++++++++++++ Sacó la cajita del kiwi de mi cartera como quien saca un billete; me la mostró con desapego, luego, con un gesto casi ceremonial, me devolvió la cartera. Me quedé tiesa. Di media vuelta, decidida a largarme de allí antes de que algo más se rompiera, y fui directo a la puerta, pero de la salida de la casa, no de la habitación, ya que de ahí ya había salido como flash. La abrí y, por supuesto, era Alejandra. La muy perfecta, con esa pose de reina de escaparates que se cree dueña del barrio. Me miró como quien ve basura en medio de la alfombra. —¿Qué haces aquí? —dijo, como si yo le debiera explicaciones. Le solté un “¿qué te importa?”, antes de pensar. Estaba caliente de rabia; la cena, el beso, la humillación, todo me había puesto en ebullición. Ella no se quedó callada. S

