Leonardo, y también se había dado cuenta de que lo único que a él parecía importarle eran las notas. ¿Y saben algo más? Johanna era mejor. La gorda era promedio nueve, mientras yo era promedio ocho. GAME OVER.
No sé cuál fue el momento en que comencé a prestar atención en quien faltaba y en quién no, lo cual de por sí es patético. El motivo era que yo no tenía con quien sentarme. Ya había perdido a mi mejor amigo a mano de una gorda con promedio de nueve cincuenta. Y los otros boluditos de los varones no se querían juntar conmigo tampoco por no sé qué razón, creo que se debía a que en el salón los varones comenzaban a mirar a las nenas con otros ojos, y a mí me consideraban fea y entonces como me consideraban fea, se mofaban del que se juntase conmigo.
No tenía con quien sentarme, y era fácil para mí memorizarme desde el rincón en el que había ocupado mi traste por lo menos unos cuantos meses hasta que volví a socializar, si faltaba alguien, un asiento quedaría sobrando, y ése asiento sería mi oportunidad de demostrar que no soy tan aburrida, que soy una persona divertida. Y mi propósito era claro; quería comenzar a juntarme con nenas.
Y fue algo así. Un día faltó Pocahontas, que se sentaba con Belen, y me quise sentar con ella. Me acerqué toda tímida, le acerqué una mesa. Y ella temerosa como si yo fuera una arpía que fuera a comérmela me miraba desde lo lejos.
— ¿No vino Flor hoy? —le dije mientras le pasaba una mesa porque la muy estúpida no tenía una personalidad propia sin la otra y ni siquiera sabía dónde iba a sentarse. Cabe aclarar que escaseaban las mesas en esa aula y en esa escuela. Y cabe aclarar también, que por ese mismo motivo, quería que nos sentáramos juntas.
—No sé. Seguramente viene después. —Dale, perfecto. Mientras me siento en el piso, ¿no? Pelotuda.
— ¿No te queres sentar conmigo hoy? —consigo decir cuando por fin junté fuerzas para hacerlo. En sí era muy tímida, y eso me significaba a mí lo mismo que para otras nenas una declaración de amor. La gran diferencia es que yo en esa época le pegaba a quien me gustaba y jamás de los jamases pensaba si quiera en decírselo. Para mí en ese entonces lo más difícil era pedirle a alguien que se sentara conmigo o que fuera mi amigo en el caso más desesperado.
—Ehh...no...disculpá. Es que voy a esperarla a Flor. —espetó. Asentí con la cabeza en una pobre muestra de conformidad y me fui buscando una mesa, que ya no había por supuesto, y no me acuerdo como conseguí una, porque fui tan buena persona en dejarle la mesa que yo había buscado para las dos, cuando en realidad debí ser algo como AH BUENO, NO TE SENTAS CONMIGO, TE CAGAS, LA MESA ES MÍA. Pero no. Ese era el problema. Era muy buena para decir algo como aquello.
No sé qué me era peor, que se siguieran refiriéndose a aquella ''Florencia'' como ''Flor'' mientras que a mí ni me tenían en cuenta incluso cuando me llamaba igual. O que no había querido juntarse conmigo la tal Belen, cuando yo pensaba que era de lo más buena persona, incluso hasta en la secundaria (porque sí, volví a encontrarme con Belén en secundaria) los chicos decían cosas como ''Nunca conocí a una persona tan buena como Belén'' y el recuerdo del rechazo de Belen se me venía a la cabeza. Nunca se lo conté a nadie. Siempre pensaron que odié a Belén porque me caían mal las personas que eran extremadamente buenas. Pero la realidad era esta. Belén siempre me marginó cuando era chica. La odio por eso y la voy a seguir odiando por eso. Y más adelante la voy a seguir nombrando porque es una de las personas que están en mi cabeza y que cagaron mi vida sin ser profundamente conscientes de eso.
Florencia no vino ese día por cierto. Faltó. Y yo me conseguí una mesa de cinco al fondo, donde se sentaron las del grupo menos popular, y como última opción tuvo que sentarse la tal Belen. Una rabia inmensa se había apoderado de mí cuando vi que la Belen había aceptado sentarse en una mugrosa mesa redonda de cinco donde tendríamos que estar amontonadas como judías escondiéndose en el h********o, mientras que yo le había ofrecido una mesa, las dos solas, con espacio, charlas, y una futura amistad.
Quizás me muestre muy indecorosa o algo superficial cuando escribo algo. No puedo evitarlo. Son pensamientos ahogados desde tanto tiempo que había callado. Es mi libro. Mi autobiografía. Quiero criticar a cada una de estas personas que me negó un día algo tan simple como amistad o lo que fuera. Los odio profundamente, y quiero que lo sepan.
Recuerdo que en esa época volvía a mi casa llorando todos los días porque me afligía no tener amigos y estar sola siempre. Porque de nena nunca tuve amigos. Y cuando digo que nunca tuve amigos es porque enserio no los tenía. Para empezar yo vivía a pocas calles del centro. Vivía en un barrio de viejos con guita, pero barrio de viejos en fin. Las pocas personas de mi edad que descubrí recién en mi adolescencia que existían, estaban muy bien escondidos, o quizás, yo era quien se escondía siempre. No salía a la vereda, nunca salía a dar una vuelta por el barrio, nunca hice nada de eso. Yo vivía en mi casa, encerrada, con mi computadora y mis amigos virtuales.