El resto del día traté de no pensar en las provocaciones de Danna, después de la cena regresamos a Buenos Aires, durante el camino, las palabras de esa mujer comenzaron a atormentarme, tan solo de pensar en él acariciándola me llenó de rabia. Lisandro manejaba, noté que cada tanto, me miraba de reojo, sabía que notaba que estaba molesta, pero no decía nada, después de un rato colocó su mano sobre mi pierna, y la apretó suavemente. —Estás muy callada —dijo al fin, su tono de voz era suave. —No pasa nada —lo volteé a ver mientras contestaba. Siguió mirando el camino, pero noté que apretó el volante con fuerza. —No soy idiota, Valeria, sé que mientes. ¿Es por lo que te dijo Danna? Me quedé callada por un momento, por lo visto no podía esconderle nada. —No lo sé, tal vez. Es que... es m

