Estaba en mi escritorio en la Duvall Tower, rodeada de bocetos, con los últimos retoques de la campaña de Varela Spirits. El estrés me tenía con los nervios a flor de piel, pero intentaba concentrarme en los tonos dorados del licor en la pantalla, ignorando los recuerdos de la noche anterior en ese club secreto con Lisandro. Sus manos todavía me quemaban en la memoria, y el nombre de Leonardo Varela dándome vueltas en la cabeza no ayudaba, había estado lidiando con sus exigencias sobre su campaña y esos comentarios sarcásticos que siempre parecían —“Tienes un cuello muy bonito” me dijo en aquella reunión inicial— Pero no esperaba que esa línea se cruzara tan descaradamente. El teléfono de la oficina timbró, sacándome de mis pensamientos. Era un mensaje de la recepcionista: “Paquete para

