Extra 2.1 – Pecado expiado.

1780 Words
Chelsea Tremblay «Maldigo a su jodida parte cabrona». Me muevo contra su mano, queriendo sentir lo que a estas alturas necesito como respirar. Demian Tremblay sabe muy bien qué hacerle a mi cuerpo para que se derrita a sus pies. Y aunque muchas veces eso me saca sonrisas y orgasmos que recibo de muy buena fe, hoy no me pone tan feliz. Estoy enojada, malditamente rabiosa. Quizás él no entiende la profundidad de mi preocupación, las grietas que me tambalean y que todavía no creo que sea capaz de subsanar. No importa que lo tenga a mi lado, que cada día me despierte escuchando el latido furioso de su corazón contra mi oreja. Demian murió delante de mis ojos y el solo atisbo de una situación similar, es capaz de desestabilizarme. —¿Ya te vas a callar, darling? Su voz ronca me hace gruñir. La mano que me había estado tocando sin cesar ahora está en pausa, inamovible, buscando la manera de castigarme por atreverme a retarlo. Ahogo un jadeo cuando ese dedo atrevido se mueve unos centímetros dentro de mí, rota sobre su eje y provoca que cada músculo se contraiga a su alrededor. —No puedo creer que seas tan hijo de puta —gruño, refiriéndome al hecho de que no le importa el maldito pecado. No le importa la iglesia, no le importa absolutamente nada. Y no le importa mi palabra de seguridad. «Aunque eso puede ser culpa mía». —¿Ah, no? ¿Tengo que recordarte que soy un cabrón de mierda, Chelsea? —Mete su dedo más profundamente, con saña, con un movimiento que me hace arquear la espalda y chillar por el sobresalto. Mi carne palpita a su alrededor, siento que mi cuerpo empuja en la dirección contraria, buscando rechazarlo. Pero él no se irá a ningún lugar. Ese dedo tiene una misión. La mano libre masajea mis nalgas con una lentitud que nada combina con el movimiento de su dedo en mi interior. Jadeo y me retuerzo contra Demian, estoy sensible con sus azotes de antes y por los que quiero ahora con toda mi voluntad. Por más que quisiera mantenerme tranquila y demostrar mi punto, ya murió en mi jodida boca. Pero él es mi esposo, es mi hombre…sabe lo que tiene que hacer para disminuir mis nulos intentos de negarle uno de mis orgasmos. Mi respiración es un manojo extraño de nervios. Mi estómago tiembla con la anticipación. Hasta que Demian me abofetea el culo y yo grito. El sonido estridente no es provocado por la dureza de su gesto, es la acumulación de demasiadas sensaciones. Y él lo sabe. Su risa baja se siente burlona y sádica. Como esa parte de él que tanto disfruto, aunque ahora finja creer que no es mi persona favorita. Masajea para calmar el ardor y el movimiento hace que mi pecho se presione contra la madera del piano. Fría, dura. Casi tanto como las piedras que ahora tengo por pezones. Su mano baja por mi cintura y hasta mi cadera, mientras su v***a dura y larga presiona a través de su ropa contra mi trasero desnudo. Cierro los ojos, ya no hay nada que pueda hacer. —Voy a follarte, Chelsea Tremblay. Más vale que estés lista para mí. Escucho el sonido de su cremallera y cada poro de mi piel se eriza. La tensión que azota mi espalda, mis piernas y hasta mis brazos, es una de un tipo diferente. Es deseo. Es excitación. Es necesidad. Se contonea detrás de mí, a la vez que libera su erección furiosa. Cuando al fin se despoja de todo, su cabeza gruesa se presiona en mi coño y yo gimo. Es inevitable en cuanto siento su carne contra la mía. Se desliza por mis pliegues, se impregna con mi humedad. Se acerca peligrosamente a mi clítoris, pero no lo toca. Y esa sola negativa me hace gruñir de frustración. —¿Algo que objetar, darling? —Su voz es sarcasmo líquido. Una pregunta que sabe que me pondrá a la defensiva. No está en mi naturaleza ceder del todo. Mi hombre lo sabe y adora llevarme al límite. —Vete a la mierda —bramo entre dientes, pero me sale un galillo cuando el dedo en mi culo se sale de sopetón. Mis piernas flaquean. Ambas manos de Demian viajan hasta mis caderas, me mantienen en el lugar. Las mías se aferran al piano, ahora que sé lo inevitable que es esto. Mis tetas se sienten pesadas contra la fría madera, añoran el toque de mi compañero, pero más me vale concentrarme en lo que está por venir. —No tienes idea de lo que te espera, darling… Su voz es ronca, prometedora de pecados. Y conociéndolo, no me está hablando de lo que haremos aquí. Esto es solo un castigo. Su manera de mostrarme que está de regreso. —Deberías saber que a ti también… Demian ríe. Yo sonrío. «Oh, sí, cariño, te vas a mear cuando logremos salir de esta iglesia». Un puño se enreda en mi cabello. Me obliga a arquearme otra vez, pero esta vez es su v***a ruda la que guía su camino hasta mi culo. Se acomoda, se abre paso. Pugna por entrar, pero no lo hace aún. La mano libre se mueve a mis tetas, se enrosca en mis pezones y tira de ellos con intensidad. Me hace gritar. —Dem… Me pellizca más fuerte. —Término equivocado, darling —rectifica, con su tono duro, dominante. —Amo…mi amo…por favor… Ni siquiera sé qué le pido. Solo sé que quiero que lo haga de una vez. Mi coño chorrea, llora por atención. Y es peor cuando yo soy consciente de que no tendrá lo que necesita. —¿Quieres esto? —Me levanta hasta que su boca está en mi oreja—. ¿Quieres mi v***a en tu culo, darling? ¿Quieres que te demuestre que sigo teniendo el puto control? El puto control es solo él. —S…sí, sí quiero… —Pues siéntelo —ordena justo cuando su v***a empuja, ahora con intención. Abre mi carne y se cuela en mí como si ese fuera su eterno hogar. Suspiro. O jadeo. Ya no sé. Antes me ha follado con juguetes, pero no con su m*****o. Más gruesa, más venosa. Más potente en todos los sentidos que no considera un juguete. Me duele. Jodidamente duele cada empuje. Pareciera que un cuchillo está desgarrándome desde adentro y a la vez, el dolor no se compara con el inmenso placer. La expectación se funde, se vuelve certeza. Resoplo cuando su boca chupa la concha de mi oreja, cuando sus manos se aferran con fuerza a mis caderas y sus dedos se presionan tan duro que al terminar, tendré marcas. Empuja más. Entra despacio. Ocupa su lugar, que es solo suyo. Me duele, me gusta. Me calienta y me vuelve temeraria. Ahora soy yo la que empuja. Me impulso contra sus caderas para que entre en mí de una vez. Demian se tensa. Pasa un segundo. Y cuando empuja la siguiente vez, grito. Lo siento entero, largo, duro y grande. Ardiente. Como una lanza atravesándome y dispuesta a romperme en dos. —¡Joder, Chels! —gruñe y muerde mi hombro. Yo vuelvo a gritar. Estoy temblando como una hoja, me siento frágil, rompible. Sale de mí sin ceremonias, cuando está casi afuera del todo, vuelve a empujar. Me estremezco al completo, mis pies se ponen de puntillas, casi floto. Mis dedos están blancos agarrándose de la madera. El lugar donde sus manos se apoyan, quema. Mi vista se nubla, Demian no para. Asume un ritmo brutal, mi excitación crece. Gimo. Grito. Trato de mantenerme erguida, pero acabo otra vez sobre el piano, como una muñeca de trapo, dejándome follar a lo bestia por el culo con mi hombre, en una jodida iglesia. Entra y sale de mí. Sus bramidos me conectan con él. Cada nueva embestida es recibida, el calor se va acumulando en mi interior, en mi bajo vientre, pidiendo ser liberado de una vez. —¿Esto es suficiente preocupación para ti, darling? —gruñe, entrecortado, pero sin disminuir un ápice su velocidad o su fuerza de empuje. Le devuelvo un graznido que debería bastar, pero no para él. Me azota el culo y el ardor que se extiende por mis nalgas me hace encogerme en el lugar. Mis pies se levantan, se despegan del piso por unos segundos. —Responde como se debe, darling. Estás cerca y no querrás la extensión del castigo, ¿o sí? La extensión del castigo me hace estremecer. Lo conozco. No me follará en el confesionario, solo se limitará a contener mis orgasmos. Y, ¡maldición!, pero que me aspen, porque negarme el orgasmo ahora sería una sentencia de muerte. —Estás aquí…ya te tengo… —logro decir a pesar de los empujes que me dejan sin voz. Demian asiente conforme y acelera sus movimientos. Lo hace tan fuerte que el sonido de cada impulso se escucha en todo el salón del terreno santo. En algún punto me digo que esto está mal y que seremos castigados, pero de ahí venimos. Del castigo, de la muerte y la devastación. No hay manera en que el castigo llegue ahora. Solo la muerte podría ser suficiente y ya la espero, por desgracia, cada día de mi vida. —Dem…¡Amo! —grito, cuando estoy cerca, muy cerca. Mi coño se contrae y grita él mismo con las ganas de ser tocado. Entonces sus dedos se abren paso entre sus arremetidas. Se deslizan por mi abertura, rodean mi clítoris y lo tocan como si ahora todo se redujera a una sinfonía. Una de la que él es el maestro. —Arggg… —Me tambaleo, mi vista se nubla. El toque es demasiado hábil. Y es acompañado de sus besos en mi nuca, de sus dientes en la piel ardiente de mi cuello. —Dámelo, darling…dámelo ya —brama contra mi oreja y la mezcla de todo me lleva lejos. Sus dedos, sus besos y su empuje dentro de mí. Exploto como solo él sabe provocarme. Me sacudo con tanta fuerza que sus manos regresan a mis caderas y me mantienen en el lugar. En medio de la bruma siento su temblor, siento su calor extenderse en mi interior, siento su orgasmo recorriéndolo y haciéndolo temblar también. Siento el gruñido satisfactorio y alfa que deja salir y que retumba en toda la iglesia. Sonrío entonces, porque ya me queda claro que lo tengo de regreso. Y que solo por momentos como este, él sería capaz de regresar de la misma muerte una vez más.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD