—No voy a regresar y es mejor que se vayan. Tengo mucho trabajo. Otra cosa, hermana: en otra me puedes avisar si ellas aparecen. Adiós, mamá. No siento tanto gusto, ya que has venido porque ella te lo ha pedido.
Lo dije con la voz más fría que pude reunir, con ese tono cortante que uso cuando quiero que algo se rompa y que no haya vuelta atrás. Sentí cómo se congelaba el aire por un segundo, ese silencio que te mira de frente y te devuelve la realidad como un espejo roto, y lo disfruté un poquito, como quien muerde limón y celebra el dolor.
Mi madre tragó saliva y sus ojos, que antes brillaban de esperanza, ahora parecían dos luces amortiguadas. Buscó palabras suaves, frases hechas como “hija”, “entendamos”, pero su boca no consiguió más que un suspiro. La vi sostenerse del respaldo del
