A la hermosa agente no le fue muy difícil convencer a Eros de ir a un lugar más privado.
Sabía por sus fuentes de confianza que el atractivo chico acostumbraba a llevar a sus chicas a casa, aquello era entendible, después de todo, no había lugar más seguro que ese para hacer lo que él quisiera.
Durante todo el trayecto hacia la increíble mansión, Danika viajó a horcajadas de él, besándose con desenfrenada pasión.
Ella comprendió en ese trayecto el motivo por el cual el prefería tener chófer y no manejar a ningún lado.
Sin embargo, a la hora de bajar, la hermosa agente comenzó a jugar su audaz juego de seducción y manipulación, mientras intentaba deslizarse en la mente del más joven de los príncipes de aquel reino del horror.
—Imaginé que tendrías dinero, pero nunca que vivieras en un castillo—ronroneó Danika, con rostro de sobre actuada sorpresa.
Gracias a la información recaudada por su equipo, la hermosa mujer, de mirada color hielo, sabía perfectamente lo mucho que el Dios mortal detestaba su casa.
Por este motivo, está sería la primera carta que utilizaría para ingresar en su mente.
«Si conoces los deseos de tu enemigo, tendrás una gran ventaja sobre él» recordó ella, las palabras que su teniente le había dicho varios años atrás, durante sus primeras etapas de entrenamiento.
Para su suerte, Danika sabía cuál era el deseo de él. Poder.
Ser visto y reconocido por los miembros de su familia como alguien de relevancia, no como la oveja descarriada.
Eros bajó del asiento trasero del lujoso vehículo, llegó a su lado y deslizó las manos en los bolsillos de su pantalón entallado de diseñador mientras admiraba la vista de su casa.
—Más que castillo, yo lo llamaría jaula—respondió él con media sonrisa de lado, mientras giraba su hermoso rostro hacia ella.
Danika bufó una risa y volvió la vista hacia él.
—Todos estamos en jaulas, al menos tú tienes el poder de ser el rey de la tuya—ronroneó ella dedicándole una caída de ojos, mientras se deslizaba en su mente.
—Yo no soy ningún rey, más bien el bufón de la corte—respondió Eros con un tono de nostalgia en su voz.
La hermosa agente sintió una leve punzada en medio de su pecho ante las palabras del hombre frente a ella. Sin embargo se recordó a sí misma que él no era mejor que el hombre sentado en el trono, o el que oprimió el gatillo liberando la bala que mató a Gleen.
Todos eran parte del mismo reinado de horror y perversión, uno que Danika destruiría.
—¡Qué pena, habrías sido un hermoso y sensual rey!… no importa, yo tengo fé. Hasta los bufones pueden convertirse en reyes al usar una corona de oro—ronroneó Danika.
Ella comenzó a caminar hacia la entrada, Eros la seguía de cerca, sin embargo su mirada verde esmeralda estaba perdida, atada a las palabras que la agente había pronunciado cuidadosamente.
Aún así, al llegar al umbral de la enorme entrada, tallada de madera oscura, el hermoso Dios mortal se apresuró a abrir y sostener la puerta para que ella pasara, un gesto que descolocó a la hermosa mujer con mirada de hielo.
—¿Quieres comer algo?—preguntó él en tono sensual, reponiéndose del impacto que habían generado las palabras de Danika.
—Podría decir que te quiero comer a ti… pero tengo miedo de que creas que soy caníbal—ronroneó ella mordiendo su labio inferior de forma sensual. Tal como había aprendido en la agencia.
Eros tragó duro, sin embargo, mientras su penetrante mirada verde se posaba en los labios salpicados de color carmín, una sonrisa lupina tiró de las comisuras del sensual Dios mortal.
—Creo que me confundí contigo—comenzó a decir él en un tono bajo y grave—No eres un ángel, un demonio mora bajo tu piel… pero hasta los demonios deben cuidarse de tentar al diablo—dijo finalmente, posando su mano izquierda sobre la mejilla de ella, mientras acariciaba sus labios con la yema de su pulgar.
Aquel contacto, tan sutil y delicado como una gota de rocío cayendo sobre las hojas de un lirio, hizo que los dedos de los pies de Danika se enrollaran, acompañados por una electrizante aceleración de sus pulsaciones.
Como si él fuera capaz de oír el tamborillante palpitar de su corazón, la sonrisa en sus sensuales labios se volvió depredadora, y antes de darse cuenta, Eros la había elevado por los aires, posicionándola sobre su hombro, como si fuera un costal de papas.
Un bajo gemido escapó de la boca de la agente, sin embargo, la nalgada que el Dios mortal le dio en respuesta acalló cualquier sonido.
No había sido brusco o doloroso, solo prevalecía un leve recuerdo de una sensación de picor y calor.
Como si hubiera hecho aquello un sinfín de veces, Eros caminó por el amplio y elegante pasillo adornado por esculturas, pinturas y pequeñas plantas a cada lado. No se detuvo en ningún momento, ni siquiera para recuperar el aliento, tampoco cuando llegaron a la puerta de lo que parecía ser su habitación.
Con hábil práctica e ingenio, él la abrió, para deslizarse en su interior. Solo cuando finalmente volvió a cerrar la puerta a su espalda con una delicada patada, la dejó en el lustroso suelo de madera.
—Acá puedes hablar, gritar o gemir todo lo que quieras. Solo escucharemos nosotros—respondió él, recobrando el aliento.
Danika le dedicó una mirada felina, casi depredadora, mientras comenzaba a caminar por la habitación con gracia y elegancia sensual, consciente de que el Dios mortal la observaba como un delicioso bocadillo.
—¿Así que esta es la torre de la princesa?—ronroneó la agente de ojos color hielo, tomando asiento en la enorme cama de dos cuerpos color negra.
Eros se aproximó a ella, tirando de los botones para desprender su camisa y dejar el hermoso torso semi desnudo expuesto para ella, mientras la observaba con una mirada que rozaba el deleite. Él sabía lo que iba a pasar y estaba completamente a gusto con eso.
La respiración de la hermosa mujer se detuvo, mientras sentía como su garganta se secaba. No por la perfección ya esperada de aquel Dios mortal, no, el motivo de aquello era las cicatrices que afloraban alrededor de sus costillas.
Poco demoró ella en notar que las marcas provenían de su espalda.
—¿Conoces el dicho, la curiosidad mató al gato?—dijo él con una sonrisa tirando de sus comisuras, luego de leer la expresión en el rostro de ella.
—¿Qué es?—escupió ella sin que la advertencia en sus palabras le importara.
Eros bufó una risa mientras negaba con la cabeza, sin embargo la complació.
El atractivo dios mortal se retiró la camisa, dejándola caer al suelo, segundos después se dio media vuelta, exponiendo su espalda por completo ante ella.
Solo el más vivido horror y pánico pareció bailar en el rostro de Danika, mientras observaba la destrozada espalda de Eros, repleta de cicatrices.
—Son latigazos… pero antes de que te emociones, no soy sadomasoquista o algo parecido.—comenzó a decir, elevando el rostro por encima de su hombro—Solo digamos que en el negocio que maneja mi familia, los errores se pagan caro.
Eros volvió a estar frente a ella observándola de forma expectante, a la espera de su reacción.
Sin embargo, Danika estaba helada, sin saber qué hacer.
Esperaba que el padre no tuviera especial aprecio por su hijo menor y su vida de libertinaje plagada de excesos, sin embargo aquello había sido demasiado.
Por lo que hizo lo único esperable de una amante; mientras se tragaba su creciente odio hacia el hombre sentado en aquel trono de sombras, la hermosa agente de ojos color hielo se inclinó hacia adelante para tomar al hombre por las costuras del pantalón y atraerlo con delicadeza a la coma. Sobre ella.
Danika reclamó sus labios con desenfrenada pasión, como si él fuera una bocanada de aire en el fondo del océano.
El Dios mortal creyó que ella intentaba borrar cualquier rastro de dolor y tristeza atado a las heridas cicatrizadas en su espalda, pero en realidad, la agente solo intentaba distraer su corazón con un frenesí de pasión, para así evitar sentir compasión por aquel vil monstruo.
Eros no demoró en seguir su juego de sensual seducción, reclamando sus carnosos labios con desesperación y deseo, mientras recorrían su cuerpo con el tacto similar al de pétalos de flores, erizando levemente la piel que alcanzaba a rozar.
Aquello la hizo olvidarse por un momento de quién era y que estaba haciendo realmente en ese lugar. Durante aquellos segundo que demoró en quitarse y quitarle la ropa al dios mortal, no fueron más que Danika y Eros, dos extraños que tendrían sexo.
«Él no es un extraño para tí, él es tu enemigo, y tu enemigo jamás puede ser un extraño» se recordó a sí misma, mientras tragaba el amargo sabor que escalaba por su garganta.
Apartó el pensamiento del deber que la había llevado a aquel lugar, decidida a disfrutar los pocos placeres que la vida le concedía, mientras guiaba la longitud de Eros a su interior, maravillándose de cada centímetro en el que sus cuerpos se unían, como el principio y el fin de una melodía celestial infinita.
Las embestidas del dios mortal comenzaron siendo suaves y sutiles, sin embargo se volvieron demandantes en el momento que los dientes de Danika mordieron sus labios, incitándolo a ir más allá.
Fuego y pólvora, eso eran ambos en la cama.
Pero como era de esperarse, al ser mezclados, no demoraron en estallar.
Eros alcanzó el éxtasis en el preciso instante que una uña afilada de Danika se incrustó en su espalda, sin embargo una vez conseguido no se detuvo, solo lo hizo segundos después de que los ojos color hielo de ella se vieron envueltos por el placer y una bajo gemido fue arrancado de sus labios.
Fuego y pólvora.
Ambos cayeron rendidos, con las respiraciones entrecortadas, sobre la mullida cama, quien los deleitó con su frescura al contacto de sus cuerpos sudados y rebosantes de calor.
—Bueno… al parecer si eres el Dios del amor—ronroneó ella con las palabras entrecortadas mirando el techo del cuarto.
Eros a su lado sonrió de manera sensual, mientras sus ojos verdes, empañados por el deleite, se encontraban fijos en ella.
—Es un secreto… no le vayas a decir a nadie—respondió él con humor en su tono.
—¿Decirle al mundo y tener que hacer fila con un montón de mujeres?. No gracias, prefiero tenerte para mí sola… al menos durante un tiempo más—ronroneó ella.
Eros escupió una risa profunda de medianoche que hizo retorcer los dedos de los pies de ella.
—Golosa—respondió él, mientras comenzaba a acariciar el cabello castaño de ella con toques de seda.
Danika abrió la boca, en un intento por seguir la conversación, pero sus párpados se volvieron pesados y antes de notarlo, el sueño la había envuelto entre sus embriagadores brazos.
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Cuando volvió a abrir sus ojos color hielo, los suaves rayos de sol se filtraban por una ventana que no había notado la noche anterior, revelando la hermosa habitación en la que se encontraba y al chico desnudo al que parecía haber dormido aferrada.
Apartándose de forma rápida pero evitando despertarlo, Danika salió de la cama y maldijo para sus adentros.
Se había quedado dormida toda la noche, echando a perder el plan de encontrar información importante mientras todos dormían.
«Al menos la pasaste bien» le recordó su conciencia inmoral, mientras observaba al hermoso hombre sumido en un profundo sueño. Al parecer la luz del sol lo favorecía, volviéndolo aún más hermoso.
Soltando un largo suspiro se dijo que ya había disfrutado mucho, era momento de trabajar.
Durante unos segundos debatió consigo misma si debía utilizar el vestido de la noche anterior, pero finalmente se declinó por la camisa blanca que el hermoso Dios mortal había llevado la noche anterior.
Vistiendo la camisa y los bóxer de Eros, Danika salió de la habitación, con pasos suaves, evitando hacer cualquier sonido demasiado fuerte que llamara la atención.
Acortando la distancia giró a la izquierda en el primer pasillo, con la clara idea de acercarse al ala oeste del edificio, dónde le habían informado que se encontraba el despacho del rey del submundo.
Sin embargo, cuando estaba atravesando el tercer corredor, una figura salió de la nada, embistiéndola.
—¡Mierda!—gruñeron ambos al unísono.
Sin embargo, Danika reconoció la voz del hombre al instante, lo que la llevó a elevar su mirada azul hielo hacia él, más fría de lo normal.
De cabello n***o como la noche y ojos verdes, muy diferentes a los de Eros, sin un ápice de emoción. Alexander D'Angelo le extendía la mano adornada por el mismo anillo que llevaba su hermano.
Danika no la tomó, y se ayudó de sus propias fuerzas para incorporarse, mientras lo observaba, intentando amortiguar el odio que regía en su corazón. Después de todo, ante ella estaba el orquestador de la muerte de Gleen.
—¿Quién eres?—escupió el hombre frente a ella de forma autoritaria y con clara desconfianza.