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El aire era frío y húmedo. Las luces de mi casa desaparecían detrás de mí mientras más rápido corría. Mis garras se clavaban en la tierra y dejaban surcos en ella. Sentía mi cuerpo pesado, mas no por el cansancio o el esfuerzo. Lo único que quería era escapar del futuro que me habían impuesto y el cual no me pertenecía. No quería saber nunca más de mi familia ni de nadie. Ellos sólo pensaban en sus traseros y les valía mierda el mío. Era asqueroso ver como siempre decían que la manada era primero y luego vender a su hijo. ¡Y ni siquiera recibirían algo a cambio! Trataba de entenderlos, pero mis sentimientos me lo impedían. Unos ruidos extraños llamaron mi atención y aumenté mi velocidad. Lo más seguro era que estuvieran persiguiéndome, sin embargo, gracias a mi pequeño tamaño era más ágil y veloz que ellos. Lo que no sabía era que mi persecutor era mucho más grande y fuerte que yo. Su peso obligó a mi cuerpo a detenerse y a azotar contra el suelo. Traté de escabullirme pero su enorme ser me lo impedía. No era nadie de mi familia, ninguno tenía esa musculatura ni esa fuerza. Con el poco aire que entraba por mi nariz pude detectar un aroma desconocido, el aroma de un lobo pardo.
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