Capitulo 6:

1493 Words
Las pulsaciones de Danika estaban controladas, al igual que su respiración, mientras avanzaba con pasos firmes por los amplios pasillos de la "casa", si acaso se podría llamar así de forma modesta. Eros caminaba con pasos relajados y una sonrisa ladeada en su atractivo rostro, era evidente que intentaba demostrar seguridad y confianza, pero la hermosa agente podía leer las emociones en sus ojos color esmeralda. El Dios del amor estaba aterrado. La chica de mirada color hielo, tragó el esbozo de una sonrisa satisfecha, consciente de que tenía el dominio del tablero. Ella ganaría el juego. —¿Quién diría que el Dios del amor quisiera formalizar tan pronto?—ronroneó Danika en tono sensual y juguetón, atrayendo su atención. Eros deslizó su dulce mirada verdosa hacia ella, y le dedicó una sonrisa socarrona que intentaba enmascarar su miedo. —No me malinterpretes… pero no soy un hombre que se ponga el anillo con facilidad—respondió él, al tiempo que deslizaba una mano por su sedoso cabello color oro, regalándole un pequeño guiño a ella. —No, es verdad… después de todo, no te cabe otro en la mano—dijo ella, hilando las palabras para sembrar las semillas del repudio y reproche en él. La mirada lasciva y sus labios entreabiertos fueron toda la confirmación que Danika necesitó. Era muy fácil y simple, algo absurdo y casi adictivo… jugar con la mente y emociones de Eros… manipularlo a su gusto y deseo. Una podría acostumbrarse a aquello, convertir al Dios del amor en su propia adicción. Envueltos en un vasto silencio, ambos avanzaron por la mansión, con sus mentes absortas en diversos pensamientos. El pensaba en las palabras de Danika, y ella recreaba el plan. Solo cuando un murmuró bajo los alcanzó, la hermosa agente se atrevió a romper el hielo. —¿Algún consejo?—ronroneó ella dedicándole una sensual caída de ojos, atrayendo su atención. Eros la observó durante varios segundos, el más profundo arrepentimiento parecía bailar en estos, intensificándose con cada segundo que pasaba. —No les demuestres ninguna emoción. Son tiburones y no dudarán ni por un segundo en devorarte.—respondió él en un tono demasiado bajo, solo audible para ella, al mismo tiempo que deslizaba el dorso de su mano por la mejilla de ella—Lo lamento Danika. Sin esperar ni un segundo más, él se deslizó en la habitación, con la presencia de la hermosa agente a su lado, como la sombra de la muerte. ~•~•~•~•~•~•~•~•~•~•~•~•~•~•~•~•~•~•~•~• Eros contuvo la respiración al atravesar la arcada de fina madera, como si el aire en aquella habitación estuviera contaminada. Lo cual en cierta forma era verdad. De pie alrededor de una elegante mesa de madera, con el rostro de piedra y espalda recta, Alexander lo observaba con mirada de hielo. A su lado, con un porte similar al de él, lo acompañaba su hermosa novia, Sabrina De Medichi, hija de la segunda familia más poderosa de la ciudad. Intentando imitar su recta postura, el Dios del amor avanzó por la habitación hasta llegar al centro de la misma, Danika siguiéndolo de cerca. —Yo sentía olor a mierda… ahora sé de dónde viene. Buenos días hermanito—ronroneó una profunda voz envuelta en tinieblas desde la chimenea apagada. Eros siguió el recorrido del sonido, sin embargo no fue una sorpresa su portador, después de todo, el podría reconocer la voz de su hermano entre un millón. Aferrando una copa de vino tinto entre sus dedos, vistiendo una camisa desabotonada y observando a todos con suspicacia, el hermano mayor, Mathew D'Angelo, les dedicó una mirada lupina que evidenciaba su arrogante sonrisa perfecta. —Quizás te cagaste en los pantalones—respondió Danika, saboreando las palabras en su boca. Eros volteó su rostro hacia la hermosa mujer a su lado, mientras sentía cómo su pecho se hinchaba de orgullo. Había dos opciones, ella estaba demente o simplemente tenía un coraje de hierro. Cualquiera fuera el caso, era peligroso. El Dios del amor volvió su rostro hacia Mathew, el mayor y más peligroso de los hermanos, mientras percibía como Sabrina y Alexander contenían la respiración, preparándose para las represalias que tendrían las afiladas palabras de Danika. Pero nada de eso pasó. Por el contrario, el mayor de los hermanos bufó una profunda y estridente risa, que casi lo hace volcar su vino. —¿Y quién es la víbora de lengua de plata?—ronroneó Mathew, aproximándose a ellos. Eros volvió a contener la respiración con pánico. Había cometido un error al traer a Danika a aquel almuerzo, jamás la habría creído capaz de semejante osadía. Evitó pensar en el hecho que aún faltaba la llegada de su padre y madre… Sin lugar a dudas, aquel sería un almuerzo demasiado largo. —Mi nombre es Danika… Danika Sky—respondió ella con orgullo, posando su mirada en los ojos de su hermano. Los ojos de dos colores. La marca del bastardo que era. «Mierda» juró para sí mismo el hermano de cabello color oro. Había olvidado mencionar la dicromía que su hermano padecía, la cual le proveía ojos de dos colores diferentes. Uno verde, señal del linaje D'Angelo, y otro n***o como la noche, señal del adulterio cometido por su padre, algo muy mal visto entre las familias más poderosas y respetadas de la mafia italiana. Por este motivo, Mathew odiaba que las personas se le quedaran viendo a los ojos… tal como Danika lo estaba haciendo. —¿Hay algún problema que me observas tanto? Sé que soy más atractivo que mi hermano, pero no lo hagas tan evidente—escupió el mayor de los hermanos con un falso tono de humor, sin embargo intentaba intimidar a Danika. Pero ella no era una mujer fácil de humillar y menos aún de doblegar.  Aquellas palabras habían sido su condena, después de todo, dejaron en evidencia ante ella su miedo e inseguridad. —Haznos un favor y no te tires tantas flores arcoíris—ronroneó ella con una sonrisa de gato tirando de sus carnosos labios. Todos en la habitación contuvieron la respiración, mientras veían al muchacho de ojos verdes y negros aproximarse a ella, como un león preparado para devorar a su presa. —¿Cómo me llamaste?—siseó él, en un tono tan bajo como frío. La hermosa agente mantuvo la sonrisa en sus labios, mientras elevaba levemente su mentón hacia arriba, en un intento de alcanzar su altura, preparándose para contraatacar. Pero su monólogo destructor no logró salir de sus labios, la pelea fue interrumpida por la fría y calculadora voz de Alexander. —Buen día  madre—dijo el príncipe de hielo, atrayendo la atención de todos. Al instante, Mathew se apartó de Danika, adoptando una postura dolorosamente recta, similar a la de Alexander. Eros hizo exactamente lo mismo que él, mientras Danika intentaba imitarlo. El Dios del amor suplicó a cualquier deidad que se apiadara de él y mantuviera la audaz boca de la mujer a su lado cerrada mientras su madre ingresaban a la habitación. —Al parecer tenemos visitas—dijo la hermosa mujer de elegante porte, cabello n***o como la noche y ojos de un cálido color marrón. Su madre—Soy Isabela Cortez ¿Cuál es tu nombre?. —Un gusto, mi nombre es Danika Sky—respondió la hermosa agente sin titubear ni acobardarse ante tan imponente mujer. Aquello sorprendió a la madre de los hermanos D'Angelo, quien estaba acostumbrada a impactar y acobardar a las personas. Sin embargo no dijo nada, simplemente afinó su mirada y la evalúo de pies a cabeza, su astuta mente trabajando, mientras sus labios se limitaban a exponer una sonrisa calmada. —Su padre no tardará en llegar—explicó Isabela alejándose de Eros y Danika, para aproximarse a su lugar en la mesa. Sin embargo no se sentó. La hermosa agente se dió cuenta en aquel momento que ninguno en la habitación estaba sentado, todos permanecían de pie alrededor de la mesa, a la espera de él. —Te equivocas, ya llegué—dijo una voz profunda y fría, más cortante incluso que la de Alexander, irrumpiendo desde el marco de la arcada. La mujer de mirada azul hielo no se atrevió a mirar en aquella dirección, permaneció rígida en su lugar, sintiendo como todos sus huesos se doblegaron ante el mero poder que parecía emanar de él. Tampoco lo siguió con la mirada cuando pasó a su lado, percatándose entonces que él no tenía poder… él era poder. Solo cuando observó por el rabillo de sus ojos que tomaba asiento en la cabecera de la mesa color oscuro, se atrevió a observar el rostro de Estanislao D'Angelo. El rey del submundo.
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