3

1513 Words
Facundo Cuando vi la segunda carta de Sebastián antes de ir a trabajar, pensé que empezaba a tomarse en serio la jodita. ¿Qué carajo quería hacer ese pendejo? La abrí, la leí rápidamente y la volví a meter en el sobre para dejarla en mi cuarto. No tenía mucho tiempo para pensar en las pelotudeces que me escribía. Si quería decirme algo, me lo podía decir en la cara, no era como si no nos viéramos para nada. Vivíamos a un par de cuadras de distancia, si podía venir a traerme las cartas, podía venir a hablar como una persona civilizada, pero era obvio que ni él ni su familia lo eran. Seguramente, si viniera a decirme cualquier cosa, terminaría, como mínimo, insultándolo. No entendía cómo podía tener la cara de piedra para no solo enviarme la primera carta, si no, también, para insistir con una segunda. Dijera lo que dijera Nuria, para mí no era más que un pendejo pelotudo que no supo controlar la descarga de testosterona y se la agarró con mi amigo. Salí pensando en las pocas ganas que me daban de verle la cara ahora, mucho menos después de ver su insistencia. Cuando llegué al negocio de mi tío, fui a dejar mi abrigo al depósito y volví a salir para ayudarlo con la mercadería que había entrado mientras él se ocupaba de atender a los pocos clientes que habían entrado conmigo. Me apuré en guardar todo y ayudarlo en el mostrador. Después de reponer algunas cosas y guardar otras, nos sentamos a tomar mates y esperar a que cayera algún cliente, normalmente la mañana era tranquila, las cosas se agitaban un poco cerca del mediodía, cuando los chicos del turno mañana salían y los del turno tarde entraban. Las madres y esposas se aglomeraban en el almacén para comprar algo para mandarles a sus hijos o para preparar el almuerzo. Todo estaba tranquilo, hasta que los hermanos macana entraron hablando, riéndose y empujándose como los pendejos que eran. —Facundo, dame una cerveza —dijo Pablo apoyándose en el mostrador. —Dame el documento. —Nos conocemos hace mucho, no tenés que pedírmelo. —Mirá, nene, justamente porque nos conocemos hace mucho sé que no harán ni dos semanas que cumpliste los diecisiete años. En vez de una cerveza, te voy a dar una mamadera. Los dos tarados que lo acompañaban se rieron. Mi mirada se posó en Sebastián, que estaba ahí, parado atrás de Pablo con Martín. Me miró brevemente antes de mirar para otro lado. Mientras Pablo se quejaba con mi tío por no querer venderle una cerveza, observé a Sebastián esperando que dijera algo, que tuviera huevos una vez en su vida. Pero no dijo nada, se quedó ahí, al margen, sin mirarme o evitando hacerlo. Al final, los tres se fueron sin la dichosa cerveza. Solté un suspiro. No entendía qué le pasaba a ese pendejo, se había tomado el tiempo de ir hasta mi casa y dejar una segunda carta, pero no se animaba a hablarme cuando me tenía adelante. Me sentí un viejo, ya no podía entender a un adolescente. Me enfoqué en trabajar el resto del día. No quería pensar ni en él, ni en la carta, ni en lo pelotudo que seguía siendo. Cuando salí del trabajo, fui directamente a mi casa, mi mamá me saludó desde la cocina. Ya no éramos tan cercanos. Después de lo de Nuria, nuestra relación se había fracturado, pero ayudar a Gabo con su novio hizo que todo terminara de desmoronarse. La saludé con la mano y fui a mi cuarto para dejar mi abrigo. Agarré algo de ropa limpia, volví a salir para meterme en el baño. Abrí la canilla del agua caliente y la dejé correr mientras me desvestía. Sebastián, mi nuevo pensamiento intrusivo, apareció en mi cabeza como un flash. Pensé en como lo había visto hoy en el almacén. ¿Desde cuándo era tan tímido? Siempre había sido un pelotudo sin vergüenza alguna. De hecho, me había parecido que tenía la cara más dura del mundo antes de ver cómo me evitaba hoy. Sus acciones no concordaban. Me miré unos segundos al espejo, había hecho que Gabo dejara de pensar en él y sus amigos cuando le hacían algo, pero ahora yo no podía sacármelo de la cabeza. Me metí en la ducha decidido a olvidarme de él por un rato, al menos hasta que saliera y pudiera hablar con Gabo de esto. Salí un rato después listo, fui a la cocina y me preparé algo para cenar. Mi mamá seguía ahí, pero no me prestaba atención, estaba viendo un programa de televisión que no entendía por qué le gustaba. Cuando terminé de cocinar, serví mi comida en un plato, agarré unos cubiertos y me encerré en mi cuarto. Dejé el plato en el escritorio y agarré mi celular, tecleé rápidamente un mensaje para mandarle a Gabo. Empecé a comer mientras esperaba a que me contestara, pero en lugar de eso, inició una videollamada que acepté sin pensarlo. —Hola —dije con la boca llena. —Creo que te llamé en mal momento. —Gabo, estoy cenando, no haciéndome una paja. Se rio. —Entonces, ¿cómo es eso que te mandó otra carta? —Sí, te lo juro. Hoy lo vi con los otros dos y no se dignó ni a mirarme. Nuria piensa que está arrepentido o algo así. —Bueno, puede ser que se haya dado cuenta que fue un boludo. —¿Vos también? —Bueno, Facu, dale una chance. Por ahí creció algo estos dos años y se dio cuenta de lo mal que hizo. —No creo, se ve igual de boludo que antes. Ahora tiene el pelo un poco más largo, nada más. —De repente me distraje con Manuel que pasó por atrás suyo—. ¿Y cómo está el Padre? Una sonrisa apareció automáticamente en su cara, se giró a su derecha y lo llamó. —Está igual de lindo que siempre. —Le dio un beso en el cachete. —Hola, Facu —saludó Manuel—. ¿Cómo andás? —Bien, acá peleándome con Sebastián. —Me contó Gabi. —Ah, ¿sí? ¿Qué pensás? —Que deberías tratar de hablar con él. —Pero si el cagón me tuvo en frente hoy y ni me miró. —Bueno, entonces tratá de hablarle vos. —¿Y cómo hago con las ganas de cagarlo a trompadas? —Facu, pasaron dos años ya —intervino mi amigo—. Tratá de pensar que el creció, que pasó un tiempo para que piense en todo lo que hizo y que se sienta mal por eso. —Bueno, voy a tratar de no pensar en todo lo que te hizo. —Dale una oportunidad, por ahí no solo busca disculparse. Manuel habló como si no hubiera sido parte de toda la situación que pasamos, nos vio a su novio y a mí marcados por Sebastián y sus amigos. —Bueno, sacá esa cara, Facu. Ponete contento. —¿Por qué? —¿No viste nada raro? Pensé unos segundos antes de negar con la cabeza, Gabi sonrió y levantó su mano mostrándome el dorso, en su dedo anular tenía un anillo. —¡Manu y yo nos vamos a casar! Lo miré unos segundos como si no hubiera entendido nada de lo que me acababa de decir. —Felicidades, chicos —articulé por fin con una sonrisa—. ¿Cuándo te dio el anillo? ¿Por qué no me lo contaste? —En realidad quería esperar hasta ir para allá, pero creo que era mejor decírtelo ahora que te puede distraer la noticia. Y sobre cuando fue, el fin de semana pasado, fue nuestro aniversario y Manu me sorprendió. El ex Padre le sonrió, parecía que tenía vergüenza, pero era obvio que estaba feliz, los dos lo estaban. Hablamos un rato más sobre su compromiso, que querían venir a verme, aunque yo quería ir a su casa para desconectarme de lo que era la mía, de estar en este barrio, con esta gente que, en su mayoría, no eran malos, pero me jodía que no dejaran a los demás vivir como se les diera la gana, como fueran felices. No había visto sonreír tanto a Gabo como ahora que no estaba acá. Estaba seguro que había gente que los insultaba, que los trataban mal o que los miraban con asco, pero sabía que nunca iba a ser como era acá, en este barrio regido por las leyes más antiguas de la humanidad. Después de la llamada, dejé el plato en la cocina y volví a mi cuarto para acostarme de una vez. Pensé en lo que me habían dicho los chicos. Podrían tener razón, Sebastián podría haber cambiado después de dos años, pero por ahí no quería perder a sus amigos, por eso seguía siendo un boludo adelante de ellos. Tenía que esperar para drenar todo el rencor que tenía, si no iba a terminar pegándole.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD