Siento que el corazón me late hasta en los dedos.
Y antes de que mi cerebro tenga tiempo de decir “¡detente, loca!”, ya estoy dando un paso hacia él.
Y regreso en automático a la banqueta, encojo en la banqueta y suena más sincero si lo digo con aire de confesión:
—Lo siento… por todo, de verdad es que mi hermana me empujó a ese lugar de vicios. No pude decirle que no. Además, tú y yo no habíamos quedado en nada, ni cita, ni nada.
—Me paso la lengua por los labios, buscándole excusas hasta debajo de la mesa—. Estaba… buscando dónde ir a vivir, ¿sabes? Con todo este lío. Mi mamá vino al trabajo a pedirme que regrese —y la palabra se me atora en la garganta—. Que regrese. ¿Te lo imaginas? Que yo tenga que volver porque Alejandra “dio permiso”. ¡Noooo! Eso no va conmigo. Además, esa es
