—No la dejaré ir —murmuro, y mi voz se mezcla con el sonido del agua cayendo. Tomo la toalla. Una en la cintura, otra para secarme el cabello. Todo normal, hasta que veo mi celular vibrando en el lavamanos. Lo agarro sin darle importancia… hasta que leo el mensaje. “¿Puedes darme asilo?” Frunzo el ceño. ¿Qué demonios significa eso? Sigo leyendo. “Mi madre me ha corrido de la casa. ¿Puedo dormir ahí esta noche? Mañana me iré donde un amigo.” Mi cerebro se detiene en una sola palabra: amigo. ¿Amigo? ¿Quién diablos es ese amigo? Y antes de que me dé tiempo a respirar, llega otro mensaje. “Estoy en la puerta de tu casa. ¿Puedes abrirme? ¿Ya te dormiste? Lo siento, me iré…” —¿Qué? ¡No! —suelto, dejando el teléfono en el lavabo. Salgo del baño corriendo, todavía con la toalla atada

