Ella soltó un pequeño suspiro y luego me empujó suavemente hacia la silla, como si quisiera que me acomodara en el papel que ella misma había planeado para mí. —Vamos, Isabella, relájate. Ponte esto, dúchate, y deja que el mundo vea a la chica que sabes que puedes ser. —dijo con una sonrisa que desbordaba confianza y un toque de perversión. Suspiré, dejándome caer en la silla, mientras Viktoria comenzaba a reorganizar papeles y a hacer como si no estuviera disfrutando demasiado de mi reacción. Pero yo sabía que lo estaba. La oficina se llenaba de esa sensación extraña de complicidad y humor retorcido, una mezcla que solo Viktoria podía provocar. —¡Viktoria! —exclamé, entre risas y frustración—. Si mamá supiera lo que estamos haciendo… —Mamá no necesita saber nada —interrumpió ella, gui

