Extra 2 – Un viernes de pecado.

3423 Words
Demian Tremblay Estar fuera de lo que era mi maldita ciudad se siente bien, aunque es frustrante en parte tener que permanecer escondido. Las Vegas fue mi trono por años y saber que ahora está en otras manos, que una guerra está en proceso, me hace sentir rabia, pero me conformo. Nunca quise ser el rey de la mafia, las circunstancias me llevaron hasta allí, junto con los planes maquiavélicos del maldito ruso que todavía me debe demasiado. No le temo a Vlasov, a pesar de todo aprendí a conocerlo. También sé que si no actuó en el momento que podía, fue porque realmente no estaba interesado. Su guerra nunca fue conmigo. Sin embargo, no puedo tentar a la suerte cuando ahora no soy solo yo, cuando mi mujer y mi hija pueden ser blancos nuevamente. Suficiente tenemos con no saber nada de Solovev, después de esa última advertencia. El hermano de mi mujer se arriesgó y es posible que esté pagando las consecuencias, si no es que ya dejó este mundo en manos de su misma familia, de su mismo clan. —¿Estás seguro de esto, Demian? —Alek me mira desde su lugar contra la pared, con los brazos cruzados y su ceño fruncido con dudas. Froto mi rostro con cansancio. No estoy seguro de nada, solo que necesito salir de esta casa, de esta isla y sentir que no me escondo del mundo. —Nunca estaré seguro, pero eso me va a robar los años que luego no recuperaré. Al parecer eso basta para él, porque asiente, se endereza y se acerca a mí. Con una mano en mi hombro, me mira como el amigo que no es, pero que da consejos igual de buenos. —Pronto tendré que viajar a Las Vegas. En cuanto termine de gestionar todos los negocios que tengo entre manos, debo hacer presencia en la ciudad. La reina de corazones está haciendo de las suyas, no quiero que se sienta muy cómoda antes de tiempo. Enarco una ceja cuando lo escucho, sabía que una nueva organización estaba haciendo de las suyas, aprovechando este tiempo sin rey impuesto, sin rey marcado. Pero no tenía idea de que estuviera ocasionando tantos problemas. —En Los Angeles no corres peligro. Puedes disfrutar con tu hija, puedes disfrutar con tu pequeña familia. Yo pondré todo mi arsenal a vigilar tu día de entretenimiento. Pero lo otro que me pides es peligroso. Será demasiado obvio. El primer día es pasable, el segundo sería una media casualidad, el tercero…es ponerte una diana en medio del pecho. Pienso en Chelsea y en todo lo que tenemos. Ella estuvo dispuesto a ir un paso más, a subir de nivel. Y yo por años fui el rey del engaño, pocos sabían mi verdadera identidad y solo porque así yo lo decidí. No he olvidado nada, si acaso, todos mis sentidos están potenciados. —Hay cosas que no puedo cambiar Dmitriev. Y tampoco negarle a mi mujer. Si hacemos lo que se debe, no correremos peligro. Solo tú sabrás que somos ella y yo. Se encoge de hombros y sonríe. Es un gesto irritado, pero al fin entiende que con su ayuda o no, lo haremos. Y creo que lo ve en mi cara, porque levanta sus manos como si se rindiera. —Como gustes. ----- Abril está agotada. No es para menos. A pesar del despliegue de seguridad y de las miradas por encima del hombro, el intento de ofrecerle el mejor cumpleaños de todos en el parque de diversiones que ella misma eligió, salió perfectamente. Por un día fue una niña normal, como otras, que no necesitan mantenerse escondidas para asegurar su supervivencia. Un día como el de alguien común y no el de una niña nacida y criada en la mafia. En los bajos mundos, peligrosos y temibles. No obstante, ahora la exposición se acabó. Y tenemos que ir de regreso. La tensión la llevamos en los hombros a pesar de que un convoy guía el camino hasta el puerto. El plan es movernos rápido y llegar pronto al terreno que es intocable, el terreno de la Bratva Komarov. Puede que Los Angeles sea terreno de rusos, pero como están las cosas y la guerra que está por estallar, no dudo que los rusos de Vlasov estén en todos lados, que se atrevan a ir más lejos solo para demostrar su poder. Abril se duerme recostada a Chelsea. Yo las miro a ambas. Mi mujer hermosa tiene la piel bronceada, su cabello está bien largo y el n***o se ha tostado un poco, dándole un tono rojizo en esa parte que se expone más al sol. Se aferra a Abril y sin que me mire, sin que diga una palabra, sé que está tensa. Que solo piensa en llegar y estar a salvo. De repente mi teléfono suena. El sonido es como una alarma en medio del silencio. Chelsea voltea a verme con rapidez. Yo saco el teléfono de mi bolsillo lo más pronto que puedo. El nombre de Dmitriev se ve en la pantalla y antes de que diga nada, ya sé que sucede algo. —Cambio de planes, Tremblay. Van a dar un paseo por la iglesia, tienen muchos pecados que confesar. —¿Plan de acción? —Cambiar de vehículo. Dejarlos a ustedes atrás. Carol puede irse con la niña. Levanto la mirada, Hans está en el asiento frente a mí y por la forma en que me mira, sé que sabe lo que sucede. Él también tiene su teléfono en la mano. —Motivos. —Solo precaución. Y estoy haciendo lo que me exigiste que hiciera. Al escucharlo miro a Abril. Por supuesto que sé lo que hace. La prioridad siempre será mi pequeña. —Entendido. Corto la llamada y Chelsea me mira con los ojos brillantes. Está aguantando el llanto y en su mirada logro ver el reclamo. Ese en el que me recuerda que esto no era buena idea. —Es solo precaución —digo, para que se calme. Su labio inferior tiembla, pero es un gesto rabioso, pronto me doy cuenta. Mucho cambió en Chels este último mes que yo estuve lejos. Los acontecimientos sé que son imposibles de superar y es lógico que ella desarrolle este comportamiento. Pero debe entender que riesgos siempre existirán. Al menos esta vez podemos tomar medidas preventivas con tiempo. —Hans, ¿tienes todos los detalles? Mi amigo no dice nada, solo asiente. Es él quien se ocupa de lo que es la seguridad en apoyo a lo que prepara Dmitriev. Sé que este cambio de planes es el primer plan de contingencia, aunque yo no tuviera idea de lo que contiene. —Sí, cuando lleguemos a la iglesia el auto entrará por una plaza privada de aparcamiento. Ustedes dos entrarán para confesarse. Carol y Abril se quedan para hacer el cambio. —Hans se inclina hacia adelante y apoya sus codos en sus muslos—. Tienen que quedarse atrás. Cuando lleguemos al puerto estaremos en terreno seguro. Asiento, mientras veo que Chelsea despierta a Abril. Después de todo lo que pasó, la pequeña no ha dado señales de traumas. Tanto Chels como yo estamos al tanto de ella, temerosos de que todo lo que vivió, lo que sintió, un día regrese a su mente y entienda el verdadero sabor del terror en su boca. Porque según un especialista que Dmitriev proporcionó poco después de todo lo sucedido, Abril bloqueó los recuerdos relacionados con el incendio, el secuestro, la traición de su nana y todo lo que incluyó mi muerte, de la que ella no estuvo al tanto con certeza, pero que fue traumático para su madre. —Pequeña, debes irte con la tía Carol, ¿está bien? Escucho que Chelsea le dice y Abril le responde algo que no entiendo. La expresión de mi mujer es suficiente para saber que está conteniéndose para no caerme encima y golpearme hasta quedar conforme. Lo sé cuando abraza a Abril y me mira con los ojos entrecerrados. Llegamos a la iglesia y nos despedimos de Abril con un beso cada uno. Chels y yo salimos tomados de la mano con Hans siguiendo nuestros pasos. Hasta que llegamos a las grandes puertas y sin mirar atrás ni un momento, porque eso resultaría sospechoso, entramos. Medio minuto después, cuando estamos en el medio de la iglesia, me llega un mensaje de confirmación. El trasbordo ya fue hecho y Abril, en compañía de Carol, están por salir por la parte trasera de la iglesia en otro auto que las llevará al puerto. Chels y yo nos miramos. Y como ya lo esperaba, me suelta la mano y se va furiosa. Avanza por el largo pasillo, resonando sus pasos en el inmenso espacio, solitario. Llega hasta el final y no hace más que mirar la imagen frente a nosotros. Sus manos son dos puños a cada costado de su cuerpo. Y ahora mismo sé que quiere evitarme, por eso no me acerco. Si lo hago, voy a conocer su furia. Porque, aunque no haya sucedido nada, el miedo sigue latente. Ese que ella vivió con mi mentira, con ese plan que no podía darse de otra forma. Froto mi rostro con mis manos y suspiro. No quiero que existan problemas entre los dos, ahora mismo solo quiero castigarla por solo pretender buscarlos, aunque sé que están justificados. En medio del chute de adrenalina que aparece ante un riesgo, solo quiero ponerla sobre mis rodillas y nalguear su culo para usar bien esa energía. A fin de cuentas, así viviremos siempre. O al menos hasta que alguien se digne a matar al cabrón de Ivan Vlasov. A un lado del salón veo el piano de media cola, justo detrás de la plataforma del coro. Camino con lentitud hasta allí y me siento en la minúscula banqueta. Toco algunas teclas. Sonidos al azar que tienen como fin romper este silencio que ya corta. —¿Cómo puedes estar tan tranquilo? —reclama y su voz destila rabia. No estoy de frente a ella, no puedo verla y ahora mismo no voy a levantar la cabeza para hacerlo. Solo me encojo de hombros. —Porque todo está resuelto, darling. El jadeo que ella deja salir al escucharme aumenta esas ganas, pero no manifiesto nada. En este punto de la discusión sé muy bien cómo va a acabar esto. Mucho más, porque esta iglesia es solo un lugar más que Dmitriev tiene como lugar protegido. —¿Resuelta? —exclama, entre dientes—. ¿No sentiste miedo, acaso? Abril ya pasó suficiente, Demian, no podemos exponerla así. Si a ti no te importa, pues… —¡Basta! —alzo la voz y el eco la vuelve aún más potente. Chelsea se calla al instante. Sé que está enojada con la situación, por no poder llevar una vida normal, conmigo por prometerle que nada sucedería. Sé que tiene miedo. Pero ya está yendo lejos, asumiendo lo que no debe. Nunca me había pasado por la cabeza gritarle u ofenderla de alguna forma, pero esto ir lejos en su frustración. —No voy a permitirte esto, Chelsea, no te voy a permitir que pagues conmigo tu frustración —declaro con un siseo, sin dejar de mirarla y recordándole quiénes somos ella y yo. Niego con la cabeza—. Esos no somos nosotros. La miro y sus ojos azules están brillantes, llenos de lágrimas, pero son de rabia y tristeza. Sospecho que hay mucho pasando en su cabeza y no solo esto que acabamos de vivir. Mucho que aún le queda y quiere soltar. —Una semana ha pasado, Demian. ¡Solo una! —pierde los papeles, se viene contra mí, hecha una furia, como me gusta verla, pero ahora me irrita y solo quiero hacerle pagar por eso. Está a solo un paso de distanci—. Estuviste un mes lejos de mí y yo pensé que estabas muerto, calcinado hasta los huesos y que de ti solo me quedaban unas putas cenizas que terminaron siendo falsas. ¿Lo olvidaste acaso? Porque yo malditamente no. Y no puedo solo quedarme tranquila cuando sé que algo puede pasar y que será mi jodida culpa por no amarrarte a la puta cama y azotarte yo misma por idiota. Sus mejillas rojas, sus manos en puños, su cabello revuelto por las sacudidas de su cabeza, su postura tensa y sus dientes mostrándose entre sus regordetes labios, así se ve al terminar. Con el pecho subiendo y bajando con dificultad, tratando de recuperar el aliento después de todo lo que acaba de decir. No la dejo recuperarse. Todo para ella pasa demasiado rápido. Porque en un segundo está descargando su furia contra mí y al siguiente, tiene su cuerpo pegado al puto piano, con mi mano en sus cabellos y la otra en su cadera, aguantándola con toda mi fuerza, mientras me cuelo entre sus piernas. Se sacude, intenta resistirse, ella también sabe cómo va a acabar esto y en parte sabe que es la única forma de sacar todo lo que tiene dentro. —¿A esto querías llegar, darling? ¿Querías provocar al puto amo que te pone de rodillas y te azota el culo hasta que desfalleces de placer? —No. —Su voz se escucha grave, pero estrangulada, entrecortada. El vestido que lleva me facilita el trabajo y antes de que pueda hacer nada o seguir intentando el zafarse de mí, cuelo mi mano por debajo de la falda y al llegar al encaje de sus bragas le levanto la cabeza con el puño que tengo alrededor de su coleta. —¿Estás segura? —gruño contra su oído cuando toda arqueada su espalda, me pego a ella. Sus jadeos son de esos que no puede ocultar aunque quiera, los que le provocan rabia porque no puede controlarlos. —¿Si meto mi dedo en tu coño no estarás malditamente mojada?, porque aunque lo niegues, darling, sabes que eres mía. Sabes que tu cuerpo reacciona a mí, a mi toque… Mi mano se pasea por su piel caliente y ella se estremece debajo de mí. Mi v***a está dura, ansiosa y palpitando por encajarse profundamente en ella. Acomodado en su culo, presiono contra ella para que sienta lo que pronto estará arrancando gemidos desde lo más profundo de su garganta. —No quiero jugar, Demian. No estoy jodidamente bromeando —gruñe y se retuerce, pero solo enciende más las ganas de follarla contra el jodido piano en medio de la bendita iglesia. —¿Cuándo lo he hecho? —devuelvo con calma, mientras levanto su vestido hasta dejarlo enrollado en su cintura y masajear su culo con la palma de mi mano. El blanco me llama. Y me hace pensar que está demasiado pálido. —No te atre… Un golpe resuena en todo el espacio. La palma de mi mano pica con el impacto, el blanco se vuelve rojo. Su gruñido, al interrumpir su amenaza, me da risa. Intenta moverse, intenta escapar de mí, pero es peor. Otro suena. Ella se estremece. —Maldito —reclama entre dientes. Y escucharla referirse a mí de esa forma me hace entender lo furiosa que está. Pero no se lo voy a permitir. Le doy otra nalgada, esta más fuerte que las anteriores. Chelsea grita esta vez, porque no disminuyo el impulso y su piel ya está resentida. Su trasero está en llamas y mi erección más dura y ansiosa no puede estar. Ansío enterrarme en ella y sacarle gritos, esos que necesita, a base de orgasmos. —Cuidado, darling, no voy a consentir otra ofensa. Halo su cabello otra vez, hasta que su cabeza pega conmigo, hasta que la espalda se recuesta a mi pecho y mi boca queda a la altura de su oreja. —Estás deseándolo, Chels —gruño contra su oído, mientras mi mano se mueve desde sus pechos y por todo su costado, sintiendo las curvas de su cuerpo, adorándola. Aunque quiera arrancarme las bolas justo ahora, sé lo que ella necesita—. Estás ansiosa por sentirme dentro de ti, por ordeñar mi puta v***a con tu coño apretado. Quieres sacar de ti toda esa frustración, ese miedo, sintiéndome bombeando en tu interior, empujando mis caderas contra tu culo desde atrás, y correrte tan malditamente duro, que serías capaz de rezar el Ave María entre gemidos. Sus muslos se aprietan, la conozco y sé que está en su mayor punto de descontrol. Pero mi mujercita es terca. —No. La mano que acariciaba su costado viaja hasta sus pechos y baja de un tirón los finos tirantes para rodear su seno y apretarlo con ganas. Gruño, enojado por su negativa, por su insistencia obstinada. —Mentir es pecado, darling —le recuerdo, pellizcando un pezón y retorciéndolo sin compasión. Su gemido se le queda atorado en la garganta. Suelto su cabello y llevo esa mano hasta su otro pezón. Torturo ambos, sintiendo que Chelsea se retuerce contra mí, ahora con menos fuerzas para negarse y más para sentir el placer. Su cabeza sigue recostada a mí a pesar de que ya no la estoy sosteniendo. —Que me folles en una iglesia también lo es —gime, atrevida, pero sus palabras se quedan en un susurro ahogado cuando llevo mis manos más abajo y sin perder tiempo, arranco sus bragas de un tirón. La tela cae despedazada al piso, a sus pies, pero mis dedos no demoran en recorrer sus muslos y sentir la humedad que ya corre por ellos. Respiro entre dientes y muerdo su jodida oreja cuando siento su excitación. —Estás chorreando, darling. Tu coño me llama y no voy a ser amable. Gruñe. Hace un tiempo que lo hace mucho. Alterno entre masajear sus pechos y recorrer mi otra mano por sus muslos, muy cerca de su coño mojado y palpitante. Chelsea se sacude contra mí, está al borde del orgasmo y ni siquiera he tocado su clítoris, cuando lo haga explotará sin problemas. —¡No te quiero amable, joder! Sonrío, luego muerdo su hombro. El jadeo doloroso que suelta me excita. —Lo sé. Chelsea intenta mantener el control. Intenta convencerse de que es esto lo que quiere y que no soy yo quien nos ha traído hasta aquí. Lo intenta, pero en el fondo sabe que, aunque ella sí lo desea, está rendida ante mí. Su negativa anterior murió en sus labios cuando mi palma impactó en su exquisito culo la primera vez. La torturo lo más que puedo, evito su botón excitado e inflamado todo el tiempo, porque sé que un solo roce la llevará al orgasmo. La humedad que rodea su abertura chorrea por mi dedo y la aprovecho para lubricar su lindo culo. No me importa el lugar en el que estamos, no me importa que tenía intención de follarla por la retaguardia en una de las sesiones que estoy preparando. Hoy me follaré su culo. Ese será mi castigo placentero. —¿Me imaginas aquí? —susurro, lamo la piel de su cuello y en su barbilla. Ella se sacude con sorpresa, se queda muy quieta. —Dem… —Amo, aquí no soy tu Demian, aquí soy tu amo. Y tú eres mía, estás a mi merced. ¿Recuerdas lo que me debes? Pues es hora de cobrar el primero de los que faltan por saldar. —No me vas a follar por el culo en una iglesia, maldita sea. Río, siento la vibración en mi pecho y sé que ella también lo siente. —Oh, darling, sí que lo haré. Vuelvo a empujarla contra el piano, su pecho pegado a la madera brillante. Y sin que ella lo vea venir, porque la he estado preparando con su propia humedad entre sus nalgas, la penetro con un dedo que la hace gritar de impresión, la hace retorcerse y gruñir mi nombre, hasta que le sale un jadeo. No pretendo hacerle daño. Me concentro en lo que hago. Mientras la follo con un dedo, mi pulgar permanece lubricando con los jugos que no paran de salir de su interior. —Voy a decir mi palabra de seguridad y vas a tener que parar. Su amenaza me da risa, pero me limito a detener el movimiento de mi mano. Lo que resulta en un castigo para ella, porque se mueve contra mí sin apenas darse cuenta, para que yo siga estimulándola sin cesar. —No tienes una de esas, darling. Quieres las espinas, ¿recuerdas?
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