Prólogo

917 Words
La pequeña Regina Beltrán estaba escondida en su lugar favorito, el armario del despacho de su padre. La pequeña castaña de ojos verdes no se imaginaba lo que presenciaría ese día. Ella estaba sola en la casa; su madre había llevado al doctor a su hermano mayor, Dante, y ella se quedó al cuidado de su padre. Escuchó la puerta abrirse y las voces de dos personas que conocía a la perfección; uno de ellos era su padre acompañado de una mujer. —Nunca lo haré —exclamó Juan Carlos Beltrán, molesto. —Debes hacerlo —insistió la mujer a su lado. —No, y es mi última palabra —mantuvo él. Fueron interrumpidos cuando alguien más entró a la habitación; era un hombre al cual la niña no reconocía. —He venido por lo que es mío —dijo el sujeto. —Nunca lo tendrás. —Entonces tendrás que morir. Dime dónde está —lo amenazo apuntándole con un arma. —Por favor, no lo haga —intervino la mujer. —Entrégamelo —insistió el hombre. El sujeto le disparó a Juan Carlos, quitándole la vida. Ese hecho arruinó la infancia de Regina para siempre. La mujer, histérica, golpeó el pecho del asesino. Él le sostuvo los brazos y luego la abofeteó con toda su fuerza. —Cálmate. —Te juro que pagarás lo que hiciste —sollózo la mujer. —Si dices algo, irás a prisión. Te recuerdo que tienes cola que te pisen. Lárgate. Regina, sin pensarlo, corrió hacia los brazos de su padre. —Papi, despierta —suplicaba la pequeña. El hombre le apuntó a la pequeña, dispuesto a matarla, pero la mujer intervino. —Es una niña de la edad de tu hijo. Por favor, no la lastimes —suplicó. Él rió.—¿Crees que me importa? —Te lo ruego, no la mates —replicó. —Desaparécela o lo haré yo. Juan Carlos se suicidó, ¿entendido? —Luego de decir eso, se marchó. La mujer apartó a Regina de los brazos de su padre. No notaba luz en su mirada; la niña estaba totalmente en shock. —Si dices algo, todos moriremos y será tu culpa, Regina. Más tarde me ocuparé de ti. Ella no respondió. Absurda, simplemente comenzó a llorar. En ese instante, se murió su niñez. Tal como lo planearon, todos creyeron que Juan Carlos se suicidó. Su amante escribió una carta falsificando su letra. En el funeral de su padre, Dante no se despegó de su pequeña hermana. Notó que ella estaba diferente. —Papá no estará, pero yo te cuidaré, princesa —dijo, besando su mejilla. Mariana se unió al abrazo de los niños. Ahora ellos eran lo único que tenía luego de la muerte de su amado esposo y la culpa que la carcomía. Ella sospechaba que no fue un accidente, que alguien lo asesinó, pero no tenía pruebas. —Regina, háblame —le pidió su madre. Ella observó a la mujer que la amenazó. A pesar de ser pequeña, Regina sabía que si decía una palabra, todos morirían. Su príncipe y su madre estaban en peligro. —Es normal, está en shock. Con el tiempo volverá a la normalidad —comentó una mujer entre la multitud. Los días transcurrieron normalmente. Mariana, preocupada por Regina, quien solo le hablaba a Dante, consideró llevarla a terapia. —Princesa, ¿por qué no le hablas a los demás? —pregunta Dante. —No puedo, príncipe —responde Regina. Regina observó el azul de los ojos de su hermano. Siempre lograba tranquilizarla. Él era su gran apoyo, su príncipe. Llegó Mariana y se agachó a la altura de Regina, dándole un beso en la mejilla. —Ahora hablarás con una doctora, corazón —afirma Mariana a su hija. —Mi hermana no está loca —responde Dante, molesto. —Claro que no, Dante. La doctora solo la ayudará para que vuelva a hablar —afirma su madre. —Pero conmigo habla —replica él. —Entiende, bebé. Quiero que sea la misma de antes. ¿Hace cuánto no la ves sonreír? —insiste Mariana. —Hace mucho, como a ti —le respondió el niño. —Saldremos de esta situación los tres, mi amor —dijo, besando su mejilla. Mariana llevó a Regina a la psicóloga, quien le explicó que sería un proceso largo y que debía tener mucha paciencia. Luego de la consulta, Mariana llevó a los niños a un parque para que se distrajeran. —Cuida a Regina mientras atiendo una llamada, bebé —le dijo Mariana a Dante, luego se alejó. —Quiero un helado, príncipe —pidió Regina. —No te muevas, princesa —respondió Dante. En cuanto Dante se alejó, una mujer agarró del brazo a Regina y se la llevó. Ella intentó gritar, pero el terror la invadía y no salía su voz. La mujer la llevó en el auto hasta un lugar lejano. Al estacionar el auto, miró a la niña. —Escúchame, Regina. Si vuelves, tu príncipe y tu madre morirán. Tú no quieres eso, ¿verdad? —No, no quiero que mi mamita y mi príncipe mueran. Ella negó con la cabeza y comenzó a llorar. La mujer le arrancó la medalla que le había obsequiado su padre. —Corre, niña, y no mires hacia atrás. Regina bajó del auto. En cuanto volteó, notó que el carro ya se había marchado. Ahora estaba sola en el mundo. Comenzó a caminar sin saber a dónde ir. Ahora estaba sola.
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